Выбрать главу

—¿Acerca de qué, doctor Cruces? —preguntó Vimes.

Y un instante después el asesino había desaparecido en una sombra.

—Oh, no —dijo Vimes.

Un murmullo creó ecos que resonaron dentro de la caverna.

—¿Capitán Vimes? Una cosa que todo buen Asesino aprende es…

Hubo una explosión atronadora, y la lámpara se desintegró.

—… a no estar nunca cerca de la luz.

Vimes chocó con el suelo y rodó sobre sí mismo. Otro disparo surcó el aire a un par de palmos de él, y Vimes sintió la fría salpicadura del agua.

Debajo de él también había agua.

El Ankh estaba subiendo y, siguiendo leyes más viejas que las de la ciudad, el agua volvía a subir por los túneles.

—Zanahoria —murmuró Vimes.

—¿Sí?

La voz provenía de algún lugar perdido en la negrura hacia su derecha.

—No veo nada. Perdí mi visión nocturna al encender esa maldita lámpara.

—Puedo sentir llegar el agua.

—Lo que debemos… —empezó a decir Vimes, y se calló mientras se formaba una imagen mental de Cruces escondido y apuntando el arma hacia un retazo de sonido.

Hubiese tenido que disparar yo primero, pensó. ¡Cruces es un Asesino!

Vimes tuvo que incorporarse un poco para mantener la cara fuera del agua, que iba subiendo.

Entonces oyó un suave chapoteo. Cruces estaba viniendo hacia ellos.

Hubo un tenue chasquido, y luego luz. Cruces había encendido una antorcha, y Vimes alzó la mirada para ver la flaca silueta recortándose entre la penumbra. Su otra mano estaba apuntando el debólver.

Algo que Vimes había aprendido cuando era joven guardia surgió de las profundidades de su memoria. Si realmente no te queda más remedio que mirar a lo largo del astil de una flecha desde el extremo equivocado, si un hombre te tiene totalmente a su merced, entonces aférrate a la esperanza de que ese hombre sea malvado. Porque a los malvados les encanta el poder, el poder sobre las personas, y quieren verte pasar miedo. Quieren que sepas que vas a morir. Así que hablarán. Se regodearán.

Verán cómo te retuerces. Irán posponiendo el momento del asesinato de la misma manera en que otro hombre irá posponiendo el momento de encender un buen puro.

Por eso debes aferrarte a la esperanza de que tu captor sea un hombre malvado. Porque un hombre bueno te matará sin llegar a abrir la boca.

Entonces, para su eterno horror, Vimes oyó cómo Zanahoria se ponía en pie.

—Doctor Cruces, le arresto por los asesinatos de Bjorn Martillogrande, Edward de M’uerthe, Beano el payaso, Lettice Knibbs y el agente Cuddy de la Guardia de la Ciudad.

—¡Oh, dioses! ¿Todos esos? Me temo que fue Edward el que mató al hermano Beano. Eso fue idea suya, pobrecito. Dijo que no había tenido intención de hacerlo. Y tengo entendido que la muerte de Martillogrande fue accidental. Se trató de uno de esos accidentes que ocurren muy de cuando en cuando, ya sabe. Martillogrande estaba hurgando en el mecanismo, y entonces la carga se disparó y el proyectil rebotó en su yunque y lo mató. Eso fue lo que dijo Edward. Vino a verme después. Estaba muy afectado. Me lo contó absolutamente todo. Así que le maté, claro. Bueno ¿qué otra cosa podía hacer yo? Edward estaba bastante loco. No se puede tratar con esa clase de personas. ¿Me permitís sugeriros que deis un paso atrás, alteza? Preferiría no tener que disparar contra vos. ¡No! ¡No a menos que tenga que hacerlo!

Vimes tuvo la impresión de que Cruces estaba discutiendo consigo mismo. El debólver osciló violentamente en su mano.

—Edward no paraba de balbucear insensateces —dijo Cruces—. Aseguraba que el debólver había matado a Martillogrande. Yo le pregunté si había sido un accidente. Y él dijo que no, que no había sido ningún accidente, que el debólver había matado a Martillogrande.

