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Se contaban por ahí muchas otras historias inquietantes o incluso rocambolescas. Casi todas tenían como protagonistas a personas del mismo estrato social, pero tampoco faltaban las aventuras interclasistas a lo El amante de Lady Chatterley. Mi primer marido, y padre de mis hijas, contaba que cuando él vivía en la muy pequeña y apartada colonia del Parque Metropolitano de Madrid, fue testigo de una de estas aventuras. Él tenía trece o catorce años cuando empezó a hacer novillos y una tarde descubrió aparcado cerca de su casa un gran Bentley que conocía bien porque era el que llevaba al colegio a un compañero y amigo suyo. Intrigado, empezó a espiar y vio que en su amplio y cómodo interior estaban Domingo, el chofer de su amigo X, y la madre de X, la muy conocida duquesa de Z, reinventando el Kamasutra. Mi ex marido decidió entonces darle un susto a la pareja: cogió una cámara y se dedicó a dar vueltas y vueltas en bici alrededor del Bentley fingiendo que sacaba fotos. Huelga decir que esa fue la última vez que apareció el coche por aquellos pagos. Y es que en aquel tiempo no estaba mal tener un lío o dos o tres con quien fuera, lo único preceptivo era hacerlo con sigilo.

Nuestra madre también fue testigo de aquellos usos y costumbres. La anotación en su cuaderno se llamó:

STRANGERS IN THE NIGHT

Veamos, ¿a quién siento al lado de quién? A fulanita al lado de su marido, por supuesto que no, pero… tampoco puedo ponerla al lado de su amigo oficial… Por otro lado, creo que con este otro tuvo un lío hace unos años y no acabaron muy bien…

Hacer el placement de una cena en Madrid puede resultar realmente complicado. Aunque no le interese a uno la vida de los demás no hay más remedio que asesorarse bien si se quiere que la cosa no acabe en catástrofe. Yo no sé por qué pero tenía una idea de la sociedad española muy distinta de la realidad. Bueno, sí sé por qué. Creía que coincidiría con la imagen que este régimen transmite de puertas afuera, de un país de costumbres cristianas, respetuoso de la moral, serio, austero. El país más católico del mundo, dicen. Esto a lo mejor es cierto en otras clases sociales, pero «la Sociedad» con mayúsculas juega con otras reglas. En todas estas fiestas a las que asistimos siempre hay…, ¿cómo podríamos decir?, como una tensión sensual soterrada. Sí, eso es. Al principio no se da uno cuenta, pero pronto empieza a notar miradas que van y vienen, roces, palabritas al oído. El flirteo está permanentemente en el aire, se mete en los canapés y flota en las copas, esté o no esté la mujer o el marido delante en ese momento. Es un ambiente embriagador, misterioso, frívolo, insinuante y, si una se descuida, letal, porque hace de los cócteles un campo de batalla donde se respira la incitante incertidumbre de los soldados.

Como la gente que va a estos sitios suele ser siempre la misma, hay un momento en que uno piensa que todo el mundo tiene un affaire con alguien. Y quizá sea cierto. Además, como en este país no existe el divorcio, todo es como una gigantesca olla a presión a punto de estallar.

