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Mary suspiró: estaba claro que no quería debatir sobre el tema,

—Pero no has contestado a mi pregunta —dijo Ponter, amablemente—. ¿Para qué este memorial?

—Ya te lo he dicho. Para honrar a los muertos.

—No, no. Ése puede ser un efecto, lo reconozco. Pero sin duda el propósito del diseñador…

—Maya Ying Lin —dijo Mary.

—¿Cómo?

—Maya Ying Lin. Es el nombre de la mujer que diseñó esto.

—Ah —dijo Ponter—. Bueno, sin duda su propósito, el propósito de cualquiera que diseñe un memorial, es asegurarse de que la gente no olvide nunca.

—¿Sí? —dijo Mary, irritada por la sutil diferencia que consideraba que estaba haciendo Ponter.

—Y el motivo de no olvidar el pasado es evitar que se repitan los mismos errores.

—Bueno, sí, por supuesto.

—Entonces, ¿ha servido a su propósito este memorial? ¿Se ha evitado el mismo error desde entonces, el error que hizo que todos estos jóvenes murieran?

Mary pensó durante un momento, luego negó con la cabeza. —Supongo que no. Se siguen librando guerras y…

—¿Por parte de Estados Unidos? ¿Por la gente que construyó este monumento?

—Sí.

—¿Por qué?

—Economía. Ideología. Y…

—¿Sí?

Mary se encogió de hombros.

—Venganza. Desquite.

—Cuando este país decide ir a la guerra, ¿dónde se declara la guerra?

—Mm, en el Congreso. Te mostraré más tarde el edificio.

—¿Se puede ver este memorial desde allí?

—¿ Éste? No, no lo creo.

—Deberían hacerla aquí mismo —dijo Ponter, llanamente——. Su líder… el presidente, ¿no?, debería declarar la guerra aquí mismo, delante de estos cincuenta y ocho mil doscientos nueve nombres. Sin duda ése debería ser el sentido de un memorial semejante: si un líder puede plantarse aquí y mirar los nombres de todos los que murieron la vez anterior que un presidente declaró la guerra y seguir llamando a los jóvenes para que vayan y los maten en otra guerra, entonces tal vez la guerra merezca la pena.

Mary ladeó la cabeza, pero no dijo nada.

—Después de todo, dijiste que lucháis para conservar vuestros valores más fundamentales.

—Ése es el ideal, sí —dijo Mary.

—Pero esta guerra… esta guerra de Vietnam, dijiste que era para apoyar a un Gobierno corrupto, para impedir que se celebraran unas elecciones.

—Bueno, sí, en cierto modo.

—En Filadelfia me enseñaste dónde y cómo se fundó este país. ¿No es la democracia el valor más preciado de Estados Unidos, que la voluntad del pueblo se oiga y se cumpla?

Mary asintió.

—Entonces deberían haber luchado para asegurar que ese ideal se cumpliera, haber ido a Vietnam para asegurarse de que la gente de allí tuviera una oportunidad de votar habría sido un ideal americano. Y si el pueblo vietnamés…

—Vietnamita.

—Como sea. Si hubieran elegido el sistema comunista por votación, entonces el ideal americano de democracia se hubiese cumplido. ¿No será que defendéis la democracia sólo cuando el voto es el que queréis que sea?

—Posiblemente tienes razón —dijo Mary—. Mucha gente opinaba que la intervención americana en Vietnam era un error. La consideraban una guerra profana.

—¿Profana?

—Mmm, un insulto a Dios.

Ponter alzó la ceja sobre su ceño.

—Por lo que he visto, este Dios vuestro debe de tener la piel gruesa. Mary ladeó la cabeza, dándole la razón.

—Me has dicho que la mayoría de la gente de este país es cristiana, como tú, ¿no es así?

—Sí.

—¿Una mayoría en qué grado?

