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—Bueno —dijo Dera experto en robótica—, parece que hemos establecido contacto, y parece que las condiciones al otro lado son adecuadas.

Los tres miembros del Gran Consejo Gris consultaron entre sí durante varios latidos, y entonces Bedros asintió.

—Adelante —dijo.

Ponter y Dern agarraron cada uno un extremo del tubo de Derkers plegado. Adikor abrió la puerta que conducía a la sala de cálculo. No hubo ningún siseo ecualizador, ningún zumbar de oídos; aunque el aire de la cámara de cálculo procedía presumiblemente ahora en su mayoría del mundo gliksin, se habían intercambiado volúmenes comparables. Los gliksins filtraban con cuidado el aire del detector de neutrinos, y el aire que Ponter estaba respirando ahora no olía a nada.

El punto de entrada al otro universo quedó claramente delimitado por los dos cables que desaparecían en un agujero rodeado de azul en el espacio. Dern, que había estado presente durante el rescate de Ponter, maniobró el extremo del tubo de Derkers plegado para que entrara en contacto con el cable de sujeción de la sonda. Ponter blandió el tubo (de unas buenas ocho brazadas), y lo colocó paralelo al cable de sujeción.

—¿Listo? —preguntó Dern, mirando a Ponter por encima del hombro.

Ponter asintió.

—Listo.

—Muy bien —dijo Dern—. Con suavidad ahora.

Dern empezó a pasar el tubo por el portal, que se ensanchó lo suficiente para acomodarse a su estrecho diámetro. Ponter empujó con cuidado desde atrás. Adikor había traído un monitor portátil que reproducía la imagen de la sonda. Movió el aparato para que Dern y Ponter pudieran ver lo que estaba pasando al otro lado. Aunque habían bajado la sonda al suelo de la cámara detectora de neutrinos, de modo que los dos cables atados iban hacia abajo al atravesar el portal, el tubo de Derkers sobresalía paralelo al suelo. Los gliksins no podían alcanzarlo: estaba demasiado por encima de sus cabezas. Pero lo señalaban, y gritaban entre sí.

—Ya es suficiente —dijo Dern cuando vio que había pasado casi la mitad del tubo. Había hecho una pequeña marca de referencia en el punto medio. Ponter dejó de pasar tubo. Dern se acercó al extremo para ayudarlo a abrirlo.

Al principio, Ponter y Dern apenas podían meter una mano en la estrecha boca del tubo, pero éste cedió cuando tiraron en direcciones opuestas, expandiendo su diámetro más y más mientras sus mecanismos de encaje emitían fuertes chasquidos.

Ponter metió la otra mano en la boca ensanchada, y Dern metió la izquierda también, y los dos continuaron abriéndola. Pronto el tubo adquirió una buena brazada de diámetro, pero eso era sólo la tercera parte de su extensión máxima, y siguieron abriéndolo más y más.

La embajadora Prat y los tres Grandes Consejeros Grises habían bajado a la sala de cálculo. Uno de los exhibicionistas los acompañaba; el otro estaba en el escalón superior que conducía a la sala de controclass="underline" era evidente que quería poder largarse de allí si algo salía mal.

Parecía que el viejo Bedros quería echar una mano: estaban haciendo historia, después de todo. Ponter asintió para que colaborara. Pronto, seis manos estuvieron tirando de la boca del tubo. En el monitor portátil, Ponter vio las extrañas mandíbulas puntiagudas de los gliksins abiertas de asombro.

Finalmente, terminaron: el tubo había alcanzado su diámetro máximo y su parte inferior reposaba en el suelo de granito de la sala de cálculo. Ponter miró a Tukana y le indicó que avanzara.

—Usted es la embajadora —dijo.

La mujer del pelo gris negó con la cabeza.

—Pero le conocen a usted: una cara reconocible y amistosa.

Ponter asintió.

—Como usted quiera.

