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Maldición. Maldición.

Si hubiera denunciado la violación… si hubiera alertado a la policía, al periódico del campus…

Sí, hacía semanas que había sido atacada. No había ningún motivo para, suponer que fuera el mismo violador. Pero, por otro lado, ¿cuánto dura la excitación, el subidón de violar a alguien? ¿Cuánto se tarda en acumular el valor (el horrible y destructor valor) para cometer de nuevo un crimen semejante?

Mary había advertido a Daria. No sólo ahora, sino antes, a través de un e-mail desde Sudbury. Ontario. Pero Daria era sólo una de las miles de mujeres que había en York, una de…

Mary había colaborado con el Departamento de Estudios Femeninos; sabía que la expresión feminista correcta era que todas las hembras adultas eran mujeres. Pero Mary tenía treinta y nueve años (Su cumpleaños había llegado y pasado sin que nadie lo advirtiera), y las estudiantes de York rondaban los dieciocho. Oh, eran desde luego mujeres… pero también chiquillas, al menos en comparación con Mary; muchas de ellas estaban lejos de casa por primera vez, empezando su andadura en la vida.

Y una bestia las estaba convirtiendo en sus presas. Una bestia que, tal vez, ella había dejado escapar.

Mary miro de nuevo por la ventana, pero esta vez se alegró de no poder ver Toronto.

Un poco después (Mary no tenía en realidad idea de cuánto) La puerta del laboratorio se abrió y Louise Benoit asomó la cabeza.

—Eh, Mary. ¿y si cenamos?

Mary hizo girar el sillón de cuero para mirar a Louise.

—¡Mon dieu! —exclamó Louise—. ¿Qu'est-ce qu'il y a de mal?

Mary sabía suficiente francés para comprender la pregunta.

—Nada. ¿Por qué lo dices?

Louise, hablando ahora en inglés, parecía como si no pudiera creer la respuesta de Mary.

—Has estado llorando.

Ausente, Mary se llevó una mano a la mejilla y la retiró. Alzó las cejas, asombrada.

—Oh —dijo en voz baja, sin saber con qué mas llenar el silencio.

—¿Qué ocurre? —preguntó de nuevo Louise.

Mary tomo aire y lo dejó escapar lentamente. Louise era lo más parecido que tenía a una amiga, allí, en Estados Unidos. Y Keisha, la consejera del Centro de Crisis de Violación con la que había hablado en Sudbury, parecía a años luz de distancia. Pero…

Pero no. No quería hablar de ello. No quería dar voz a su dolor. O a su culpa.

Sin embargo, tenía que decir algo.

—No es nada —dijo Mary por fin—, Es sólo… —Encontró una caja de pañuelos de papel en la mesa y se secó las lágrimas—. Sólo los hombres.

Louise asintió sabiamente, como si Mary estuviera hablando de algún… ¿cómo lo llamaría ella? Algún affaire de coeur que hubiera salido mal. Louise, sospechaba Mary, había tenido un montón de novios.

—Hombres —coincidió Louise, poniendo en blanco sus ojos marrones—. No se puede vivir con ellos, y no se puede vivir sin ellos.

Mary estuvo a punto de asentir, pero, bueno, había oído que en el mundo de Ponter lo que Louise acababa de decir no era cierto. Y Cristo, Mary no era ninguna escolar… ni Louise tampoco.

—Son responsables de muchos de los problemas del mundo —dijo Mary.

Louise asintió también, y pareció captar el cambio de tono.

——Bueno, desde luego no hay mujeres detrás de la mayoría de ataque terroristas.

Mary que convenir con Louise en eso, pero… Pero no se trata sólo de los hombres de otros países. Son los hombres de aquí… de Estados Unidos y Canadá.

Louise frunció el ceño, preocupada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Y finalmente Mary contestó, al menos en parte.

—Me han llamado de la Universidad de York. Ha habido una violación en el campus.

—¡Oh Dios mío! —dijo Louise—. ¿Alguien conocido?

Mary negó con la cabeza, aunque de hecho advirtió que no sabía la respuesta. «Dios», pensó, ¿y si había sido alguien que conocía, alguna de sus estudiantes?

