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—Supongo que es lógico. ¿Cómo se adaptaron?

—Las aves afectadas tienen una poderosa sustancia magnética en el cerebro…

—Magnetita —apuntó Arnold—. Tres átomos de hierro y cuatro de oxígeno.

—Sí —dijo Ponter—. Otras clases de aves navegan siguiendo las estrellas, y algunos individuos de la especie que usa magnetita cerebral para determinar la dirección fueron capaces de guiarse también por las estrellas. Siempre ocurre así en la naturaleza: las diferencias dentro de una población proporcionan vigor cuando el medio ambiente cambia, y las capacidades más cruciales tienen un sistema de refuerzo.

—Fascinante —dijo Arnold—. Fascinante. Pero dígame, ¿cómo determinaron ustedes que el campo magnético de la Tierra se invierte periódicamente? Eso es algo nuevo para nosotros.

—La alteración de la polaridad del campo magnético del planeta se registra en los lugares de impacto de meteoritos.

—¿Sí? —dijo Arnold, alzando su única y larga ceja… ¡qué refrescante era ver a alguien que parecía normal, al menos en ese aspecto!

—Sí —contestó Ponter—. Cuando un meteoro de níquel y hierro choca contra la Tierra, el impacto alinea el campo magnético del meteoro.

Arnold frunció el ceño.

—Supongo que es lógico. Igual que golpear una barra de hierro con un martillo y convertirla en un imán.

—Exactamente. Pero si no lo supieron ustedes gracias a los meteoritos, ¿cómo llegó su gente a saber que el campo magnético de la Tierra se invierte periódicamente?

—Por los sedimentos marinos —respondió Arnold.

—¿Qué? —dijo Ponter.

—¿Conocen ustedes las placas tectónicas? —preguntó Arnold—. Ya sabe, ¿la deriva continental?

—¿Los continentes derivan? —dijo Ponter, poniendo cara de tonto. Pero entonces alzó una mano. No, esta vez estaba haciendo un chiste. — Sí, mi gente lo sabe. Después de todo, las costas de Ranilass y Podlar estuvieron una vez claramente unidas.

—Debe de referirse a América del Sur y África —dijo Arnold, asintiendo. Sonrió con tristeza—. Sí, cabría pensar que tendría que haber parecido cegadoramente obvio para todo el mundo, pero nuestra gente tardó décadas en aceptar la idea.

—¿Por qué?

Arnold se encogió de hombros.

—Usted es científico; sin duda lo comprenderá. La vieja guardia creía saber cómo funcionaba el mundo, y no estaban dispuestos a renunciar a sus teorías. Como sucede con tantos cambios paradigmáticos, no se trataba de convencer a nadie de que cambiara de opinión. Más bien, hubo que esperar a que pasara una generación.

Ponter trató de ocultar su asombro. ¡Qué extraordinaria aproximación a la ciencia tenían estos gliksins!

—En cualquier caso —continuó Arnold—, al final acabamos por encontrar pruebas de la deriva continental. En mitad de los océanos… hay sitios donde se acumula magma del manto, formando roca nueva…

—Nosotros dedujimos que esos lugares deben existir —dijo Ponter—. Después de todo, ya que hay sitios donde la roca vieja es empujada hacia abajo…

—Zonas de subducción —informó Arnold.

—Como usted diga. Si hay sitios donde las rocas antiguas se hunden, sabíamos que debe haber sitios donde surjan rocas nuevas, aunque, naturalmente, nunca los hemos visto.

—Nosotros hemos tomado muestras.

Ponter puso de verdad cara de tonto esta vez.

—¿En pleno océano?

—Sí, desde luego —dijo Arnold, evidentemente contento de que por una vez, los suyos anduvieran por delante—. Y si mira las rocas a ambos lados de la grieta de la que surge el magma, se ven pautas simétricas de magnetismo… normales a cada lado de la grieta, distancias igualmente inversas a izquierda y derecha de la grieta, normales de nuevo al otro lado pero más lejanas, y así sucesivamente.

—Impresionante.

—Tenemos nuestros momentos —dijo Arnold.

