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Por supuesto todo esto no se lo he contado a nadie y menos a Luis porque se reiría de mí. A él le encantan los Darling, los encuentra muy adecuados para una embajada en Londres. Ni siquiera le parece ridículo que se apelliden Darling y haya que llamarlos por tan absurdo apellido, sobre todo al marido («Good morning, Darling! Thank you, Darling!»). Según Luis no hay nada de qué reírse, todo es «muy british, muy Commonwealth». Me trago pues mi síndrome de Rebeca y aquí estoy organizando el té para lady Marsch, la del Foreign Office. Le he pedido a mistress Darling que prepare scons con mantequilla y nata como les gusta a los ingleses, pero no estaría de más añadir un toque rioplatense a la merienda, como un buen dulce de leche. Me pregunto qué será eso tan importante y distinto sobre lo que quiere instruirme lady Marsch. No es la primera vez que asisto a una entrega de cartas credenciales y no creo que, por mucho que a los ingleses les gusten los rituales y la puesta en escena, esta ceremonia vaya a ser muy diferente de las de otros países.

Huelga afirmar que me equivocaba, y ahora más que nunca puedo decirlo con conocimiento de causa: England is different.

Ese jueves lady Marsch llegó puntualísima a la hora del té (que, por cierto, es a las cuatro y no las cinco como erróneamente se cree fuera de Inglaterra). Venía ataviada con un trajecito verde loro, un chai turquesa y zapatos a juego. Menciono el detalle porque tiene mucho que ver con mi «adiestramiento» antes de ver a su graciosa majestad. Por lo visto, según me explicó lady Marsch mientras daba buena cuenta de los scons («Very delicious, mistress Pausadas, really delicious»), había que tener muy presente que a la Reina le gustan sólo los colores vivacious o alegres.

– Por tanto, querida, en ningún caso sería aceptable elegir para la ceremonia el color negro, no, de ninguna manera, sería un desastre. Compréndalo, aquí en Inglaterra todo es muy gay, es decir, muy alegre. Tampoco son recomendables el malva, el gris oscuro o el marrón chocolate. Aunque la audiencia es por la mañana, si ese día luce poco el sol, su majestad puede equivocarse y creer que va usted de negro. Siendo así, inmediatamente creerá que está usted de luto, y a continuación le presentará sus condolencias, lo que produciría una gaffe muy desagradable que tenemos que evitar. Nosotros no queremos que la Reina incurra en ninguna gaffe ¿verdad, mistress Pisadas? ¿Le importaría pasarme, querida, un poco más de ese toffee semilíquido que le ponen ustedes a los scons? Está delicioso.

Le pasé el dulce de leche y ella, tras chuparse los dedos, continuó:

– También es importante que lleve usted guantes a la ceremonia; la Reina, como está en su propia casa no puede llevarlos y usted comprenderá…

Aquí lady Marsch dejó la frase inconclusa, pero como volvió a chuparse los dedos yo interpreté que el asunto de los guantes tenía que ver más con una medida higiénica que con el protocolo. Quién sabe, me dije, tal vez la Reina sea como Howard Hughes, ese multimillonario norteamericano tan raro que aborrecía tener contacto físico directo con la gente. Sí, claro, ahora entiendo por qué siempre se la ve con guantes, para evitar miasmas al tener que dar la mano a tantísimas personas en la calle. En su casa, sin embargo, no está bien usarlos, de ahí que me tocase a mí poner el cordón sanitario.

– ¿Más scons, lady Marsch?

– Gracias, mistress Pescadas, y una gota de té también, con una nube de leche.

El resto de las instrucciones que me dio la buena señora sólo pueden describirse como tabla de gimnasia o como indicaciones para bailar la yenka. En página aparte (y traducido por yours trully, puesto que últimamente he hecho muchos progresos con mi inglés), incluyo la hojita que me entregó la lady con todas las instrucciones completas junto con un croquis de la Grand Entrance de Buckingham Palace y los pasos que hay que dar y dónde se tiene que hacer cada reverencia, que son varias. Sin embargo, y haciendo una síntesis, diré que toda la coreografía de la ceremonia de presentación de credenciales es muy enredada. Para empezar, he de decir que a la mujer del embajador la encierran hasta el último momento en una habitación que muy adecuadamente se llama The Bow Room, la habitación de las reverencias. Mientras yo estoy en el Bow Room, Luis, acompañado por el caballerizo real y el vicemariscal de la Reina, deberá hacer su propia coreografía que, a grandes rasgos y según reza la compleja hojita, consiste en lo siguiente: se abre la puerta, tres pasos adelante y primera reverencia. Cuarto paso adelante con el pie izquierdo, segunda reverencia. Una vez ante la Reina, hay que decir unas breves palabras protocolarias (no más de media docena), al tiempo que se entregan las credenciales. Éstas se llevan primero en la mano izquierda, pero una vez que se ha saludado a la Reina, se entregarán con ambas manos. Para dirigirse a ella en la primera ocasión ha de utilizarse la fórmula «Your Majesty» y a partir de ahí «Ma'am» pronunciado en a, nunca ene… En fin, todavía estaba yo a la mitad de la explicación con la hojita de marras en la mano y ya tenía un mareo considerable.

– ¿Otro poco de té, lady Marsch? -le pregunté para permitirme una tregua, pero la noble dama ni me escuchó porque estaba dando buena cuenta de un enorme scon tan embadurnado de dulce de leche que empalagaría a varios caballerizos reales y a no pocos vicealmirantes.