—No —contestó, como si su gesto con la cabeza hubiera sido insuficiente—. Pero me ha deprimido.

Miro a Louise, tan joven, tan hermosa, y luego bajó los ojos.

—Es un crimen terrible.

Louise asintió aquel mismo gesto sabio y mundano que había hecho antes, como si (Mary sintió que se le contraía el estómago), como si tal vez, Louise realmente supiera de qué estaba hablando Mary. Pero Mary no podía seguir ahondando en aquello sin revelar su propia historia, y no estaba dispuesta a hacerlo… al menos todavía.

—Los hombres pueden ser horribles —dijo Mary.

Sonaba a tópico. A Bridget Jones, pero era cierto. Maldición, era cierto.

15

Ponter Boddit y Tukana Prat fueron nombrados (o confirmados, ya que las opiniones legales variaban) ciudadanos canadienses en la sede del Parlamento de Canadá a última hora de la tarde. Celebró el acto el ministro de Ciudadanía e inmigración, con periodistas de todo el mundo.

Ponter lo hizo lo mejor que pudo con el juramento, que había memorizado con la ayuda de Hélen Gagné; sólo pronunció mal unas cuantas palabras:

—Afirmo que seré fiel y digno aliado a Su Majestad la reina I-sa-bel II, reina de Canadá, sus herederos y sucesores, y que cumpliré fielmente las leyes de Canadá y mis deberes como ciudadano canadiense.

Helen Gagné quedó tan satisfecha con su actuación que aplaudió espontáneamente al final de su discurso, lo que le valió una severa mirada del ministro.

Tacaña tuvo más problemas con las palabras, pero se las apañó para pronunciarlas también.

Después de la ceremonia, hubo una recepción con vino y queso… aunque Hélen advirtió que Ponter y Tukana no probaban nada. No bebían leche ni comían productos lácteos; tampoco parecían atraídos por los derivados de los cereales. Hélene les había dado sabiamente de antes de la ceremonia, no fuera a ser que se cebaran en las bandejas de fruta y carne mechada. A Ponter pareció gustarle especialmente la carne ahumada de Montreal.

Cada uno de los neandertales había recibido no sólo un certificado de ciudadanía canadiense; sino también una tarjeta sanitaria de Notario y un pasaporte. Al día siguiente volarían a Estados Unidos. Pero todavía quedaba un deber oficial más que cumplir en Canadá.

—¿Le gustó la cena con el primer ministro canadiense? —preguntó Selgan, sentado en su silla de horcajadas en su despacho redondo.

Ponter asintió.

—Mucho, Había gente muy interesante. Comimos grandes filetes de vacuno de Alberta… otra parte de Canadá, al parecer. Y verduras, también, algunas de las cuales reconocí, otras no.

—Debería probar ese vacuno yo mismo —dijo Selgan.

—Está muy bueno, aunque es casi la única carne de mamífero que comen… eso y una forma de jabalí que han creado mediante cría selectiva.

—¡Ah! —dijo Selgan—. Bueno, también me gustaría probar eso algún día. —Hizo una pausa—. Bien, veamos dónde nos encontramos. Había regresado usted a salvo al otro mundo, pero las circunstancias le habían impedido ver a Mary todavía. Sin embargo, se había reunido con los más altos cargos del país en el que estaba. Había comido bien y se sentía… ¿cómo? ¿Satisfecho?

—Bueno, supongo que podríamos decir que sí. Pero…

—¿Pero qué? —preguntó Selgan.

—Pero la satisfacción no duró mucho.

Después de cenar en el 24 de Sussex Drive, llevaron a Ponter al hotel Cháteau Laurier, donde se retiró a su enorme suite. Las habitaciones eran… «opulentas» era el término inglés adecuado, creía; adornadas de manera mucho más profusa que ninguna cosa que hubiera en su mundo.

Tukana se marchó con Hélene Gagné para repasar de nuevo lo que sería una presentación adecuada el día siguiente ante las Naciones Unidas, Ponter no tenía que decir nada, pero de todas formas se pasó la noche leyendo sobre esa institución.