Adikor le dio a Ponter un fuerte abrazo. Entonces Ponter regresó a la boca del túnel, e inspiró profundamente, pues aunque había visto a través de los ojos de la sonda, no podía dejar de recordar lo que le había sucedido la última vez que pasó al mundo gliksin. Empezó a recorrer la longitud del tubo. Desde el interior, la única señal del portal era un leve anillo azul de luz, visible a través de la membrana translúcida entre los componentes entrecruzados de metal del tubo: parecía que al forzar el portal a abrirse de esta forma, no tendrían que soportar la inquietante visión de las secciones transversales de sí mismos al ir al otro lado.

Ponter caminó hacia el anillo azul y, con un paso de gigante, cruzó el umbral que conducía al mundo gliksin. Por la abertura del túnel vio la pared del fondo de la cámara de detección de neutrinos, un poco más lejos. Sólo tardó unos latidos en llegar al final del túnel, que, puesto que Adikor y Dern lo sujetaban con fuerza desde el otro lado, no temblaba mucho bajo su peso.

Asomo la cabeza al final del tubo y miró a los gliksins de abajo con lo que, lo sabía, debía ser una enorme sonrisa. Pronunció unas cuantas palabras y Hak proporcionó la traducción al máximo volumen de su Altavoz externo.

—¿Alguien quiere ser tan amable de acercar una escalerilla?

10

Había una escalerilla a mano en el lado de Ponter del portal, pero habría sido engorroso hacerla pasar por la estrecha sala de cálculo. Así que esperó a que los gliksins trajeran una desde el otro lado de la cámara de detección de neutrinos. Parecía la misma escalerilla por la que Ponter había subido cuando regresó a casa.

Hicieron falta unos cuantos intentos, pero por fin la escalerilla quedó apoyada contra el extremo abierto del tubo de Derkers que asomaba de lo que Ponter sabía que debía de parecerles el aire a los gliksins.

Tras él, Ponter vio a Dern y Adikor usando herramientas para fijar su extremo del tubo de Derkens al suelo de granito de la cámara de cálculo cuántico.

Una vez que la escalerilla estuvo en su sitio, Ponter se retiró tubo abajo y dejó que Adikor y Dern se asomaran. Se tomaron un instante para contemplar el fascinante espectáculo de la cámara de detección de neutrinos y los extraños seres de abajo, y luego se pusieron a trabajar, debatiéndose con las cuerdas que atarían la parte superior de la escalerilla a la boca del tubo de Derkers. Ponter oía a Adikor murmurar «increíble, increíble» una y otra vez mientras trabajaba.

Adikor y Dern regresaron luego a su extremo del tubo y Ponter y la embajadora Prat lo recorrieron en toda su longitud. Ponter se dio media vuelta y bajó por la escalerilla, con cuidado, hasta el suelo de la cámara de detección de neutrinos. Al acercarse al fondo, sintió las manos de los gliksins en sus brazos, para ayudarle a bajar. Puso un pie y luego otro en el suelo de la cámara y se volvió.

—¡Bienvenido de nuevo! —dijo uno de los gliksins, sus palabras traducidas por Hak a los implantes que Ponter tenía en el oído.

—Gracias —respondió Ponter.

Contempló las caras que lo rodeaban, pero no reconoció ninguna. No era de extrañar: aunque hubieran llamado a alguien que él conociera en el momento en que vieron la sonda, esa persona todavía estaría en camino desde la superficie.

Ponter se apartó de la escalerilla y alzó la cabeza para mirar a la boca del tubo. Hizo señas a la embajadora Prat y gritó:

—¡Puede bajar!

La embajadora se dio media vuelta y bajó por la escalerilla.

—¡Eh, mirad! —dijo uno de los gliksins—. ¡Es una mujer neanderthal!

—Es Tukana Prat —dijo Ponter—. Nuestra embajadora ante su mundo.

Tukana llegó abajo y se volvió. Dio una palmada, para quitarse el polvo de la escalerilla que se le había quedado en las manos. Un gliksin (uno de los dos hombres de piel oscura) dio un paso al frente. Parecía no saber que hacer, y luego, después de un instante, inclinó la cabeza ante Tukana y dijo:

—Bienvenida a Canadá, señora.