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Nunca había habido tanta gente en las instalaciones de cálculo cuántico. Ponter y Adikor estaban allí. Y la embajadora Prat, y tres miembros del Gran Consejo Gris, incluidos los representantes locales. Dem, el experto en robótica estaba presente también, para manejar la sonda. Y dos exhibicionistas con sus unidades grabadoras tomaban imágenes que transmitirían en cuanto volvieran a la superficie.

Y había llegado el momento.

Adikor se situó ante su consola de control, a un lado de la sala, y Ponter ante la suya, en el otro. Dern tenía una consola independiente sobre una mesa.

—¿Llevas todo lo necesario para el viaje? —preguntó Adikor.

Ponter hizo una última comprobación. Hak, naturalmente, estaba allí, como siempre, y había sido mejorada con una completa base de datos de medicina y cirugía, por si algo les sucedía a Ponter o a Tukana en el mundo gliksin.

Una ancha banda de cuero cubierta de bolsas rodeaba la cintura de Ponter. Ya había hecho inventario: antibióticos, antivirales, potenciadores del sistema inmunológico, vendas esterilizadas, un escalpelo cauterizador láser, tijeras quirúrgicas y una selección de anticongestivos, analgésicos y somníferos. Tukana lucía un cinturón similar. También llevaban las dos maletas con varias mudas de ropa.

—Todo listo —dijo Ponter.

—Todo listo —repitió Tukana.

Adikor miró a Dern.

—¿Y tú?

El grueso científico asintió.

—Listo.

—Cuando queráis, entonces —le dijo Adikor a Ponter.

Ponter le hizo un gesto extendiendo los dedos.

—Vayamos a ver a nuestros primos.

—De acuerdo —dijo Adikor—. ¡Diez!

Había un exhibicionista de pie junto a Adikor; el otro estaba junto a Ponter.

—¡Nueve!

Los tres miembros del Gran Consejo Gris se miraron entre sí: muchos más hubiesen querido asistir, pero se decidió que no podían arriesgarse más que tres.

—¡Ocho!

Dern tiró de algunas clavijas de control de su consola.

—¡Siete!

Ponter miró a la embajadora Prat; si estaba nerviosa lo disimulaba bien.

—¡Seis!

Entonces miró por encima del hombro la ancha espalda de Adikor.

Deliberadamente no se habían despedido de ninguna manera especial la noche anterior: ninguno de los dos quería admitir que, si algo salía mal, cabía la posibilidad de que Ponter nunca regresara a casa.

—¡Cinco!

Y no perdería sólo a Adikor. La idea de que sus hijas se quedaran huérfanas a una edad tan temprana había sido la principal preocupación de Ponter al repetir aquel viaje.

—¡Cuatro!

Una preocupación menor (pero significativa) era volver a caer enfermo en el mundo gliksin, a pesar de que los doctores habían reforzado su sistema inmunológico y Hak había sido modificada para analizar constantemente su sangre en busca de cuerpos extraños.

—¡Tres!

También le preocupaba que él mismo o Tukana desarrollaran alergias a las cosas del otro lado.

—¡Dos!

Y Ponter tenía algún que otro recelo sobre la estabilidad a largo plazo del portal, basado, después de todo, en procesos cuánticos que eran, por su propia naturaleza, impredecibles. Sin embargo…

—¡Uno!

Sin embargo, a pesar de todos los problemas potenciales, de todos los inconvenientes potenciales, regresar al mundo gliksin tenía un aspecto muy positivo…

—¡Cero!

Ponter y Adikor tiraron simultáneamente de las clavijas de sus paneles de control.

De repente se produjo un gran rugido en la cámara de cálculo, visible a través de una ventana de la sala de control. Ponter sabía lo que estaba sucediendo aunque nunca lo había visto como espectador, Todo lo que no estuviera atornillado en la sala de cálculo estaba siendo lanzado al otro universo. Los cilindros de registro de cristal y acero (incluso el defectuoso, el 69) permanecieron firmes, pero todo el aire de la cámara estaba siendo intercambiado por una masa comparable en el otro universo. Cuando Ponter había sido trasladado accidentalmente, el espacio correspondiente del otro lado contenía una gigantesca esfera acrílica llena de agua pesada… el corazón de un detector de neutrinos gliksin.

Pero esta vez no llegó ningún borbotón de agua pesada. Habían achicado la cámara antes del regreso de Ponter, para que el daño que su llegada había causado a la esfera acrílica pudiera ser reparado.

Justo según lo previsto, la brillante sonda (cilíndrica, de aproximadamente una brazada de largo) atravesó el fuego azul que marcaba el portal, la luz abrazando los contornos de la sonda al hacerlo. Ya sólo se veían los cables de sujeción y telecomunicación sujetos a la sonda, tensos, que desaparecían en el aire a la altura de la cintura. Ponter dirigió su atención al gran monitor de pared añadido a la sala de control para mostrar lo que captara la sonda.

Y lo que captaba eran…

—¡Gliksins! —exclamó la embajadora Prat.

—Y yo que no me lo podía creer —dijo el consejero Bedros.

Adikor se volvió a mirar a Ponter, sonriendo.

—¿Hay alguien a quien conozcas?

Ponter observó la escena. Como antes, el portal había aparecido a varios cuerpos por encima del suelo; la instalación de cálculo cuántico parecía estar levemente por encima y ligeramente al norte del centro de la cámara de detección de neutrinos. Una docena o más de gliksins trabajaba dentro de la cámara, todavía seca. Todos llevaban mono y, en la cabeza, aquellas conchas de tortuga amarillas de plástico. La mayoría de los gliksins tenían la misma piel clara que el pueblo de Ponter, pero dos la tenían marrón oscuro. A Ponter le pareció que la mayoría de los trabajadores eran varones, pero era muy difícil decirlo con los gliksins. Naturalmente, la única cara que esperaba ver era femenina, pero no había ningún motivo para que estuviera haciendo reparaciones en el fondo de una mina.

Todas las caras miraban directamente la sonda y varios de los individuos señalaban con sus flacos brazos.

—No —dijo Ponter—, Nadie conocido.

Los micrófonos de la sonda estaban captando sonidos, que resonaban extrañamente en la cavernosa cámara. Ponter no entendía demasiado de lo que se decía, pero escuchó su nombre en algún momento.

—Hak —dijo Ponter, hablando a su Acompañante—, ¿qué están diciendo?

Hak tenía una nueva voz: mientras mejoraban a su Acompañante, Ponter le había pedido a Kobast Gant que programara una agradable voz masculina que no se pareciera a la de nadie que Ponter conociera.

Hak habló a través de su altavoz externo, para que todo el grupo pudiera oírlo.

—El varón situado a la derecha de la pantalla acaba de invocar a esa cosa que llaman Dios… al parecer, en este contexto, es una exclamación de sorpresa. El varón que está a su lado mencionó al hijo putativo de esa cosa Dios. Y la mujer que está a su lado ha dicho: «Santo cielo.»

—Muy extraño —dijo Tukana.

—El varón de la derecha —continuó Hak—, acaba de gritarle a alguien que se encuentra fuera de nuestro campo de visión que pongan a la doctora Mah en el enlace de comunicaciones.

Mientras Hak hablaba, varios humanos se acercaron a la sonda, A Ponter le gustó oír los jadeos de sorpresa de los tres miembros del Gran Consejo Gris y la embajadora Prat mientras veían sus primeras imágenes de cerca de los extraños y afilados rostros gliksin, con aquellas narices ridículamente pequeñas.