– Parece que tu marido va camino de enemistarse con el gobierno del sha de Persia -dijo Jimmy. Había acabado de tocar el piano y ahora se ajustaba una flor (blanca) en el ojal de su chaqueta (blanca)-. Es una mujer encantadora pero, la verdad, a mí me da un poco de repelús con esos ojos tan grandes y tan tristes. Yo, de todas maneras, no me preocuparía demasiado si fuera tú. Ya sabes lo que dicen de ella.
– ¿A qué te refieres?
– Dicen por ahí que la verdadera razón por la que no podía tener hijos y por la que la repudió el sha es porque…, cómo te lo explicaría, porque, aunque parece una mujer, en realidad es un hombre.
– ¿Cómo? -casi grité yo mirando el escotazo de aquella mujer.
– Pues que en realidad es las dos cosas, un hombre y una mujer, uno de esos extraños casos en que plegados dentro de su…, en fin, tú ya sabes, tiene también los atributos de un hombre. Hermafrodita, querida.
A mí, la verdad es que me daba igual lo que aquel ser tuviera plegado dentro, así que me acerqué a la pista y agarré a Luis por un brazo.
– Excuse moi. Je me le porte, je suis fatigue -le dije a la ex emperatriz, que me miró con los ojos tristes de los que todos hablan, aunque no sé si esta vez era porque la había dejado sin su entregado compañero de baile.
Saqué como pude a Luis de la pista. Estaba completamente borracho, cosa extraordinaria de verdad, porque no suele pasarle nunca. Es más, no lo recordaba en semejante estado desde que era estudiante.
– Es la leche de pantera, es la leche de pantera -balbuceaba por toda defensa.
Debía ser de verdad culpa de aquel líquido maldito porque a esas alturas la fiesta era una terrible bacanal.
Dominguín ahora toreaba a dos canadienses que se habían caído antes a la piscina y se les transparentaba todo por debajo del vestido; Ornar Sharif (al que yo no había visto hasta entonces) estaba subido en una silla y, con una corona de laurel en la cabeza, hacía que tocaba la lira; más allá, unas señoras muy serias arrancaban las flores de Alicia y se las arrojaban en señal de homenaje, mientras un par de viejos marqueses practicaban su swing y tiraban bolas de golf a la casa de al lado con un palo que habían sacado de no sé dónde.
Arrastrándolo, conseguí llevarme a Luis hasta el coche.
– ¿Estás bien para manejar?
– Sí, seguro, este aire me está despejando -dijo el muy majadero.
Nos sentamos en el coche. Luis arrancó muy serio, quiso echar marcha atrás pero se equivocó. El auto salió disparado hacia delante y, después de derribar un pequeño seto, una mesa con bebidas y una sombrilla, amerizamos en la piscina.
Sin palabras. No puedo describir la sensación mezcla de miedo, vergüenza e ira que tenía mientras el coche se iba hundiendo con nosotros dentro. Por suerte, no había nadie en la piscina en ese momento, y cuando conseguimos salir, allí estaban todos los invitados dedicándonos una estruendosa ovación, incluidos los anfitriones, que -por suerte- habían ingerido generosas cantidades de su propio brebaje. Completamente empapada y con el pelo hecho un auténtico asco, me llevaron a la casa, donde me permitieron ducharme y me dieron ropa seca. ¡Incluso querían que nos quedáramos en la fiesta para seguir la juerga! Menos mal que encontramos a unos voluntarios que nos llevaron a casa.
Esta mañana (y ya han pasado cuatro días), cuando les servía la leche a los niños todavía me daban escalofríos. ¡Me parecía idéntica a la mortífera leche de pantera!
Al día siguiente, cuando fuimos con la grúa a rescatar el coche, le pedí a Alicia la receta de su brebaje maldito, por si en alguna ocasión tuviera que organizar una cena diplomática con el objetivo de desencadenar un conflicto armado y, sobre todo, para asegurarme de que no nos hubieran puesto en el brebaje una de esas drogas de las que tanto hablan ahora (es que una ya no puede fiarse ni de sus mejores amigas).
