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—Nosotros también buscamos. Exploramos con la ciencia.

—Pero lo hacemos por sentido práctico. Queremos una herramienta mejor, y por eso estudiamos hasta que hacemos una mejor. Pero ellos se preocupan con lo que llaman las grandes cuestiones: ¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué es todo esto?

—Ésas son preguntas sin sentido.

—¿Lo son?

—¡Por supuesto que sí!

—Tal vez tenga usted razón —dijo Tukana—. O tal vez no. Tal vez ellos estén acercándose a la respuesta, acercándose a una nueva iluminación.

—¿Y entonces dejarán de matarse unos a otros? ¿Entonces dejarán de violar su medio ambiente?

—No lo sé. Tal vez. Hay bien en ellos.

—Hay muerte en ellos. El único modo de sobrevivir al contacto con ellos es que se maten entre sí antes de que consigan matamos a nosotros.

Tukana cerró los ojos.

—Sé que tiene usted buenas intenciones, consejero Bedros, y…

—No sea condescendiente conmigo.

—No lo hago. Comprendo que tiene usted en cuenta los intereses de nuestro pueblo. Pero yo también. Y mi perspectiva es la de una diplomática.

—Una diplomática incompetente —replicó Bedros—. ¡Incluso los gliksins así lo creen!

—Yo…

—¿O siempre mata usted a los nativos?

—Mire, consejero, estoy tan molesta como usted, pero…

—¡Basta! —gritó Bedros—. ¡Basta! Nunca deberíamos haber permitido a Ponter Boddit que nos impulsara a hacer esto. Es hora de que prevalezcan cabezas más viejas y sabias.

19

Mary entró sin hacer ruido en la habitación del hospital donde estaba Ponter. Los cirujanos no habían tenido ningún problema para extraer la bala: la anatomía neanderthal era similar a la del Horno sapiens, después de todo, y al parecer Hak había conversado con ellos durante todo el procedimiento. Ponter había perdido bastante sangre y lo normal hubiese sido realizarle una transfusión, pero se consideró mejor evitar eso hasta que se supieran más cosas sobre la hematología neanderthal. Conectaron un gotero salino al brazo de Ponter, y Hak dialogaba frecuentemente con los médicos acerca del estado del paciente.

Ponter había estado inconsciente casi todo el tiempo desde la operación. De hecho, durante la intervención le habían puesto una inyección para dormir de un producto que llevaba en el cinturón médico, según instruyó Hak.

Mary vio cómo el ancho pecho de Ponter subía y bajaba. Recordó la primera vez que lo había visto, también en una habitación de hospital. Entonces lo había mirado con asombro, incapaz de creer que fuera un neanderthal moderno.

Ahora, sin embargo, no lo veía como un espécimen extraño, como una rareza, como una imposibilidad. Ahora lo miraba con amor. Y el corazón se le partía.

De repente, Ponter abrió los ojos.

—Mary —dijo en voz baja.

—No quería despertarte —comentó ella, acercándose a la cama.

—Ya estaba despierto. Hak ha estado reproduciéndome música y luego te he olido.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Mary, acercando a la cama una silla de metal.

Ponter tiró de la sábana. Su cuerpo velludo estaba desnudo, pero un gran trozo de gasa, manchado de rojo claro por la sangre seca, sujeto con esparadrapo, le cubría el hombro.

—Viviré.

—Lamento mucho que te haya pasado esto.

—¿Cómo está Tukana? —preguntó Ponter.

Mary alzó las cejas, sorprendida de que Ponter no supiera nada.

—Persiguió al hombre que te disparó. —Una débil sonrisa asomó en la amplia boca de Ponter. —Sospecho que entonces estará en peor estado que ella.

—Y que lo digas —contestó Mary—. Ponter, lo mató.

Ponter permaneció callado un momento.

—Rara vez nos tomamos la justicia por nuestra propia mano.