—Grande —dijo Mary—. Estuve leyendo sobre eso cuando me trasladé aquí. La población de Estados Unidos tiene unos doscientos setenta millones de habitantes. —Ponter ya había oído esta cifra, así que su magnitud no lo sobresaltó esta vez—. Aproximadamente un millón son ateos: no creen en Dios en absoluto. Otros veinticinco millones no son religiosos; es decir, no se adhieren a ninguna fe concreta. Los otros grupos de fe juntos (judíos, budistas, musulmanes, hindúes) suman quince millones. Todos los demás, casi doscientos cuarenta millones, dicen que son cristianos.

—Así que éste es un país cristiano.

—Bueeeeeno, como mi país natal, Canadá ——dijo Mary—, Estados Unidos se enorgullece de su tolerancia con la diversidad de creencias.

Ponter agitó una mano, desdeñoso.

—Doscientos cuarenta millones de doscientos setenta millones es casi el noventa por ciento: éste es un país cristiano. Y tú y otros me habéis explicado las enseñanzas cristianas fundamentales. ¿Qué dijo Cristo sobre aquellos que os atacan?

—El sermón de la montaña —dijo Mary. Cerró los ojos, al parecer para ayudarse a recordar—. Sabéis lo que se dice: “Ojo por ojo y diente por diente.” Pero yo os digo que no hagáis frente al que os ataca. Al contrario: al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra mejilla.»

—Entonces la venganza no tiene cabida en la política de una nación cristiana —dijo Ponter—. Y sin embargo dices que es un motivo por el que se libran guerras. Del mismo modo, impedir la libre decisión de un país extranjero no debería haber cabido en la política de una nación democrática, y sin embargo causó esta guerra de Vietnam.

Mary no dijo nada.

—¿No lo ves? Para eso debería servir este memorial, este muro de los veteranos de Vietnam: para recordar lo insensato de la muerte, el error, el grave error de declarar una guerra que contraviene vuestros principios más queridos.

Mary continuó en silencio.

—Ése es el motivo por el que las futuras guerras de América deberían ser declaradas aquí, aquí mismo. Sólo si la causa soporta la prueba de apoyar los principios fundamentales más queridos, entonces tal vez se trate de una guerra que debería ser librada.

Ponter dejó que sus ojos se dirigieran de nuevo al muro, al reflejo negro.

Mary no dijo nada.

—Sin embargo —continuó Pol1ter—, déjame hacer un planteamiento más simple. Esas cartas que has leído… supongo que son típicas.

Mary asintió.

—Dejan cartas parecidas todos los días.

—¿Pero no veis el problema? En todas esas cartas existe el problema subyacente de que los muertos no están realmente muertos. «Dios está cuidando de ti.» «Volveremos a estar juntos de nuevo», «…Sé que cuidas de mí.» «Algún día te volveré a ver.»

—Ya hemos hablado de eso antes —dijo Mary—: Mi especie de humanidad (no sólo los cristianos, sino la mayoría de los Homo sapiens, no importa cuál sea su religión) creen que la esencia de una persona no termina con la muerte del cuerpo. El alma sigue viviendo.

—Y esa creencia es el problema —dijo Ponter firmemente———. He pensado en esto desde la primera vez que me lo contaste, pero lo he… ¿cómo decís?, lo he pillado aquí, en este memorial, en este muro de nombres.

—¿Sí?

—Están muertos. Han sido eliminados. Ya no existen. —Tendió la mano hacia delante y tocó un nombre que no podía leer—. La persona que se llamaba así —tocó otro—, y la persona que se llamaba así —y tocó un tercero—, y la persona que se llamaba así ya no están. Sin duda aceptar eso es el motivo de este muro. No se puede venir aquí a hablar con los muertos, porque los muertos están muertos. No se puede venir aquí a pedir perdón a los muertos, porque los muertos están muertos. No se puede venir aquí a ser tocado por los muertos, porque los muertos están muertos. Estos nombres, estos caracteres tallados en piedra… es todo lo que queda de ellos. Ése es el mensaje de este muro, la lección que hay que aprender. Mientras sigáis pensando que esta vida es un prólogo, que habrá más después, que los que fueron maltratados aquí serán recompensados en algún lugar todavía por venir, seguiréis menospreciando la vida, y seguiréis enviando a jóvenes a la muerte.