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Y su ref1ejo mostraba lo que ella llamaba Hamo neanderthalensis y el llamaba barast, la palabra «humano» en su lenguaje: el ancho contorno de un neanderthal, con su doble arco ciliar y una nariz de tamaño adecuado extendiéndose por un tercio del rostro.

—¿Qué es esto? —preguntó Ponter, contemplando la negrura oblonga, sus reflejos.

—Es un memorial —respondió Mary. Apartó la mirada del negro muro y señaló con la mano los objetos que había en la distancia—. Todo el paseo está lleno de memoriales. Estos dos muros señalan los más importantes. Esa torre es el Monumento a Washington, un memorial al primer presidente de Estados Unidos. Más allá está el Memorial a Lincoln, que conmemora al presidente que liberó a los esclavos.

El traductor de Ponter pitó.

Mary dejó escapar un suspiro. Evidentemente, todavía había más complejidades, más (¿cómo lo había llamado?) más ropa sucia que airear.

—Visitaremos esos dos memoriales más tarde —dijo Mary—. Pero, como decía, quería empezar por aquí. Es el Memorial a los Veteranos de Vietnam.

—Vietnam es una de vuestras naciones, ¿no es así? —preguntó Ponter.

Mary asintió.

—En el sureste asiático… el sureste de Galasoy. Al norte del ecuador. Un trozo de tierra en forma de «5». —Dibujó la letra en el aire con un dedo, para que Ponter pudiera comprender—. En la costa del Pacífico.

—Nosotros llamamos a ese mismo sitio Holtanatan. Pero en mi versión de la Tierra es muy caluroso, con mucha humedad, lluvioso, lleno de pantanos y plagado de insectos. Allí no vive nadie.

Mary alzó las cejas.

—Más de ochenta millones de personas viven allí en esta realidad.

Ponter sacudió la cabeza. Los humanos de esta versión de la Tierra eran tan… incontenibles.

—Y — continuó Mary— allí se libró una guerra.

—¿Por qué? ¿Por los pantanos?

Mary cerró los ojos.

—Por ideología. ¿Recuerdas lo que te conté de la Guerra Fría? Fue parte de eso… pero esta parte fue caliente.

—¿Caliente? —Ponter sacudió la cabeza—. No te estás refiriendo a la temperatura, ¿verdad?

—No. Caliente. Una guerra que ardía. Y donde moría gente.

Ponter frunció el ceño.

—¿Cuánta gente?

—¿En total, de todos los bandos? Nadie lo sabe realmente. Más de un millón de los survietnamitas locales. Entre medio millón y un millón de norvietnamitas. Más… —Indicó el muro.

—¿Sí? —dijo Ponter, todavía asombrado por la negrura reflectante.

—Más cincuenta y ocho mil doscientos nueve americanos. Estos dos muros los conmemoran.

—¿Los conmemoran cómo?

—¿Ves la escritura grabada en el granito negro?

Ponter asintió.

—Son nombres… los nombres de los muertos confirmados, y de los desaparecidos en combate que nunca volvieron a casa. —Mary hizo una pausa—. La guerra terminó en 1975.

—Pero ése es el año que consideráis como… —y Ponter lo nombró. Mary asintió.

Ponter agachó la cabeza.

—No creo que los desaparecidos vayan a volver. —Se acercó al muro—. ¿Cómo están ordenados los nombres?

—Cronológicamente. Por la fecha de fallecimiento.

Ponter miró los nombres, todos escritos con lo que había llegado a reconocer como letras mayúsculas, con una pequeña marca (una «coma», ¿no se llamaba así?) separando cada nombre del siguiente.

Ponter no sabía leer los caracteres en inglés: apenas empezaba a comprender la extraña noción de alfabeto fonético. Mary se colocó a su lado y, en voz baja, le leyó algunos nombres.

