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—¡Reuben! —declaró, diciendo el nombre él mismo. Luego, Hak continuó por él—: Me alegro mucho de volver a verte, amigo mío.

Ponter se volvió hacia Tukana y habló rápidamente en lengua neandertal.

—Reuben es el médico de la mina Creighton. Es el primero que me trató cuando casi me ahogué al llegar, y fue en su casa donde Mary Vaughan, Lou Benoit y yo estuvimos en cuarentena.

Se volvió hacia Reuben. Y Hak tradujo una vez más:

—Amigo Reuben, ésta es la embajadora Tukana Prat.

Reuben sonrió ampliamente (para tratarse de un gliksin), y ejecutó una galante reverencia.

—Señora embajadora. ¡Bienvenida!

—Gracias —dijo Tukana, a través de su propio implante Acompañante, que había mejorado para igualar las capacidades de Hak—. Me encanta estar en este mundo. —Contempló la pequeña y austera habitación—. Aunque esperaba ver algo más de él.

Ruben asintió.

—Estamos trabajando en eso. Tenemos expertos que vienen desde el Laboratorio para el Control de Enfermedades de Ottawa y el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en Atlanta. Tengo entendido que usaron ustedes algún tipo de aparato de esterilización láser. Eso es nuevo para nosotros, y nuestros expertos tendrán que comprobar que realmente funciona.

—Por supuesto —dijo la embajadora Prat—. Aunque esperamos ansiosos establecer relaciones comerciales equitativas con su mundo, comprendemos que esta tecnología es una de las que debemos revelar libremente. Sus expertos podrán venir a nuestro lado del portal y examinar el equipo. La diseñadora del equipo. Dapbur Kajak, está a su disposición, les explicará encantada sus principios y lo someterá a todas las pruebas que requieran.

—Excelente —dijo Reuben—. Entonces deberíamos poder resolver esto rápidamente.

Ponter esperó hasta asegurarse que Reuben hubiese terminado con el tema y entonces dijo, hablando por sí mismo:

—¿Dónde está Mary?

Reuben sonrió, como si hubiera estado esperando la pregunta.

—La ha contratado una empresa estadounidense. Ahora trabaja en Rochester, Nueva York.

Ponter frunció el ceño. Esperaba que Mary estuviera allí, en Sudbury, pero no había motivo para que se quedara después de su marcha. Su hogar, después de todo, no se encontraba en esa ciudad.

—¿Cómo estás, Reuben? —preguntó Ponter. Era una peculiaridad gliksin preguntar constantemente por la salud del otro, pero Ponter sabía que era una cortesía esperada.

—¿Yo? —dijo Reuben—. Bien. He tenido mis quince minutos de fama, y francamente me alegro de que se hayan acabado.

—¿Quince minutos? —repitió Tukana.

Reuben se echó a reír.

—Un artista de aquí dijo una vez que, en el futuro, todo el mundo sería famoso quince minutos.

—Ah —dijo Ponter—. ¿Qué clase de artista?

Reuben intentaba reprimir una sonrisa.

—Mm, bueno, fue muy conocido por pintar latas de sopa.

—Me parece que quince minutos son más de lo que él merecía —dijo Ponter.

Reuben volvió a echarse a reír.

—Te he echado de menos, amigo mío.

Llegó un equipo del Laboratorio para el Control de Enfermedades, seguido poco después de otro del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Dos mujeres, una de cada entidad, se convirtieron en los primeros miembros del Homo sapiens sapiens en viajar al universo neandertal. Periódicamente, una u otra asomaba la cabeza por el extremo del túnel y pedía que le pasaran equipo al otro lado.

Ponter trató de esperar con paciencia, pero era frustrante. ¡Todo un mundo extraño esperándolos! Tanto él como Tukana ya habían dado multitud de muestras de sangre y tejidos, además de haber sido sometidos a completos exámenes físicos por parte de Reuben.

A pesar de la cuarentena, Ponter y Tukana recibieron visitas. La primera fue la de una pálida mujer gliksin de pelo marrón corto y gafitas redondas.

—Hola —dijo, con lo que Ponter reconoció tras su trato con Louise Benoit como acento francocanadiense—. Me llamo Hélene Gagné. Pertenezco al Departamento de Asuntos Exteriores y Comercio Internacional de Canadá.

