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Tukana había conocido a otros 138, pero hacía mucho de eso. Habían pasado al menos cincuenta meses desde la última vez que estuvo en compañía de uno, y nunca había visto a nadie que pareciera tan viejo.

Dicen que el pelo gris es signo de sabiduría, pero el pelo del gran hombre había desaparecido por completo, al menos de aquel famoso cráneo, increíblemente largo. Cierto, todavía tenía un vello fino y casi transparente en los brazos. Era una visión extraña: un hombre viejo y arrugado, con la piel moteada de gris y marrón, pero con penetrantes ojos azules artificiales, bolas metálicas pulidas de iris segmentados, ojos que brillaban desde dentro. Naturalmente, podría haberse puesto ojos artificiales iguales que los originales, pero aquel hombre, más que nadie, no tenía motivos para disimular los implantes. De hecho, Tukana sabía que otros implantes gobernaban el funcionamiento de su corazón y sus riñones, que huesos artificiales habían sustituido a porciones importantes de su esqueleto desmoronado. Además, lo había oído mencionar una vez, en una conversación con un exhibicionista que cuando la gente era tan vieja como él, convenía que los demás vieran que tenía ojos de repuesto, porque entonces ya no daban por supuesto que era demasiado viejo para ver algo.

Tukana entró en el enorme salón. Su propietario era tan viejo que el tronco del cual se había hecho aquella casa había alcanzado un diámetro prodigioso, y lo había ahuecado más y más a medida que pasaban los meses.

¡Y cuántos meses habían sido! Un miembro de la generación 138 habría visto más de mil trescientas lunas ya… 108 años de vida.

—Día sano —saludó Tukana, tomando asiento.

—A estas alturas —dijo una voz, sorprendentemente grave y fuerte—, acepto cualquier día que venga, sano o no.

Tukana no estaba segura de si el comentario era humorístico o triste, y por eso se limitó a sonreír y asentir. Luego, al cabo de un momento, dijo:

—No tengo palabras para expresar el honor que es verlo, señor.

—Inténtelo —dijo el anciano.

Tukana se ruborizó.

—Bueno, es que le debemos tanto, y…

Pero el hombre levantó la mano.

—Estoy bromeando, jovencita.

Tukana sonrió al oír esto, pues hacía mucho tiempo que nadie la llamaba «jovencita».

—De hecho, me honraría más si me ahorrara los honores. Créame, los he oído todos. De hecho, dado el poco tiempo que me queda, le agradecería que no lo malgastara… Por favor, dígame inmediatamente qué quiere.

Tukana volvió a sonreír. Como diplomática había conocido a muchos importantes líderes mundiales, pero nunca había pensado que se encontraría alguna vez cara a cara con el mayor inventor de todos, el famoso Lonwis Trob. La ponía nerviosa mirar aquellos ojos mecánicos y por eso bajó la vista hacia su antebrazo izquierdo, al implante Acompañante que allí había. Naturalmente, no era el Acompañante original que Lonwis había inventado hacía todos aquellos meses. No, éste era el último modelo… y Tukana se sorprendió al ver que sus partes mecánicas estaban hechas de oro.

—No sé cuánto sabe sobre este asunto de la Tierra paralela pero…

—Hasta el último detalle —dijo Lonwis—. Es fascinante.

—Bien, entonces debe saber que soy la embajadora elegida por el Gran Consejo Gris…

—¡Mocosos protestones! —dijo Lonwis—. Atontados, todos ellos.

—Bueno, puedo comprender…

—¿Sabe? —dijo Lonwis—. He oído decir que algunos se tiñen el pelo de gris, para parecer más listos.

Lonwis parecía bastante contento malgastando su propio tiempo, advirtió Tukana, pero supuso que se había ganado ese privilegio.

—En cualquier caso —dijo—, quieren cerrar el portal entre nuestro mundo y el mundo gliksin.

—¿Por qué?

—Tienen miedo de los gliksins.

—Usted los ha conocido: ellos no. Prefiero oír su opinión.