—Mike A. Maksin, Bruce J. Moran, Bobbie Joe Mounts, Raymond D. McGlothin. —Señaló otra línea, aparentemente al azar—: Samuel F. Hollifield, Jr. Rufus Hood, James M. Inman, David L. Johnson, Arnoldo L. Carrillo. —Y otra más abajo—: Donney L. Jackson, Bobby W. Jobe, Bobby Ray Jones, Halcott P. Joncs, Jr.

—Cincuenta y ocho mil —dijo Ponter, en voz tan baja como la de Mary.

—Sí.

—Pero… pero has dicho que éstos son americanos muertos.

Mary asintió.

—¿ Qué estaban haciendo librando una guerra a medio mundo de distancia?

—Estaban ayudando a Vietnam del Sur. Verás, en 1954, Vietnam había sido dividido en dos mitades, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, como parte de un acuerdo de paz, cada uno con su propio Gobierno. Dos años más tarde, en 1956, tenía que haber elecciones libres en ambas mitades, supervisadas por un comité internacional, para reunificar Vietnam bajo un solo Gobierno elegido por el pueblo. Pero cuando llegó 1956, el líder de Vietnam del Sur se negó a celebrar las elecciones previstas.

—Me enseñaste mucho acerca de este país, Estados Unidos, cuando visitamos Filadelfia —dijo Ponter—. Sé lo mucho que valoran los americanos la democracia. Déjame adivinar: Estados Unidos envió tropas para obligar a Vietnam del Sur a participar en la prometida elección democrática.

Pero Mary negó con la cabeza.

—No, no, Estados Unidos apoyó el deseo del Sur de no celebrar las elecciones.

—Pero ¿por qué? ¿Era corrupto el Gobierno del Norte?

—No —dijo Mary—. No, era razonablemente honrado y agradable… al menos hasta que las elecciones prometidas, que quería, fueron canceladas. Pero sí que había un Gobierno corrupto: el del Sur.

Ponter sacudió la cabeza, aturdido.

—Pero si has dicho que el del Sur era el Gobierno al que apoyaban los americanos.

—Eso es. Verás, el Gobierno del Sur era corrupto, pero capitalista; compartía el sistema económico americano. El del Norte era comunista: usaba el sistema económico de la Unión Soviética y de China. Pero el Gobierno del Norte era mucho más popular que el corrupto del Sur. Estados Unidos temía que, si se celebraban elecciones libres, los comunistas vencieran y controlaran todo Vietnam, lo que a su vez llevaría a que otros países del sureste de Galasoy cayeran bajo el régimen comunista.

—¿ Y por eso enviaron allí a soldados americanos?

—Sí.

—¿ Y murieron?

—Muchos lo hicieron, sí. —Mary hizo una pausa—. Eso es lo que quería que comprendieras: lo importantes que son los principios para nosotros. Moriremos por defender una ideología, por apoyar una causa. Señaló el muro.

—Esta gente de aquí, estas cincuenta y ocho mil personas, lucharon por aquello en lo que creían. Les dijeron que fueran a la guerra, para salvar a un pueblo débil de lo que se consideraba la gran amenaza comunista, y así lo hicieron. La mayoría eran jóvenes: dieciocho, diecinueve, veinte, veintiún años. Para muchos, era la primera vez que salían de casa.

—Y ahora están muertos.

Mary asintió.

—Pero no olvidados. Los recordamos aquí.

Señaló discretamente. Los guardaespaldas de Ponter (ahora miembros del FBI, conseguidos por Krieger) mantenían a la gente apartada de él, pero los muros eran largos, increíblemente largos, y más allá alguien se apoyaba contra la superficie negra.

—¿Ves a ese hombre de ahí? —preguntó Mary—. Está usando un lápiz y un trozo de papel para frotar y marcar en el papel el nombre de alguien que conocía. Es… bueno, parece tener cincuenta y tantos años, ¿no? Puede que él mismo haya estado en Vietnam. El nombre que está copiando puede haber sido el de un amigo que perdió allí.

Ponter y Mary observaron en silencio mientras el hombre terminaba lo que estaba haciendo; luego dobló el trozo de papel, se lo guardó en el bolsillo del pecho y empezó a hablar.