Regordete no era un dragón feliz.
Echaba de menos la fragua. La fragua le gustaba mucho. Allí disponía de todo el carbón que podía llegar a comer y el herrero tampoco había sido un hombre particularmente duro. Regordete no le había pedido gran cosa a la vida, y había obtenido lo poco que pedía.
Y entonces aquella mujer tan enorme se le había llevado de allí y le había metido dentro de un aprisco. Había otros dragones alrededor. A Regordete no le gustaban demasiado los otros dragones. Y la gente le daba un carbón extraño.
Regordete se sintió muy complacido cuando alguien le sacó del aprisco en plena noche. Pensó que iba a volver con el herrero.
Ahora estaba empezando a caer en la cuenta de que aquello no iba a suceder. Se encontraba dentro de una caja, le estaban llevando a algún sitio sacudiéndole de un lado a otro, y ahora sí que estaba empezando a enfadarse…
El sargento Colon se abanicó con su tablilla para los papeles, y luego miró fijamente a los guardias reunidos ante él.
Tosió.
— Bueno, gente — dijo —, sentaos.
— Ya estamos sentados, Fred — dijo el cabo Nobbs.
— Tienes que llamarme sargento, Nobby — dijo el sargento Colon.
— Y de todas maneras, ¿para qué tenemos que sentarnos? Antes no hacíamos todo esto. Me siento un poco memo, sentado aquí, oyéndote hablar de…
— Ahora que somos más, tenemos que hacer las cosas como es debido — dijo el sargento Colon — . ¡Bien! Ejem. Bien. De acuerdo. Hoy damos la bienvenida al guardia interino Detritus… ¡no saludes!, y al guardia interino Cuddy, así como también a la guardia interina Angua. Esperamos que tendréis una larga y… ¿Qué es eso que tiene ahí, Cuddy?
— ¿El qué? — preguntó Cuddy, inocentemente.
— No he podido evitar darme cuenta de que sigue teniendo ahí lo que parece ser un hacha arrojadiza de doble hoja, guardia interino Cuddy, y eso a pesar de todo lo que les he confiado anteriormente con respecto a las reglas de la Guardia.
— ¿Un arma cultural, sargento? — dijo Cuddy con voz esperanzada.
— Puede dejarla en su casilla. Los guardias llevan una espada de hoja corta y una porra.
Con la excepción de Detritus, añadió mentalmente. En primer lugar, porque empuñada por la enorme mano del troll incluso la espada más larga parecía un mondadientes, y en segundo lugar, porque hasta que hubieran conseguido resolver el problema del saludo, Colon no estaba dispuesto a ver cómo un miembro de la Guardia se clavaba la mano en su propia oreja. Detritus tendría una porra, y le encantaría tenerla. Aun así, probablemente conseguiría matarse a porrazos.
¡Trolls y enanos! ¡Enanos y trolls! Él no se merecía aquello, no en ese momento de su vida. Y eso no era lo peor del asunto.
Colon volvió a toser. Cuando leyó de la tablilla, lo hizo con la voz cantarina de alguien que ha aprendido a hablar en público en la escuela.
—Bueno —volvió a decir, en un tono un tanto vacilante—. Entonces, veamos, aquí pone…
—¿Sargento?
—¿Y ahora q…? Oh, es usted, cabo Zanahoria. ¿Sí?
—¿No se está olvidando de algo, sargento? —preguntó Zanahoria.
—Pues no sé —dijo Colon cautelosamente—. ¿Me estoy olvidando de algo?
—Acerca de los reclutas, mi sargento. ¿Algo que tienen que prestar, en vez de llevar? —le echó una mano Zanahoria.
El sargento Colon se frotó la nariz. Veamos… Los reclutas habían, según la normativa en vigor, recibido y firmado por una camisa (de cota de malla), un casco, de hierro y cobre, una coraza, de hierro (excepto en el caso de la guardia interina Angua, quien necesitaba que se la adaptaran especialmente, y del guardia interino Detritus, quien había firmado por una coraza adaptada a toda prisa que en el pasado había pertenecido a un elefante de guerra), una porra, de roble, una pica o alabarda de emergencia, una ballesta, un reloj de arena, una espada de hoja corta (excepto para el guardia interino Detritus) y una placa, del tipo reglamentario, de guardia nocturno, de cobre.
