– Señora, siento que se haya molestado. Yo sólo soy un vehículo de fuerzas mucho más poderosas que desconocemos -contestó Araciel con aire ofendido.
Se levantó de su asiento, pidió sus cosas, hizo una leve reverencia y, echándose la capa sobre los hombros de un modo de lo más diabólico, desapareció por la puerta.
Habrase visto el adivino éste, ¿qué se ha creído? Menos mal que no dio este espectáculo con invitados, porque si no, no sé qué habría hecho. ¿Qué hago si le dice, yo qué sé, a la embajadora de Francia, que se va a morir la semana que viene? ¿O al del Líbano que se va a desencarnar? Hubiese sido un terrible papelón. ¡Qué hombre más desagradable! No sé cómo la gente lo invita a su casa. Además, todo ese disfraz de conde Drácula para hacer esta boutade de tan mal gusto… Sí, un mamarracho, no cabe duda, pero me ha dejado con el sabor amargo de la incertidumbre en la boca. ¿Habrá algo, por pequeño que sea, de cierto en todo lo que ha dicho? Bueno, quién sabe, al final, hasta el horóscopo de los diarios acierta alguna vez.
LASAÑA MUY VEGETARIANA QUE ME INVENTÉ PARA EL MARQUÉS DE ARACIEL
(aunque tal como se portó quizá debería cambiarle el nombre)
Ingredientes
3 calabacines grandes
2 cebollas
200 g champiñones
2 pencas de brócoli
1 lata de de sopa de champiñones Campbell
2 yemas de huevo
150 g de queso gruyere
sal
aceite
PREPARACIÓN
En esta lasaña se sustituyen las láminas de pasta por otras de calabacín.
Para hacerlas, cortar longitudinalmente los calabacines en grandes láminas ni demasiado gordas ni demasiado finas. Luego asarlas en una plancha bien caliente dejando que queden un poco duras y crujientes.
En una sartén sofreír las cebollas cortadas lo más finitas posibles. Añadir los champiñones cortados en láminas.
Aparte hervir 2 minutos las cabezas de dos pencas grandes de brócoli y agregarlas al sofrito. Al cabo de 5 minutos, añadir tres cucharadas de sopa Campbell para dar untuosidad. Revolver bien y retirar.
En una fuente de horno aceitada distribuir las láminas de calabacín ocupando todo el fondo. A continuación, poner encima la mezcla de cebolla, brócoli y champiñones. Taparla con otra capa de láminas de calabacín.
Echar por encima las yemas bien batidas y espolvorear con queso gruyere. Gratinar la lasaña durante 5 minutos en el horno precalentado.
Servirla bien caliente.
Lo cierto es que, tal y como veremos un poco más adelante, el marqués de Araciel atinó algo menos que la sección de noticias de un periódico y un poco más que el horóscopo, pero ya se sabe que en lo de escrutar el futuro acertar un poco es ya mucho.
Las predicciones respecto a nuestra familia fueron bastante indefinidas. Yo, por ejemplo, sí me casé con dos españoles rubios: uno lo era de pelo y el otro de apellido. Por el contrario, mi habilidad con los pinceles no me ha llevado a ningún sitio, de momento. Mercedes, aunque trabajó en un banco durante una época, no acabó ni en Polonia ni en Hungría ni en Austria ni en ninguno de esos sitios y, afortunadamente para nosotros, vive tranquilamente en la calle Núñez de Balboa de Madrid, con sus tres hijos. Dolores vivió unos años en Inglaterra cuando nuestros padres estuvieron destinados allí, donde no asistió a ninguna desencarnación de la familia real. Ni siquiera al divorcio de lady Di. Ahora también vive en Madrid y tiene un conocido bar restaurante en La Latina. En cuanto a nuestra madre, no sabemos si tuvo algún problema con alguna G, aunque sí encontronazos con su familia política, que según el adivino iba a ser el pilar de su vida.
