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Ponter sacudió la cabeza levemente, confundido. Indicó el Acompañante insertado en su antebrazo izquierdo.

—Creía que no teníais implantes de telecomunicaciones.

—No los tenemos.

—Pero no veo ningún receptor externo, ningún … ¿cómo los llamáis? Ningún teléfono móvil.

—Así es —dijo Mary, amablemente.

—Entonces, ¿a quién le está hablando?

Mary se encogió levemente de hombros.

—A su camarada perdido.

—Pero si esa persona está muerta.

—Sí.

—No se puede hablar con los muertos —dijo Ponter.

Mary señaló de nuevo el muro; la superficie de obsidiana remedó el gesto de su brazo.

—La gente piensa que puede. Dicen que aquí se sienten más cerca de ellos.

—¿Es aquí donde están guardados los restos de los muertos?

—¿Qué? No, no, no…

—Entonces yo…

—Son los nombres —dijo Mary, algo exasperada— Los nombres. Los nombres están aquí, y nosotros conectamos con las personas a través de sus nombres.

Ponter frunció el ceño.

—Yo… perdóname, no quisiera parecer estúpido. Pero sin duda que eso no puede ser así. Nosotros… mi gente, conecta a través de las caras. Hay incontables personas cuyas caras conozco pero cuyos nombres no he aprendido nunca. Y, bueno, conecto contigo, y aunque sé tu nombre, no puedo articularlo ni pensarlo con claridad siquiera. Mary… Esto es lo mejor que puedo hacer.

—Nosotros pensamos que los nombres son… —Mary se encogió de hombros, al parecer reconociendo lo ridículo que debía de sonar lo que estaba diciendo— mágicos.

——Pero —dijo de nuevo Ponter—, no se puede comunicar con los muertos —No pretendía ser pesado, de verdad que no.

Mary cerró los ojos un momento, como haciendo acopio de fuerza interior … o, pensó Ponter, como si se comunicara con alguien. —Sé que tu gente no cree en la vida después de la muerte —dijo Mary, por fin.

—«Vida después de la muerte» —dijo Ponter, pronunciando las palabras como si fueran un plato de carne— un oxímoron.

—Para nosotros no —dijo Mary, y añadió con apasionamiento—: Para mí no.

Miró en derredor. Al principio Ponter pensó que simplemente exteriorizaba sus pensamientos: supuso que estaba buscando algún modo de explicar lo que sentía. Pero entonces sus ojos dieron con algo y empezó a caminar. Ponter la siguió.

—¿Ves estas flores? —preguntó Mary. Él asintió.

—Naturalmente.

—Las dejó aquí uno de los vivos, para uno de los muertos. Alguien cuyo nombre está en este panel. —Señaló la sección de granito pulido que tenía delante.

Mary se agachó. Las flores (rosas rojas) todavía tenían largos tallos y estaban sujetas por una cuerdecita. Una tarjetita estaba atada al ramo con un lazo…

—«Para Willie —dijo Mary, leyendo evidentemente la tarjeta—, de, su querida hermana.»

—Ah —dijo Ponter, porque no tenía mejor respuesta que dar.

Mary siguió caminando. Llegó hasta un papel de color cervato que había apoyado contra el muro, y lo recogió.

—«Querido Carl» —leyó. Hizo una pausa, y buscó en el panel que tenía delante— Debe de ser él —dijo, extendiendo la mano y tocando levemente un nombre—. Carl Bowen.

Siguió contemplando el nombre grabado.

—Es para ti, Carl —dijo, y al parecer eran sus propias palabras puesto que no estaba mirando la hoja. Bajó entonces los ojos y leyó en voz alta, empezando por el principio:.

Querido Carclass="underline"

Sé que debería haber venido antes. Quería hacerla. De verdad. Pero no sabía cómo te tomarías la noticia. Sé que fui tu primer amor, y tú fuiste el mío, y ningún verano ha sido más maravilloso para mí que aquel verano del 66. Pensé en ti todos los días que estuviste fuera, y cuando llegó la noticia de que habías muerto, lloré y lloré, y estoy llorando ahora mientras escribo estas palabras.