Zanahoria dio otro paso adelante. Ahora Cruces parecía hallarse en su propio mundo privado.

—¡No! El debólver mató a la joven mendiga, también. ¡No fui yo! ¿Por qué iba a hacer yo algo semejante?

Cruces dio un paso atrás, pero el debólver se alzó hacia Zanahoria. A Vimes le pareció como si se moviera por voluntad propia, como un animal que olisquea el aire…

—¡Agáchate! —siseó Vimes, estirando el brazo en un intento desesperado de encontrar su ballesta.

—¡Edward dijo que el debólver estaba celoso! ¡Martillogrande hubiese hecho más debólveres! ¡No os mováis!

Zanahoria dio otro paso.

—¡Tuve que matar a Edward! ¡Era un romántico, nunca lo hubiese hecho bien! ¡Pero Ankh-Morpork necesita un rey!

El arma se estremeció y disparó su proyectil en el mismo instante en que Zanahoria saltaba hacia un lado.

Los túneles relucían con un sinfín de olores entre los que predominaban los acres tonos amarillos y los naranjas terrosos de los antiguos desagües. Y apenas había corrientes de aire que pudieran alterar las cosas, con lo que la línea que era Cruces serpenteaba nítidamente a través de aquella atmósfera tan cargada. Y también estaba el olor del debólver, tan vivido como una herida.

Olí a debólver en el Gremio, pensó Angua, justo después de que Cruces pasara junto a mí en aquel pasillo. Y Gaspode dijo que eso no tenía nada de raro, porque el debólver había estado en el Gremio durante mucho tiempo…, pero no lo habían disparado dentro del Gremio. Lo olí porque alguien de allí había disparado esa cosa.

Entró en la gran caverna chapoteando y vio, con su nariz, a los tres: la figura que olía a Vimes, la figura que se estaba desplomando y era Zanahoria, la forma que se volvía con el debólver en la mano…

Y entonces Angua dejó de pensar con la cabeza y dejó que su cuerpo asumiera el control. Los músculos de loba la impulsaron hacia delante y la elevaron en un rápido salto, con un halo de gotitas de agua despedidas de su pelaje, sus ojos clavados en el cuello de Cruces.

El debólver disparó, cuatro veces. No falló ni un solo disparo.

Angua chocó pesadamente con el hombre, haciendo que se desplomara hacia atrás.

Vimes se alzó entre una explosión de espuma y gotas de agua.

—¡Seis disparos! ¡Eso han sido seis disparos, hijo de puta! ¡Ahora sí que te tengo!

Cruces se volvió mientras Vimes venía chapoteando hacia él y corrió hacia un túnel, lanzando más espuma.

Vimes le quitó la ballesta de entre los dedos a Zanahoria, apuntó desesperadamente y apretó el gatillo. No ocurrió nada.

—¡Zanahoria! ¡Condenado idiota, pero si nunca llegaste a amartillar este dichoso trasto!

Vimes se volvió.

—¡Vamos, hombre! ¡No podemos dejar que se escape!

—Es Angua, capitán.

—¿Qué?

—Está muerta.

—¡Zanahoria! Escucha. ¿Puedes encontrar la salida entre toda esta porquería? ¡No, así que ven conmigo!

—Yo… No puedo dejarla aquí. Yo…

¡Cabo Zanahoria!¡Sígame!

Vimes medio corrió y medio vadeó aquellas aguas cada vez más crecidas yendo hacia el túnel que había engullido a Cruces. Había que subir una pequeña pendiente para llegar a él, y Vimes notó que el agua le cubría menos a medida que corría.

Nunca des tiempo para descansar a la presa. Vimes había aprendido aquello durante su primer día en la Guardia. Si tenías que perseguir, entonces había que seguir con ello. Dar tiempo al perseguido para que se detuviera y pensara un poco significaba que luego doblarías una esquina para encontrarte con un calcetín lleno de arena viniendo desde el otro lado.

Las paredes y el techo estaban cada vez más próximos. Había otros túneles allí. Zanahoria había estado en lo cierto. Centenares de personas tenían que haber trabajado durante años para construir aquello. Ankh-Morpork estaba construida encima de la misma Ankh-Morpork.