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En cualquier caso, todo esto me parece un poroto comparado con lo de la boda. Organizaría en Madrid o en Montevideo hubiese sido fácil. ¡Pero qué estoy diciendo! La gente, cuando casa a una hija (sobre todo si es la mayor, como es nuestro caso), empieza a prepararlo todo un año antes. Yo, en cambio, tengo menos de un mes para hacerlo y además en la Unión Soviética. Cuando se lo cuento a las embajadoras de otros países (encima tengo que hacer las visitas protocolarias de todo recién llegado a un nuevo destino), piensan que aún estoy algo trastornada por el viaje. Claro que todo fue tan repentino… Los chicos no querían separarse y estar de novios a cinco mil kilómetros de distancia. Muy lógico todo, pero Carmen ayer andaba con coletas y decía que quería volver a Uruguay cuanto antes y ahora se va a casar y se quedará a vivir en España. Rafael parece buen chico, pero me resulta difícil decir adiós al sueño de vivir algún día en Montevideo con todos mis hijos. Es la maldición de la carrera diplomática: cada miembro de la familia acaba en una esquina del mundo. ¡Espero que ahora a Mercedes no le dé por enamorarse de un ucraniano o de un bielorruso! No, eso no. Te lo pido de rodillas, Señor. Iba a ser un lío tremendo y seguro que tener un yerno marxista leninista debe de ser complicadísimo, todo el día intentando convertirnos a la causa. Cualquier bromita menos ésta, Señor, que suficiente penitencia estoy haciendo con este traslado.

De momento vamos a casar a la que toca ahora y la verdad es que no sé cómo lo voy a hacer. Todo acá es laberíntico y lento, muy lento. La Unión Burocrática debería llamarse este país. Todo hay que hacerlo a través del UPDK, que es el organismo del Ministerio de Asuntos Exteriores Soviético que se encarga de dar servicio a las embajadas, claro que con esas iniciales más bien parece una sucursal del KGB. ¿Querés un carpintero?, al UPDK. ¿Querés arreglar el auto? UPDK, madame, y cuando hablas con ellos siempre dicen que lo que pedimos es muy difícil, que no saben cuánto va a tardar. Yo me pongo hecha una furia, pero tengo que andar con cuidado. No quiero que parezca que somos los capitalistas intentando enseñar a los comunistas cómo se hacen las cosas, pero esto es para volverse loca. Primero hay que hablar con un departamento, después te remiten al camarada Ivanov, que después te manda a Petrov, que a su vez te remite a Galina, que te manda ¿a quién? A Ivanov, y vuelta a empezar. Además es con ellos con quienes hay que tramitar también el alquiler de los enseres que hacen falta para la boda, como sillas, vajilla, vasos (¡Dios mío, cuántas cosas por hacer!).

También son los del UPDK los encargados de contratar al servicio doméstico, que pasa todo tipo de controles para trabajar con diplomáticos. Por lo menos eso no lo tuve que organizar demasiado porque heredamos alguna de las personas que ya estaban trabajando con el embajador anterior. Hay un ama de llaves española que se llama Luisa, que escapó con su marido cuando acabó la guerra civil. A pesar de su edad -debe de tener lo menos sesenta y cinco-, conserva una larga coleta de pelo negro que le llega a la cintura y unos ojos profundos del sur. Me está siendo de mucha ayuda porque acá nadie habla otra cosa que no sea ruski y éste es un idioma imposible que creo que nunca seré capaz de aprender. Sin embargo, tiene un lindo sonido. A veces casi parece música. También tenemos a Iván, que es el chofer. Es gordo, panzudo y muy simpático. Me contó Luis que luchó en la Segunda Guerra Mundial y, según dicen, fue uno de los soldados que ondearon la bandera soviética en el Reichstag. Después está el mucamo (Yuri, joven, con bigotito, que es boxeador en sus ratos libres), y Larissa, la cocinera. Me parece que si no queremos morir de hambre en esta casa ella y yo tendremos que pasar muchas horas juntas. Es un caso curioso teniendo en cuenta que es cocinera: no sabe cocina rusa, ni internacional ni de ningún tipo. Me imagino que habrá sido una estupenda operadora de submarinos atómicos y este puesto se lo dieron en recompensa. Por último está Serioya, el hombre para todo de la embajada, aunque debería decir más bien el hombre para nada. Cada vez que se le pide que vaya a arreglar, por ejemplo, una tubería porque se está inundando el salón, contesta lo mismo: patom, madam, patom, palabra que no hace falta que me traduzcan porque ya me imagino que es el equivalente al «mañana» latino. Luis ha pedido varias veces que lo sustituyan porque siempre está metido en su pequeño taller del sótano y no sabemos qué hace allí. No entendíamos por qué los del UPDK no nos hacían ni caso, hasta que un día le pedí que descolgara uno de los cuadros que había en el salón para poner uno nuestro. Y Serioya hacía como que no entendía y volvía a repetir el patom, patom. En resumen, daba todo tipo de excusas para no hacerlo. Harta de esta situación, me arremangué, subí a una silla y lo bajé yo misma. Detrás del cuadro había un cable del que colgaba algo parecido a una pequeña alcachofa de ducha. Aunque ya había oído hablar mucho de ellos, no podía creer que lo que tenía en la mano fuera ¡un micrófono! Pablo, el funcionario de la embajada que vive en la casita que está al fondo del jardín de la residencia, nos aclaró que Serioya es el encargado de la instalación y mantenimiento de estos artefactos en la embajada, ésa es su misión primordial. Todo parece indicar que hay una completísima red de micrófonos por toda la casa para registrar nuestras apasionantes conversaciones. Cosa comprensible si ésta fuera la Embajada de Estados Unidos, pero con nosotros me parece que se van a aburrir, porque de momento lo único que hacemos es arrastrar muebles de un lado a otro y los secretos que podemos guardar no le interesan ni a una portera.

A la casa le hacen falta cantidad de reparaciones y por ahora esto va a paso de caracol. Los pocos operarios que aparecen por acá a la primera ocasión se bajan al sótano a tomar té, charlar o dormir una siestita en unos colchones viejos que hay ahí. A mí se me llevan los demonios con esta gente, ¡con la cantidad de cosas que hay que hacer! Hay que pintar, acuchillar pisos, poner cortinas, cambiar todas las cañerías de la casa, porque se nota que hace milenios que nadie arregla nada en esta casa. En resumen: tenemos retnont (como dicen acá a todos estos trabajos), mudanza y de remate boda. ¡De locos!