Sin embargo, otras de las predicciones que hizo Araciel fueron realmente inquietantes y más inquietantes aún los hechos que predijo. Beatriz, la amiga de Dolores, quedó tan asustada con el augurio del peligro del caballo que, en cuanto llegó a su casa tiró a la basura las botas y la fusta y no volvió a montar nunca más en su vida, pensando conjurar así el mal fario. Por otro lado, tal como había vaticinado el marqués, su padre murió unos meses después, seguido por su madre al poco tiempo. Los años fueron pasando, una cosa lleva a la otra y un día reapareció en la vida de Beatriz el caballo… en forma del terrible polvo blanco que todos conocemos ahora por este nombre, denominación que Araciel no podía conocer en esa época por el simple hecho de que entonces no se utilizaba. A lomos de ese bicho maldito se subió nuestra amiga hace más de treinta años y aún no ha podido desmontar…
La última predicción del marqués también se habría de cumplir, e íbamos a ser testigos de ella toda la familia, muy pronto.
AMOR CASTRENSE
Son curiosas las cosas que pasan en las comidas oficiales. Hace unos meses, en una recepción en Valladolid con motivo de un congreso de derecho administrativo, o algún bodrio similar, me tocó sentarme al lado de un señor portugués vestido de negro, bajito, bizco, con lentes y aspecto de cura. Lo único que me dijo en todo el almuerzo fue que se llamaba Marcelo Caetano y que era catedrático. Parecía insignificante por completo. Nadie le dio bolilla y él no despegó los labios sino para pedir la sal. Hoy abro el diario y me encuentro una foto enorme del tipo ese. ¡Resulta que le han nombrado primer ministro de Portugal! Al parecer a Salazar, el dictador que tienen allá, le dio un ataque que lo dejó gaga y ahora el que manda es el curita este. Espero que haga algo para mejorar aquel país, porque cuando se pasa la frontera, parece que entra uno en la Edad Media. Todo es triste y negro, y eso que nosotros venimos de esta España que tampoco es Estados Unidos, precisamente. Hasta tienen prohibido llevar pantalones vaqueros, los pobres portugueses. Está visto que nunca se sabe con quién puede acabar uno compartiendo mesa.
En aquella comida yo estuve mucho más entretenida hablando con mi compañero de la derecha. Creo que era el capitán general de la región, y aunque algo bruto, contaba historias con bastante gracia. Tenía el clásico bigote fino (caminito de hormigas, creo que lo llaman) y el pelo teñido de negro, aunque las raíces lo delataban aparatosamente.
Con cada plato que traían, me narraba una anécdota que le había sucedido con ese alimento: las sardinas en conserva que había compartido con un soldado soviético cuando luchaba en la División Azul y se había perdido en las líneas enemigas en medio de una tormenta de nieve; la historia de algunos «rojos» que se pasaban al otro bando durante la guerra civil para comer un buen pan blanco que no había en su zona, y otras aventuras similares.
– ¿Sabía usted, señora, que la primera mascota de la Legión fue una gallina? -preguntó de pronto señalando la pepitoria que teníamos delante-. La idea fue de un cabo. La vistió con su gorrillo, su camisa verde y correaje a medida. El pobre hombre lo pasaba fatal para que sus compañeros no la metieran en la cazuela al menor descuido, hasta que se enteró el jefe del Tercio. Le divirtió tanto la idea que, para protegerla de los glotones, nombró cabo a la gallina. De ahí en adelante, a los legionarios no les quedó más remedio que respetarla.
El general encadenaba una anécdota con otra y, de tanto hablar, se le secaba la garganta, que debía refrescar con un flujo constante de vino de la Ribera del Duero.
– Da gusto contarle cosas a una mujer tan guapa y que escucha tan bien como usted, señora embajadora. En el Tercio coincidí con su Excelencia el Generalísimo, ¿sabe usted? Serví con él en Marruecos. Precisamente, en una ocasión visitó nuestro campamento don Miguel Primo de Rivera. El dictador, a pesar de ser general, no se entendía con los militares africanistas. Era partidario de abandonar aquella tierra que con tanta sangre y esfuerzo estábamos defendiendo. Para dejarle bien clara su posición (nuestra posición), el Caudillo y el entonces coronel Várela le organizaron una comida exclusivamente a base de huevos -dijo, buscando instintivamente los huevos a la flamenca que ya se habían llevado los camareros-. ¿Entiende?, toda a base de huevos: rellenos, fritos, en tortilla, flan de huevo, huevos duros… Para darle a entender que, bueno, ejem, que eso era lo que había que tener para ganar aquella guerra y perdone la ordinariez. Don Miguel se molestó mucho y estuvo a punto de acusar de insubordinación a los oficiales, pero al final nos hizo caso y, con el desembarco de Alhucemas, se acabó aquella sangría que había durado veinte años.