LECHE DE PANTERA
Ingredientes
1 botella de ginebra
125 ce de coñac
1 lata pequeña de leche condensada
canela
PREPARACIÓN
Poner en una batidora la ginebra, el coñac y la leche condensada durante un minuto a velocidad rápida.
Servir en copas de martini y espolvorear con canela.
BODA ¿REAL?
– Mira vos -me dijo Luis enseñándome un sobre color hueso lleno de escudos-. Al final don Alfonso nos invita.
No puedo negar que me sentí aliviada. El país entero estaba en vilo con esta boda. Desde hacía semanas no se hablaba de otra cosa. Que si Dalí le ha regalado a la novia un retrato suyo montada a caballo y vestida con ropa semitransparente; que quién va a hacer el traje de la novia; que qué va a pasar cuando se encuentren los padres del novio, que están divorciados desde hace añares y no se hablan; que cómo les sentará todo esto a don Juan y a don Juan Carlos, y cosas por el estilo.
Pero pasaba el tiempo y nosotros no recibíamos la invitación. Con don Alfonso hemos coincidido en muchos sitios durante estos años y se ha ido creando una buena amistad, sin embargo, me temía que, ante la dimensión del acontecimiento y la cantidad de compromisos que suponía, no se acordara de nosotros. Con la invitación en la mano me sentía como en el centro de la actualidad, porque además no habían invitado a casi ningún embajador destinado en Madrid. Hubiese sido una pena perdernos una boda como ésta faltando tan poco para irnos de Madrid. La unión de la familia Franco con los Borbones, un verdadero acontecimiento.
– Yo me pregunto qué consecuencias políticas traerá -dijo Luis mientras miraba el tarjetón, porque él todo lo analiza desde el prisma de la política.
Pero a mí, la verdad, lo que menos me interesaba en ese momento era la adivinación del futuro político. Demasiado ocupada estaba yo en repasar mentalmente mi ropero de arriba abajo.
– Por lo que me han dicho, hay fuertes presiones del entorno de doña Carmen para que Franco revierta la designación de don Juan Carlos y nombre sucesor a don Alfonso. Y claro, ¿a qué abuela no le gustaría ver a su nieta coronada reina, aunque sea a la muerte de su marido?
«Mantilla no me voy a poner para parecer más española que las españolas. Lástima, porque queda tan linda… La pamela tampoco parece muy indicada», pensaba yo repasando la balda superior, donde guardo los sombreros.
– Claro, y detrás de doña Carmen está el bloque más inmovilista del régimen, los que desconfían del príncipe por ser hijo de don Juan, un masón peligroso para ellos.
«El amarillo no, que me lo puse hace poco para el casamiento de los J. El gris perla lo veo demasiado serio… El verde está un poco demodé.» (Ahora iba por los percheros de la derecha).
– La verdad es que parece que don Alfonso es más afecto que el príncipe a la persona de Franco. Seguro que ya habrá quien le haga ver al General la conveniencia de un sucesor que pueda ser más fiel a su memoria. También alguien que ellos puedan manejar mejor.
«¡Qué espanto! No me sirve ninguno de los zapatos que tengo. Tendré que comprarme otros. ¿Cómo se llamaba esa tienda tan buena de la calle Serrano?»
– Lo curioso es que por lo visto ha habido muchas fricciones entre los futuros suegro y yerno por temas de protocolo. ¿Te acordás de cuando los invitamos a los dos a cenar y un par de amigos de Villaverde me llamaron para que lo pusiera a él en el lugar de honor en vez de a don Alfonso, que era a quien le correspondía por rango, con el argumento de «todo lo que ha hecho Franco por España»? Esta situación sé que se ha repetido en otras casas aunque, afortunadamente, Alfonso se portó siempre como un caballero y no organizó ningún escándalo.