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«¿Una estola de visón será demasiado? ¿O demasiado poco? Quizás esa capa tan mona que me compré el otro día…»

– Pero esta chica es tan joven. Yo estaba convencido de que él se acabaría casando con esa novia que tenía hace tantos años… Malú Toro, ¿no?

– Sí, parece un poco disparatado -dije finalmente, emergiendo del segundo cajón de la izquierda donde buscaba un chai-. Ella tiene veintiuno, creo. Y don Alfonso como treinta y cinco. Bueno, ya sabes que los hombres se vuelven locos por las jovencitas. De todas maneras, cuando lo vimos hace unas semanas estaba radiante de felicidad. Se ve que está muy enamorado.

– Por otro lado -intervino Luis-, no sé qué le habrá visto Carmencita a Alfonso. Es un amor de persona, pero qué querés que te diga, un poco aburrido también, tan formal, tan poco indicado para una chica joven.

Acá empezó la discusión.

– Es verdad -dije yo- que comparado con don Juan Carlos, que es mucho más simpático y divertido, Alfonso resulta un poco serio, pero es educadísimo y a veces encuentro que tiene chispa. Además, tiene buenas razones para ser un «príncipe triste». Toda esa historia de su padre, don Jaime, sordomudo y apartado de la sucesión, después el divorcio de sus padres, el ninguneo de la gente que piensa que no tiene ninguna opción frente a don Juan Carlos…

– A ti lo que te pasa es que siempre te ha hecho tilín don Alfonso, como dicen acá.

Llegado este punto me olvidé completamente del vestuario y empecé a recordarle a Luis los ojitos que le ponía el otro día G. cuando bailábamos en La Boîte. La cosa no se complicó más porque en aquel momento entró Gervasio para enseñarnos las notas del colegio y había suspendido tres asignaturas. Si no, no sé dónde hubiese acabado la discusión.

La cuestión fue que el día de la boda salimos de casa para reunirnos con nuestros amigos en lo de Villapadierna e ir juntos al Pardo. Todos los señores iban elegantísimos con sus fracs y sus condecoraciones. Las señoras, algunas peores que otras (no se pueden llevar esas aberturas en la falda a una boda, digo yo). Juanito Floridablanca iba de caballero de la Cruz de Malta, con chaqueta colorada y casco lleno de plumas. Como está gordo, parecía embutido en el uniforme y tenía la cara completamente congestionada. Cuando le pregunté por qué no había venido de frac como todo el mundo en vez de con el traje de la primera comunión (esto último sólo lo pensé), me contestó con aire triste:

– Mujer, es que me hace ilusión. Me lo hice hace quince años para mi boda, y para una vez que me lo puedo volver a poner…

Me abstuve de decirle que no estaba tan claro que se lo pudiera poner.

Guando llegamos al Pardo llovía. Nos separaron, porque los embajadores, junto a otros invitados especiales, íbamos a la capilla. A los demás los mandaban al patio del palacio, que se había entoldado para la ocasión. A Luis y a mí nos sentaron al lado del pulpito, con otros cinco o seis embajadores. Delante de nosotros se sentaron los consejeros del Reino. Me chocó ver el contraste entre lo linda que estaba Vicky y lo poco distinguido de su marido, Rodolfo Martín Villa. También estaban Íñigo Oriol y su mujer.

A la hora designada entró el Generalísimo del brazo de Carmencita. Estaba monísima; el vestido de Balenciaga me pareció una maravilla, sencillo y muy bonito. Era de raso, bordado con pedrería, y llevaba un tul sujeto con una preciosa diadema de esmeraldas. Dicen las malas lenguas que esta chica, a pesar de ser tan joven, es bastante frívola y ha salido con varios. Bueno, qué importa, estoy segura de que un hombre maduro y tan serio como don Alfonso hará que olvide rápidamente esas folies de jeunesse. Franco, vestido de capitán general de la Armada, estaba reducido a la más mínima expresión, chiquitito y consumido, aunque se le veía contento dentro de lo poco expresivo que es este hombre. Don Alfonso, por su parte, tan estupendo como siempre, con su uniforme de embajador. Me parece que hacen muy buena pareja estos chicos, seguro que les va a ir de cine.