—Bueno, debe saber usted que uno de ellos intentó matar al enviado Boddit, y que me disparó a mí también con su arma.

—Sí, lo he oído. Pero ambos sobrevivieron.

—Si.

—¿Sabe?, mi amigo Goosa…

Tukana no pudo evitar interrumpirlo.

—¿Goosa? —repitió—. ¿Goosa Kusk?

Lonwis asintió.

—Guau —dijo Tukana, en voz baja.

—Como decía, estoy seguro de que Goosa podría idear un modo de protegemos contra esas armas de proyectiles que emplean los gliksins. Los proyectiles son impulsados por una explosión química, según tengo entendido… lo que significa que aunque vayan rápido, no se acercan ni de lejos a la velocidad de la luz. Así que habría tiempo de sobra… para que un láser las localizara y las desintegrara. Después de todo, mis Acompañantes son capaces ya de monitorizar un radio de 2,5 brazadas. Aunque el proyectil hubiera alcanzado la velocidad del sonido, todavía quedarían… —Hizo una breve pausa y Tukana se preguntó si iba a hacer los cálculos él mismo, o si estaba escuchando a su Acompañante. Sospechaba que lo primero—. 0,005 latidos para que el láser localizara el blanco y disparara. Haría falta un emisor esférico, no habría tiempo de hacer girar una parte mecánica… probablemente tendría que ir montado en un sombrero. Un problema trivial. —La miró—. Bien, ¿era eso lo que necesitaba? Si es así, contactaré con Goosa de su parte y podré continuar con mi día.

—Mm, no —dijo Tukana—. Quiero decir, sí, algo así sería fabuloso. Pero ése no es el motivo por el que he venido.

—Pues entonces menciónelo, jovencita. ¿Qué quiere exactamente?

Tukana tragó saliva.

—No quiero un favor solamente suyo. Nos hará falta la colaboración de unos cuantos de sus estimados amigos.

—¿Para hacer qué?

Tukana se lo dijo, y le encantó ver que en el rostro del anciano se dibujaba una sonrisa.

21

Louise Benoit tenía razón: Jock Krieger podía tirar de cualquier hilo imaginable. La idea de que una de sus investigadoras del Grupo Sinergia se pasara más de una semana hurgando en el cerebro de un neanderthal atrajo enormemente, y Mary se encontró con que todos los posibles obstáculos de hacer un viaje con Ponter desaparecían. y Jock había estado de acuerdo en que, cuanto más tiempo estuviera Ponter en este mundo, más tiempo tendrían para convencer a los neanderthales de que no cerraran el portal.

Mary había decidido ir con Ponter en coche a Washington D.C.

Parecía más sencillo que tener que pasar por los aeropuertos y todas las medidas de seguridad. Además, le daría la oportunidad de enseñarle a Ponter algunos paisajes por el camino.

Alquiló una furgoneta Ford Windstar plateada con las ventanillas tintadas, lo cual impedía a la gente ver quién era el pasajero. Fueron primero a Filadelfia, con un vehículo de escolta sin identificar siguiéndolos discretamente. Mary y Ponter… vieron Independence Hall y la Campana de la Libertad, y tomaron bocadillos de carne Philly en Pat's; a pesar del queso, Ponter se comió tres… bueno, Mary iba a decir «de una sentada», pero sólo había sitio para estar de pie en Pat's, y comieron fuera. Mary se sentía un poco extraña explicándole a Ponter la historia estadounidense, pero sospechaba que lo estaba haciendo mejor de lo que lo hubiera hecho un americano si le hubiera explicado la historia canadiense.

Ponter estaba casi por completo recuperado de su trauma: no sólo parecía tan fuerte como un buey, sino que tenía la constitución de un buey también. Resultaba adecuado, pensó Mary, con una sonrisa: después de todo, estaban visitando el país que tenía la Constitución más fuerte del mundo…

La embajadora Tukana Prat salió al amplio estrado semicircular, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. La siguieron un neanderthal y luego otro, y otro, y otro más, hasta que diez miembros de su raza se situaron tras ella. Se aproximó al atril y se inclinó hacia el micrófono.