—Los escuché discutiendo de eso en televisión mientras estabas en el quirófano —dijo Mary—. La mayoría opina que fue en defensa propia.

—¿Cómo lo mató?

Mary se encogió un poco de hombros, porque no había manera de decirlo agradablemente.

—Le aplastó la cabeza contra la acera y… se la reventó.

Ponter permaneció en silencio un rato.

—Oh —dijo por fin— ¿Qué le sucederá a ella?

Mary frunció el ceño. Una vez había leído en ¡The Globle and Mail! la historia de un extraterrestre que era juzgado en Los Ángeles, acusado de haber asesinado a un humano. Pero en aquel caso había una diferencia esencial…

—Los embajadores extranjeros están al margen de la mayoría de las leyes; eso se llama «inmunidad diplomática», y Tukana la tiene, ya que habló en las Naciones Unidas como diplomática canadiense.

—¿Qué quieres decir?

Mary frunció el ceño, buscando un ejemplo.

—En el año 2001, Andrei Kneyazev, diplomático ruso en Canadá se emborrachó y atropelló a dos peatones con su coche. No se presentó ningún cargo contra él en Canadá porque era el representante de un Gobierno extranjero reconocido, aunque una de las personas a las que atropelló murió. Eso se llama inmunidad diplomática.

Ponter abrió mucho los ojos.

—Y, en cualquier caso, cientos de personas vieron a ese tipo dispararte a ti, y dispararle a Tukana, antes de que ella… mm, reacciona como lo hizo. Como digo, probablemente será considerado defensa propia.

—Sin embargo —dijo Ponter, en voz baja—, Tukana es una persona de buen carácter. Eso le pesará mucho. —Un latido—. ¿Estás segura de que no habrá peligro para ella? —Ladeó la cabeza—. Después de lo que le sucedió a Adikor cuando desaparecí, supongo que me preocupan un poco los sistemas legales.

—Ponter, ella ya ha vuelto a casa… a tu mundo. Dijo que tenía que hablar con… ¿cómo lo llamáis? El Consejo Gris.

—El Gran Consejo Gris —dijo Ponter—, si te refieres al Gobierno mundial. —Un latido—. ¿Y el muerto?

Mary frunció el ceño.

—Se llamaba Cole, Rufus Cole. Todavía están intentando averiguar quién era, y qué tenía exactamente contra vosotros.

—¿Cuáles son las opciones?

Mary se sintió momentáneamente confusa.

—¿Cómo dices?

—Las opciones —repitió Ponter—. Los posibles motivos que pudiera haber tenido para intentar matamos.

Mary alzó las cejas.

—Puede que fuese un fanático religioso; alguien opuesto a vuestra política atea, o incluso a vuestra misma existencia ya que contradice el relato bíblico de la creación.

Ponter abrió mucho los ojos.

—Matarme no habría cambiado el hecho de que existí.

—Cierto. Pero, bueno… estoy elucubrando… puede que Cole pensara que eres un instrumento de Satanás…

Mary dio un respingo cuando oyó el pitido.

—El diablo. El Maligno. El oponente de Dios.

Ponter se quedó estupefacto.

—¿Dios tiene un oponente?

—Sí… bueno, quiero decir, eso es lo que dice la Biblia. Pero a excepción de los fundamentalistas (los que toman cada palabra de la Biblia como la verdad literal), la mayoría de la gente ya no cree en Satanás.

—¿Por qué no? —preguntó Ponter.

—Bueno, supongo que es una creencia ridícula. Ya sabes, sólo un loco podría tomarse la idea en serio.

Ponter abrió la boca para decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor y volvió a cerrarla.

—Bueno —dijo Mary, hablando rápidamente; en realidad no quería verse empantanada en eso—, Puede que también fuera agente de un Gobierno Extranjero, o de un grupo terrorista. O…

Ponter alzó la ceja, invitándola a continuar.

—O puede que estuviera loco.

—¿Dejáis que los locos tengan armas? —preguntó Ponter.