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Mary resituo el rayo, maravillada de la perspectiva que le proporcionaba a Hak el campo sensitivo.

—Un poco más —dijo Hak—. ¡Ahí! Para. Ahora a plena potencia.

El punto se volvió más brillante y Mary vio una vaharada de humo surgir de la herida.

—¡Otra vez! —dijo Hak.

Ella pulsó el cuadrado una vez más.

—Y dos milímetros más allá… no, al otro lado. ¡Ahí! ¡Otra vez!

Ella disparó el láser.

—Ahora, avanza la misma distancia. Sí. ¡Otra vez!

Mary pulsó con fuerza el cuadrado azul, y el olor de más tejido quemado le golpeó la nariz.

—Eso debería ser suficiente —dijo Hak—, hasta que pueda atenderlo un médico.

Los ojos dorados de Ponter se abrieron.

—Aguanta —dijo Mary, mirándolos y sosteniéndole la mano—. Viene ayuda de camino.

Se quitó el abrigo y se lo puso por encima.

Tukana Prat siguió corriendo tras el hombre.

—¡Alto! —gritó uno de los controladores gliksins y con retraso Tukana advirtió que la orden iba dirigida a ella, no al hombre que huía. Pero ninguno de los controladores podía correr tan rápido como Tukana; si renunciaba a la persecución, el hombre de la pistola escaparía.

Parte de la mente de Tukana estaba tratando de analizar la situación. Había comprendido que las pistolas podían ser útiles, pero el elemento sorpresa se había esfumado: era improbable que… el «asaltante» (ésa era la palabra) se volviera y disparara de nuevo. De hecho, parecía empeñado solamente en escapar y, puesto que era un gliksin, probablemente no se le ocurría que, mientras empuñara el arma recién disparada, Tukana no tendría problemas para localizado.

La calle estaba abarrotada, pero Tukana tuvo pocos problemas para abrirse paso entre la multitud; de hecho, los humanos parecían muy interesados en apartarse, del camino de la veloz neandertal lo más rápido posible,

El hombre al que perseguía (y era un hombre, un gliksin varón) parecía más bajo que la mayoría de los de su raza. Tukana devoraba rápidamente la distancia que los separaba; casi podía extender la mano y agarrarlo.

El hombre debió de oír las fuertes pisadas tras de sí. Se arriesgó a mirar por encima del hombro y volvió el brazo con la pistola.

—Nos está apuntando —dijo el Acompañante de Tukana a través de los implantes de su oído.

Tukana ni siquiera había pensado en la sangre de su nariz: los conductos eran lo bastante grandes para permitir la enorme entrada de aire que exigía la carrera. En realidad, sentía la fuerza surgiendo en su interior mientras sus músculos se oxigenaban más. Batió con las piernas en el suelo, saltó y salvó la distancia que la separaba del gliksin. El hombre disparó, pero el proyectil se desvió, provocando gritos entre la multitud. Tukana deseó fervientemente que fueran gritos de terror, no debido a que la bala dirigida a ella hubiera alcanzado a otra persona.

Tukana chocó contra el hombre, derribándolo en la acera, y los dos resbalaron varios pasos, Tukana oyó las pisadas de los controladores que se acercaban desde atrás. El hombre que tenía debajo trató de girarse y disparar de nuevo, Tukana le agarró con su enorme mano la parte trasera de la cabeza, extremadamente estrecha y angulosa, y…

Era su única oportunidad. Seguramente, era…

Y empujó la cabeza del hombre hacia delante, contra la piedra artificial que cubría el suelo. El cráneo se aplastó y la parte delantera de la cabeza se abrió como un melón maduro.

Tukana podía sentir su corazón palpitar y dedicó un momento a respirar.

De repente, fue conciente de que tres de los cuatro controladores los habían alcanzado y ahora estaban desplegados ante ellos, sujetando sus pistolas y apuntando al hombre caído.

Pero, cuando se puso en pie, Tukana vio la expresión de horror en el rostro de uno de los gliksins.