Tukana dio un paso adelante.

—Embajadora Tukana Prat, en representación del Gran Consejo Gris de… bueno, de la Tierra —indicó a Ponter con la cabeza—. Mi asociado, el sabio (y enviado) Ponter Boddit.

—Mis saludos —dijo Hélene—. Encantada de conocerlos a ambos. Enviado Boddit, prometemos que las cosas saldrán un poco mejor que en su última visita.

Ponter sonrió.

—Gracias.

—Antes de continuar, señora embajadora, me gustaría hacerle una pregunta. Tengo entendido que la geografía de su mundo y la de éste son la misma, ¿correcto?

Tukana Prat asintió.

—Muy bien —dijo Hélene. Llevaba un pequeño maletín. Lo abrió y sacó un sencillo mapa del mundo que sólo mostraba formas de tierra, pero no fronteras—. ¿Puede indicarme dónde nació usted?

Tukana Prat tomó el mapa, lo miró y señaló un punto de la costa Oeste de América del Norte. Hélene le tendió un rotulador, sin capuchón.

—¿Puede marcar el lugar … lo más exactamente posible, por favor?

Tukana pareció sorprendida por la petición, pero así lo hizo, poniendo una marca roja en la punta norte de la isla de Vancouver.

—Gracias —dijo Hélene—. Ahora, ¿quiere firmar junto a ese punto?

—¿Firmar?

—Mmm, ya sabe, escribir su nombre.

Tukana Prat así lo hizo, dibujando una serie de símbolos angulares.

Hélene sacó un sello notarial del maletín y marcó el mapa, y luego añadió su propia firma y fecha.

—Muy bien, esperamos que con esto quede zanjada la cuestión. Nació usted en Canadá.

—Yo nací en Podnilak —dijo Tukana.

—Sí, sí, pero eso está en lo que corresponde a Canadá en este mundo… a la isla de Vancouver, la Columbia Británica, para ser precisos. Es usted, según todas las leyes establecidas, canadiense. Y ya sabemos que el enviado Boddit nació cerca de Sudbury, Ontario. Así que si usted y el enviado Boddit no ponen objeciones, lo primero que vamos a hacer cuando salgan de la cuarentena es concederles a ambos la ciudadanía canadiense.

—¿Por qué? —preguntó Tukana Prat.

Pero antes de que Helene pudiera responder, Ponter intervino.

—Este asunto ya se trató durante mi primer viaje. Hacen falta documentos para viajar entre naciones en esta versión de la Tierra. El más importante —hizo una pausa, mientras Hak le recordaba el nombre —se llama pasaporte, y no se puede tener pasaporte sin ciudadanía.

—Así es —dijo Hélene—. Recibimos bastantes presiones de otros gobiernos, sobre todo de Estados Unidos, cuando estuvo usted aquí la vez anterior, porque no salió de Canadá. Bueno, cuando salgan de aquí, los llevaremos a Ottawa (ésa es la capital de Canadá), para que los nombren ciudadanos de acuerdo con la Sección 5, Párrafo 4, del Acta de Ciudadanía Canadiense, que permite a un ministro conceder a cualquiera la ciudadanía en circunstancias especiales. No se preocupen: no afectará a su capacidad para seguir siendo ciudadanos de la jurisdicción que sea apropiada en su mundo; Canadá ha reconocido siempre la doble nacionalidad. Pero cuando viajen fuera de Canadá, serán tratados como diplomáticos canadienses, y por tanto se les concederá inmunidad diplomática a todos los efectos. Eso nos permitirá eludir cualquier restricción hasta que se establezcan relaciones formales entre cada una de sus naciones y nuestro mundo.

—¿Cada una de nuestras naciones? —dijo Tukana—. Nosotros tenemos un Gobierno mundial unificado. ¿No tienen ustedes lo mismo?

Hélene negó con la cabeza.

—No. Tenemos una cosa llamada «Naciones Unidas»… Los trajinaremos a su sede después de una cena de Estado con nuestro primer ministro en Ottawa. Pero no es un Gobierno mundial; es sólo un foro donde las naciones independientes discuten asuntos de mutua importancia. A medida que pase el tiempo, su Gobierno tendrá que ser formalmente reconocido por cada una de las naciones que componen la ONU.