Por lo que podía ver desde donde estábamos, me pareció que don Juan Carlos estaba mucho más serio de lo normal, lo que es bastante comprensible, dados los rumores que circulan sobre la maniobra de doña Carmen Polo y Villaverde para que Carmencita sea reina. Su padre, don Juan, no debe de haber asistido por este motivo. Yo no sé si será una boda arreglada como dicen muchos, pero insisto en que los novios parecen muy enamorados. No pararon de mirarse con complicidad durante toda la ceremonia. Cuentan que se conocieron en Suecia, donde Alfonso lleva unos meses destinado (¿por qué de todos los sitios del mundo lo habrán mandado a un país tan frío?).

De la ceremonia en la capilla, oficiada por el cardenal Tarancón, me acuerdo poco, porque dejaron abierta una de las puertas y había una corriente de aire gélido que me pegaba en la nuca. No podía pensar en otra cosa. A la salida nos encontramos con la reina Federica de Grecia, que llevaba un traje azul eléctrico bastante poco sentador para mi gusto, y también con Villaverde que, según me dijo Luis, iba vestido de Caballero del Santo Sepulcro con unas botas de charol por encima de las rodillas. Alicia V., que es una malvada, comentaba luego con mucha gracia que parecía que iba de domador de circo. Grace Kelly muy mona, sí, pero con un traje casi blanco (decían que era asalmonado pero no era cierto). Me sorprendió la gaffe. Cuando una estrella de Hollywood se convierte en princesa se supone que se aprende bien su papel, y hasta ahora así lo parecía. ¿Será que no tiene una asesora de imagen o algo por el estilo (una señorita de Sampognaro propia en plantilla) que le diga que, al menos en los países de habla hispana, una invitada a una boda jamás tiene que vestirse de blanco? También vimos a don Jaime, padre del novio. Está ya muy viejito, encorvado con el peso del Toisón de Oro, tanto que parecía que lo llevaba a rastras. La mandíbula larga de los Borbones y ese labio caído le daban un aspecto un tanto bobalicón. Todavía recuerdo cuando era aún muy niña estar con mis padres en un hotel en París y ver entrar al hombre más elegante que yo había visto nunca. Era mayor, pero tenía una distinción y una forma de moverse que ya entonces me dejaron boquiabierta. Irradiaba poder y majestad. Pregunté al camarero quién era aquel personaje.

– ¡C'est le roi d'Espagne, mademoiselle! -me contestó con gran reverencia.

¡Hay que ver lo vieja que empiezo a ser! Pensar que este don Jaime es el hijo de aquel espléndido Alfonso XIII…

Después de la ceremonia, nos encaminamos hacia el palacio y pasamos a saludar a nuestros amigos que se habían quedado en el patio entoldado. Los pobres estaban también ateridos por ese viento helado que a menudo baja de la sierra de Madrid y para el que la mayoría de las señoras no habíamos venido preparadas. O mejor dicho, habíamos venido preparadas para estar lindas, no para alternar con osos polares, pero ya se sabe que las mujeres somos capaces de agarrar una pulmonía por un decolté. Cuando subimos al palacio, todo lo que hacía de frío abajo lo hacía de calor arriba. Aquello era un mar de gente, casi no se podía avanzar un milímetro sin pisar a alguien o sin que te dieran un codazo en las costillas. Dicen que había dos mil personas y eso no hay palacio que lo resista. Habían vaciado todas las habitaciones y salones para dejar lugar a los invitados y aun así el ambiente era difícilmente soportable. Estuve un rato charlando con un grupo de señoras entre las que estaba doña Sofía, mientras Luis saludaba al almirante Carrero (siempre tan serio, con esas cejas enormes). La princesa es muy agradable y seria. Siempre que la encuentro está hablando de arte y los clásicos griegos, que son cosas de las que francamente no me apetece hablar en un cóctel. También le encanta la música clásica porque como le dijo una vez uno de los jefes de la Casa del Generalísimo a Luis: «No hay que olvidar que su alteza es bisnieta del Kaiser». Estando juntas nos sacaron una foto para el ¡Hola!, y para el Miss o algo parecido. Tendré que comprarme todas las revistas para bichar los detalles que me habré perdido y que ^seguro son muchos. Luego estuve hablando con otro grupo de amigas entre las que se comentaba la cantidad de artistas que estaban invitados. Yo vi por lo menos a Lola Flores, Carmen Sevilla, ese cantante nuevo, Julio Iglesias, el tenista de los dientes grandes, toreros. Esto no le parecía nada bien a muchas de las señoras elegantonas que había por ahí y lo criticaron durante horas. Según ellas, invitar a «cómicos», (es la palabra que usaron) a una boda baja la categoría.