El controlador del centro se dio media vuelta y vomitó.

—Jesucristo —dijo el tercer controlador, con los ojos muy abiertos.

Y Tukana miró al hombre muerto, muerto, muerto que le había disparado a Ponter.

Y, mientras esperaba allí de pie, el sonido de las sirenas se fue acercando.

18

—¡Reunión de crisis! —gritaba Jock Krieger mientras se abría camino por los pasillos del edificio del Grupo Sinergia en Rochester—. ¡Todo el mundo a la sala de conferencias!

Louise Benoit asomó la cabeza por la puerta de su laboratorio.

—¿Qué ocurre?

—¡A la sala de conferencias! —gritó Jock por encima del hombro—. ¡Ahora!

No tardaron más de cinco minutos en reunirse todos en lo que antaño había sido el palaciego salón, cuando había gente que vivía de verdad en aquella mansión.

—Muy bien, amigos —dijo Jock—. Es hora de empezar a ganarse esos sueldos.

—¿Qué pasa? —preguntó Lilly, del grupo de imágenes.

—Acaban de disparar le al NP en Nueva York —dijo Jock.

—¿Le han disparado a Ponter? —preguntó Louise, los ojos como platos.

—Eso es.

—¿Está…?

—Está vivo. Es todo lo que sé sobre su estado ahora mismo.

—Y la embajadora —preguntó Lilly.

—Está bien —contestó Jock—. Pero mató al hombre que le disparó a Ponter.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró Kevin, también de imágenes.

—Creo que todos conocen mi pasado —dijo Jock—. Mi especialidad es la teoría de juegos. Bueno, las apuestas están muy altas. Algo va a pasar y tenemos que averiguar qué para poder aconsejar al presidente, y…

—El presidente —dijo Louise, los ojos marrones muy abiertos.

—Eso es. Se acabó el recreo. Necesito saber qué van a hacer los neanderthales en respuesta a esto, y cómo deberíamos responder nosotros a lo que hagan. Muy bien damas y caballeros. ¡Empiecen a dar ideas!

Tukana Prat contempló al hombre que acababa de matar. Hélene Gagné la había alcanzado y ahora la sostenía por el codo. Ayudaba a caminar a la mujer neanderthal, apartándola del cadáver.

—No pretendía matado —dijo Tukana, en voz baja, aturdida.

—Lo sé —contestó Hélene, en tono conciliador—. Lo sé.

—Él… intentó matar a Ponter. Intentó matarme.

—Todo el mundo lo ha visto —dijo Hélene—. Ha sido en defensa propia.

—Sí, pero…

—No tenía elección, tenía que detenerlo.

—Que detenerlo, sí —dijo Tukana—. Pero… pero…

—Ha sido en defensa propia, ¿Me oye? No insinúe siquiera que pueda haber sido algo más.

—Pero…

—¡Escúcheme! Esto va a ser ya bastante complicado tal como es.

—Yo… tengo que hablar con mis superiores —dijo Tukana.

—Y yo también —respondió Hélene—, y…

El teléfono móvil de Hélene sonó. Respondió a la llamada.

—¿Allo? Oui. Oui. Je ne sais pais. J`ai… un moment, s'il vous plait.

Cubrió el auricular y se dirigió a Tukana.

—La OPM.

—¿Qué?

—La oficina del primer ministro. —Volvió al auricular, y continuó hablando en francés—. Non, Non, mais… Oui… beaucoup de sang… Non, elle est sain et sauf. D´accord. Non, pas de probleme. D´accord. Non, aujourd´hui. Oui, maintenant… Pearson, oui. D´accord, oui. Au revoir.

Hélene cerró el teléfono y lo guardó.

—Tengo que llevarla de vuelta a Canadá, en cuanto la policía de aquí termine de interrogarla.

— ¿Interrogarme?

—Es sólo una formalidad. Luego la llevaremos a Sudbury, para que pueda informar a su gente.

Hélene miró a la mujer Neanderthal con la cara manchada de sangre.

—¿Qué… que piensa que querrán hacer sus superiores?