Sonrió, y estaba claramente invitando a Ponter a hacer lo mismo.

—¿Perdone? —dijo Ponter.

—Es un chiste; un juego de palabras. Ya sabe: «momento magnético», el producto de la distancia entre los polos de un imán y la fuerza de cada polo.

—Ah —dijo Ponter. Aquella manía gliksin por los juegos de palabras… nunca la comprendería.

Arnold parecía decepcionado.

—De todas formas, me sorprende que su campo magnético se colapsara antes que el nuestro —dijo—. Quiero decir, comprendo el modelo Benoit: que este universo se desgajó del suyo hace cuarenta mil años, en el alba de la conciencia. Bien. Pero no veo cómo nada que su gente o la mía haya hecho en los últimos cuatrocientos siglos pueda haber afectado a la geodinamo.

—Sí que es sorprendente —reconoció Ponter.

Arnold se levantó de la silla.

—Con todo, debido a eso ha satisfecho usted más mi particular curiosidad de lo que creía posible.

Ponter asintió.

—Me alegro. Deberían ustedes… ¿cómo lo dirían? Deberían navegar sin esfuerzo por el colapso del campo magnético —guiñó un ojo—. Después de todo, nosotros lo hicimos.

12

Mary intentaba concentrarse en el trabajo, pero se le iba la mente una y otra vez a Ponter … cosa nada sorprendente, dado que era precisamente en el ADN de Ponter en lo que trabajaba.

Mary daba un respingo cada vez que leía un artículo de divulgación en el que se trataba de explicar por qué el ADN mitocondrial sólo se hereda por vía materna. La explicación habitual era que sólo penetra en el óvulo la cabeza del espermatozoide, y que sólo la sección central y la cola contienen mitocondrias. Pero aunque es cierto que las mitocondrias se distribuyen de esa forma en el espermatozoide, no lo es que sólo la cabeza entre en el óvulo. Los estudios con microscopio y los análisis de ADN han demostrado que el ADN mitocondrial de la sección media del espermatozoide acaba fertilizando los óvulos. En realidad nadie sabe por qué el ADN mitocondrial paterno no se incorpora al cigoto como el ADN mitocondrial materno; por algún motivo desaparece, y la explicación de que no llega de entrada es bonita y conveniente pero, desde luego, falsa.

De todas formas, ya que había miles de mitocondrias en cada célula y sólo un núcleo, era mucho más fácil recuperar ADN mitocondrial que ADN nuclear de los especimenes antiguos. No se había extraído nunca ADN nuclear de ninguno de los fósiles neanderthales conocidos en la Tierra de Mary, y por eso se había concentrado en estudiar el de Ponter, comparándolo y contrastándolo con el ADN mitocondrial gliksin. Pero al parecer no había ninguna secuencia detectable simultáneamente en el ADN de Ponter y en el ADN mitocondrial conocido de los fósiles neanderthales pero ausente en los gliksins, ni viceversa.

Y por eso Mary se dedicó por fin al ADN nuclear de Ponter. Esperaba que fuese aún más difícil encontrar una diferencia allí y, en efecto, después de investigar concienzudamente, no encontró ninguna secuencia de nucleótidos diferente entre los neanderthales y el Hamo sapiens sapiens; todos los marcadores relacionaban cadenas de ADN de ambas especies de humanos.

Aburrida y frustrada, a la espera de que Ponter fuera liberado de la cuarentena para reavivar su amistad, Mary decidió hacer un cariotipo del ADN neanderthal. Eso implicaba cultivar algunas células de Ponter hasta que estuvieran a punto de dividirse (el único momento en que los cromos amas se detectan), y luego en colchicina paralizar los cromosomas en ese estadio. Una vez hecho, Mary teñía las células (la palabra «cromosoma», después de todo, significa «cuerpo coloreado», por su tendencia a tomar color fácilmente). Luego clasificaba los cromosomas por tamaño, en orden descendente, lo habitual para numerarios. Ponter era varón, y por eso tenía un cromos ama X y un cromosoma Y, e igual que en el varón de la especie de Mary, Y medía aproximadamente un tercio de X.