Nadie se separa si no es en un caso realmente extremo, así que hay cosas que a mí, con mi mentalidad de país pequeño pero donde existe el divorcio desde hace siglos, me resultan realmente curiosas. Son bastante comunes, por ejemplo, los matrimonios que tienen lo que acá se llama «un arreglo», es decir, siguen viviendo juntos y cada cónyuge hace lo que le da la gana, siempre y cuando no se pase de la raya de lo escandaloso. Eso sí, a las fiestas van siempre juntos, como una pareja modélica. Hay matrimonios que hace años que no se hablan pero duermen en la misma cama. Un caso realmente curioso es el de una duquesa de las más renombradas que va a todas partes con su marido y su amante, que también es un aristócrata relacionado con la casa real española. El amante es rubio, joven y muy atractivo. El marido es bajito, calvo, con lentes, aire de funcionario cesante y va siempre dos pasos por detrás, como el duque de Edimburgo con la reina de Inglaterra, sólo que éste lleva delante a la mujer y a su amante. A todos lados van así. La gente lo sabe y lo acepta sin problemas. Pensar que en la época de mi abuela decían que a los adúlteros y divorciados había que aplicarles «la presión social», es decir, retirarles el saludo, porque si no esto iba a ser Sodoma y Gomorra… No sé qué pensaría ella de Madrid. Mi amiga, la embajadora de Colombia, que es buena y muy ingenua, dice que todo lo que vemos es una ilusión y que esta tensión luego queda neutralizada y anulada por los prejuicios cristianos. Porque los españoles, y sobre todo las españolas, son muy religiosos, de modo que la sangre nunca llega al río. Casi me veo en la obligación de darle la mala noticia de que los niños no vienen de París.

Yo también estoy siendo víctima de esta tensión sensual permanente. Están de moda en Madrid las fiestas donde un grupo musical canta boleros y acaba todo el mundo bailando. Te saca a bailar un señor de lo más respetable que es presidente de un banco, por ejemplo, una persona correctísima, casado y con diez hijos (qué cantidad de niños tiene la gente acá, Dios mío), con el que has intercambiado cuatro palabras sobre cualquier tontería. En cuanto comienza la canción, te empieza a apretar.

– Embajadora, ¿cómo te sientes en España? Me imagino que echarás de menos el calor del trópico. Las mujeres de allí sois tan… temperamentales…

Apretón.

Yo me veo, por enésima vez, en la necesidad de explicarle que Uruguay tiene un clima templado y que en Montevideo hace un frío que pela, porque el clima es más parecido al de Santander que al de La Habana; pero nada, en Europa la gente piensa que en toda Sudamérica siempre hay cuarenta grados a la sombra y que todos vamos por la vida con unas maracas.

En verano, por ejemplo, mi vecino, el ministro Alonso Vega, me dice todos los días:

– Qué calor, ¿verdad? Pero claro, usted estará acostumbrada al calor húmedo del trópico -y todos los días yo le explico pacientemente lo del clima en Uruguay sin el más mínimo resultado.

– Embajadora -es el banquero el que me habla-, ¿a que nadie te ha sacado a bailar un bolero así? Es que con el sentimiento que bailamos los españoles no baila nadie.

Apretón más entusiasta.

– Embajadora…

Yo ya empiezo a sofocarme, pero no precisamente por la temperatura ambiental.

– … estás arrebatadora esta noche. Verdaderamente no sé qué os dan de comer en vuestro país, pero ¡qué barbaridad! ¡Qué espectáculo de mujeres produce el Uruguay!

Entonces aquí dan ganas de introducir un mensaje publicitario y decirle que debería ver el acero que también producimos en Uruguay y que por qué no nos compra unas cuantas toneladas.

– Embajadora, no te puedes imaginar los progresos que está haciendo España.

¿Y esto a qué viene?, me pregunto yo. ¿Ahora de repente un inciso patriótico? Pero en seguida él me lo explica.

– Sí, querida: carreteras, pantanos, todo tipo de obras públicas. Tenemos una red de paradores como no los hay en toda Europa. Sin ir más lejos, fíjate tú que han abierto un parador en Bayona sensacional. ¿No le gustaría ir a conocerlo conmigo el próximo fin de semana?

Achuchón.

En ese momento por fortuna terminó el bolero, aplaudimos a la orquesta, sonreí encantadoramente y, orgullosa madre de cuatro hijos, me encaminé a mi mesa, donde me esperaba mi marido ¡hablando con una rubia que llevaba un escote como el de Kim Novak en Vértigo! Sin embargo, hay otra cosa que me preocupa aún más que la rubia: anteayer un ganadero sevillano con el que bailé me quería llevar al Crillon de París una semana. ¿Me sentará mal este vestido que llevo hoy?