No quiero que pienses que he dejado nunca de llorar por ti, porque no lo he hecho. Pero continué con mi vida. Me casé con Bucky Samuels. ¿Te acuerdas de él? ¿Del Eastside? Tenemos dos chicos, ambos ahora mayores que tú cuando moriste.

No me reconocerías, no creo. El pelo se me ha vuelto gris, aunque trato de ocultarlo, y perdí todas las pecas hace tiempo, pero sigo pensando en ti. Amo mucho a Buck, pero te amo también a ti… y sé que algún día volveremos a vemos.

Amor para siempre,

JANE

—¿«Volveremos a vernos»? —repitió Ponter—. Pero si él está muerto.

Mary asintió.

—Ella quiere decir que lo verá cuando muera también.

Ponter frunció el ceño. Mary continuó caminando unos pasos más.

Había otra carta apoyada contra el muro, ésta plastificada. La recogió.

—«Querido Frankie» —empezó a leer. Escrutó el muro que tenía delante— Aquí está —dijo—. Franklin T. Mullens, III.

Leyó la carta en voz alta:

Querido Frankie:

Dicen que un padre no debería sobrevivir a un hijo, ¿pero quién espera que te arrebaten a tu hijo cuando sólo tiene 19 años? Te echo de menos cada día, igual que papá. Ya lo conoces: intenta hacerse el fuerte delante de mí, pero lo oigo llorar en voz baja cuando cree que estoy dormida.

El trabajo de una madre es cuidar de su hijo, y lo hice lo mejor posible. Pero ahora el propio Dios te está cuidando y sé que estás a salvo en sus amorosos brazos.

Volveremos a estar juntos, mi querido hijo. Amor,

MAMÁ

Ponter no supo qué decir. Los sentimientos eran obviamente sinceros… pero eran irracionales. ¿No podía verlo Mary? ¿No podía verlo la gente que escribía aquellas cartas?

Mary siguió leyéndole cartas y tarjetas y placas y rollos de pape que habían dejado apoyados contra el muro. Las frases se fueron marcando en la mente de Ponter.

«Sabemos que Dios está cuidando de tí…»

«Anhelo que llegue el día en que todos volvamos a estar juntos…»

«Tanto olvidado, tanto no dicho, pero prometo decírtelo todo cuando nos encontremos entre los muertos.»

«Duerme ahora, amado…»

«Quiero que llegue el día en que estemos reunido… »

«Oo. ese maravilloso día en el que el Señor nos reunirá en el Cielo.»

«Adiós… ¡Que Dios esté contigo! Hasta que nos volvamos a ver…»

«Cuídate, hermano. Te visitaré de nuevo la próxima vez que venga a D.C…»

«Descansa en paz, amigo mío, descansa en paz…»

Mary había tenido que detenerse varias veces para enjugarse las lágrimas. Ponter también se sintió triste, y sus ojos estaban igualmente húmedos, pero no por el mismo motivo, sospechaba.

—Siempre es duro ver morir a un ser querido —dijo Ponter.

Mary asintió.

—Pero… —continuó él, y luego guardó silencio.

—¿ Sí? —instó Mary.

—Este memorial —dijo Ponter, extendiendo el brazo, señalando los dos grandes muros—. ¿Cuál es su sentido?

Mary volvió a alzar las cejas.

—Honrar a los muertos.

—No a todos los muertos —dijo Ponter, en voz baja—. Aquí solo hay americanos.

—Bueno, sí. Es un monumento al sacrificio hecho por los soldados estadounidenses, una forma que tiene el pueblo de Estados Unidos de mostrar que los aprecian.

—Que los apreciaban.

Mary pareció confundida.

—¿Está funcionando mal mi traductor? preguntó Ponter—. Se puede apreciar, en tiempo presente, lo que todavía existe; sólo se puede haber apreciado, en pretérito, lo que ya no existe.