—Me parece que ya lo tienen todo, Zanahoria —dijo—. Se ha firmado por todo. Hasta el mismo Detritus hizo que alguien pusiera una X por él.
—Tienen que prestar el juramento, sargento.
—Oh. Ejem. ¿Tienen que prestarlo?
—Sí, mi sargento. Es la ley.
El sargento Colon puso cara de no saber qué decir. Pensándolo bien, probablemente fuese lo que decía la ley. A Zanahoria siempre se le daban mucho mejor ese tipo de cosas. Se sabía de memoria todas las leyes de Ankh-Morpork. Era la única persona que se las sabía. En cuanto a Colon, él lo único que sabía era que nunca había prestado un juramento cuando se unió al cuerpo, y en cuanto a Nobby, lo más aproximado a un juramento que hubiese llegado a prestar fue «A la mierda con todo, vamos a jugar a los soldados».
—Bien, entonces de acuerdo —dijo—. Todos tienen, ejem, que prestar el juramento… eh… y el cabo Zanahoria les enseñará cómo hacerlo. ¿Usted prestó el, ejem, juramento cuando se unió a nosotros, Zanahoria?
—Oh, sí, mi sargento. Solo que nadie me pidió que lo hiciera, así que lo presté yo mismo, en voz baja.
—¿Oh? Claro. Bueno, pues adelante.
Zanahoria se puso en pie y se quitó el casco. Se alisó el pelo.
Luego levantó la mano derecha.
—Levantad las manos derechas —dijo—. Ejem… La mano derecha es la que queda más cerca de la guardia interina Angua, guardia interino Detritus. Y ahora, repetid después de mí…
Luego cerró los ojos y sus labios se movieron durante un instante, como si estuviera leyendo algo del interior de su cráneo.
—«Yo coma paréntesis nombre del recluta cerrar paréntesis coma…»
Después miró a los reclutas y los animó a hablar con un movimiento de la cabeza.
—Decidlo.
Todos corearon una réplica. Angua intentó no echarse a reír.
—«… juro solemnemente por paréntesis la deidad que elija el recluta cerrar paréntesis…»
Angua no se atrevía a mirar la cara de Zanahoria.
—«… honrar las leyes y ordenanzas de la ciudad de Ankh-Morpork, hacer honor a la confianza públicamente depositada en mí y defender a los súbditos de Su Majestad paréntesis nombre del monarca reinante cerrar paréntesis…»
Angua intentó mirar un punto situado más allá de la oreja de Zanahoria. Para colmo de males, el paciente recitado monocorde de Detritus ya iba varias docenas de palabras por detrás de cualquiera de los demás.
—«… sin temor alguno coma búsqueda del favor o consideración de la seguridad personal punto y coma perseguir a los malhechores y proteger al inocente coma dando mi vida si es necesario en el cumplimiento de dicho deber coma que paréntesis la deidad previamente mencionada cerrar paréntesis me ayude a ello punto y seguido Que los dioses salven al rey barra a la reina paréntesis elimínese lo que no resulte apropiado cerrar paréntesis punto final.»
Angua llegó a la conclusión con un suspiro de agradecimiento, y entonces vio la cara de Zanahoria. Había lágrimas inconfundibles corriendo por su mejilla.
—Ejem… bien… bueno, pues entonces eso es todo, gracias —dijo el sargento Colon, pasado un rato.
—«… proteger al inocente coma…»
—Tómese todo el tiempo que necesite, guardia interino Detritus.
El sargento se aclaró la garganta y volvió a consultar su tablilla.
—Bien, veamos, Manos Hoskins ha vuelto a salir de la cárcel, así que mantened los ojos bien abiertos porque ya sabéis cómo se pone después de celebrarlo con una copa, y ese condenado troll de Caradecarbón le dio una paliza a cuatro hombres anoche…
—«… en el cum-plimiento de dicho de-ber co-ma…»