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—Pero —continuó Adikor—, a excepción de Jasmel, la hija de Ponter, que asomó la cabeza por el portal durante nuestras operaciones de rescate, nadie más de este mundo ha ido a aquel otro. Cuando creamos el portal, fue por accidente: un resultado inesperado de nuestros experimentos de cálculo cuántico. Pero ahora sabemos que este universo y aquel otro, donde dominan los gliksins, están relacionados de algún modo. El portal de aquí se abre siempre a aquél, de los múltiples universos alternas que nuestra física nos dice que deben de existir. Y, según cabe deducir de nuestra experiencia previa, el portal permanecerá abierto mientras un objeto sólido esté atravesándolo.

Bedros, un viejo varón de Evsoy, frunció el ceño ante Adikor.

—¿Qué propone entonces, sabio Huid? ¿Que lancemos una vara a medias por ese portal para mantenerlo abierto?

Ponter, de pie junto a Adikor, se volvió levemente para que Bedros no viera su sonrisa.

Adikor no fue tan afortunado: Bedros lo estaba mirando y no podía apartar la vista sin ser irrespetuoso.

—Mm, no —dijo—. Tenemos en mente algo más, ah, versátil. Dern Kord, un ingeniero conocido nuestro, propone que insertemos un tubo de Derkers a través del portal.

Era la señal para que Ponter desplegara el tubo de Derkers. Metió los dedos dentro de la estrecha boca y tiró. El tubo, un entramado de metal, se expandió con estrépito hasta que su diámetro fue mayor que la altura de Ponter.

—Estos tubos se utilizan para reforzar los túneles de las minas en situaciones de emergencia —dijo Ponter—. Una vez expandidos, se resisten a retraerse. De hecho, la única manera de que vuelvan a su tamaño original es usando un abridor que suelte uno a uno los cierres de cada intersección de los segmentos de metal entrecruzados.

Bedros comprendió la idea al instante, lo que decía bastante a su favor.

—¿ Y creen que uno de estos tubos mantendría abierto el portal indefinidamente, para que la gente pudiera atravesado, como un túnel entre los dos universos?

—Exactamente —dijo Ponter.

—¿Qué hay de las enfermedades? —preguntó Jurat, una hembra local de la generación 141. Estaba sentada frente a Bedros, así que Ponter y Adikor tuvieron que volverse para mirada—. Tengo entendido que cayó usted enfermo cuando estuvo en el otro mundo.

Ponter asintió.

—Sí. Conocí allí a una física gliksin que…

Hizo una pausa cuando uno de los Grandes Grises esbozó una sonrisa de desdén. Ponter ya se había acostumbrado a la idea, pero comprendía por qué resultaba graciosa: bien pudiera haberse referido a un filósofo cavernícola.

—Pues bien —continuó Ponter—, ella propuso que las líneas temporales se dividieron… bueno, dijo que hace cuarenta mil años, medio millón de meses. Desde entonces, los gliksins han vivido en condiciones de hacinamiento, y han criado animales en gran número alimentarse. Es probable que allí hayan evolucionado numerosas enfermedades contra las que no tenemos ninguna inmunidad. Y es posible que aquí hayan evolucionado algunas enfermedades a las que ellos no sean inmunes, aunque nuestra densidad de población más baja lo hace improbable, según me han dicho. En cualquier caso, tendremos que contar con un sistema de descontaminación, y todo el que viaje en cualquier dirección tendrá que ser tratado.

—Pero espere —dijo Jindo, otro varón, que venía de las tierras situadas al sur, en el lado opuesto del cinturón ecuatorial desocupado. Por fortuna, estaba sentado a la derecha de Jurat, así que Ponter y Adikor no tuvieron que volverse de nuevo—. Este túnel entre mundos tiene que estar situado en el fondo de la mina de níquel Debral, a un millar de brazadas bajo la superficie, ¿no es así?

—Sí —respondió Ponter—. Verá, es nuestro ordenador cuántico lo que hace posible acceder al otro universo, y para que funcione tiene que estar protegido de la radiación solar. La enorme cantidad de roca proporciona esa protección.

Bedros asintió, y Adikor se volvió hacia él.

—Así que la gente no podrá viajar en gran número entre los dos mundos.

—Lo que significa —dijo Jurat, continuando el argumento de Bedros—, que no tenemos que preocupamos por una invasión.

Adikor se volvió para mirarla, pero Ponter siguió mirando a Bedros.

—Y los individuos no sólo tendrán que venir atravesando ese estrecho túnel, sino que tendrán que subir hasta la superficie antes de llegar a nuestro mundo.

Ponter asintió.

—Exactamente. Ha llegado al tuétano.

—Aprecio su entusiasmo por su trabajo —dijo Pandaro, la presidenta del Consejo, una hembra galasoyana 140 quien, hasta este momento, había permanecido callada. Estaba sentada a medio camino entre Bedros y Jurat, así que Ponter se volvió a la izquierda y Adikor a la derecha hasta que los dos estuvieron mirándola—. Pero déjeme ver si lo comprendo correctamente. No es posible que los gliksins puedan abrir un portal a este mundo, ¿verdad?

—Así es, presidenta —dijo Ponter—. Aunque naturalmente no lo aprendí todo sobre su tecnología informática, están muy lejos de construir un ordenador cuántico similar al que Adikor y yo creamos.

—¿Cuánto les falta para conseguirlo? —preguntó Pandaro—. ¿Cuántos meses?

Ponter miró brevemente a Adikor: su hombre-compañero era, después de todo, el experto en hardware. Pero Adikor contestó con una expresión que indicaba que Ponter continuara y respondiese.

—Al menos trescientos, diría yo, posiblemente muchos más.

Ponter abrió los brazos, como si la respuesta fuera obvia.

—Bueno, entonces no corre prisa tratar este tema. Podemos tomarnos nuestro tiempo para estudiar el asunto, y…

—¡No! —exclamó Ponter. Todos los ojos de la sala cayeron sobre él.

—¿Perdone? —dijo la presidenta, glacial.

—Quiero decir, que… que no sabemos si este fenómeno podrá reproducirse a la larga. Cualquier condición podría cambiar y…

—Comprendo su deseo de continuar con su trabajo, sabio Boddit —dijo la presidenta—, pero están las cuestiones de la transmisión de enfermedades, de la contaminación y…

—Ya tenemos la tecnología necesaria para protegemos contra eso —dijo Ponter.

—En teoría —dijo otra consejera, también hembra—. Pero en la práctica, la técnica Kajak no se ha utilizado nunca para eso. N o podemos estar seguros…

—¡Son ustedes tan tímidos! —replicó Ponter. Adikor lo miró sorprendido, pero Ponter ignoró a su compañero—. Ellos no estarían tan asustados. ¡Han escalado las montañas más altas de su mundo! ¡Se han sumergido en los océanos! ¡Han orbitado la Tierra! ¡Han llegado a la Luna! No fue la cobardía de unos viejos lo que…

—¡Sabio Boddit! —El tono de la presidenta retumbó en la cámara del Consejo.

Ponter se detuvo.

—Yo… lo siento, presidenta. No pretendía…

—Creo que está muy claro lo que pretendía —dijo Pandaro—. Pero nuestra función es ser cautos. Tenemos sobre nuestros hombros el bienestar del mundo entero.

—Lo sé —dijo Ponter, tratando de mantener la calma—. ¡Lo sé, pero hay tanto en juego! No podemos esperar interminables meses. Tenemos que actuar ahora. Ustedes tienen que actuar ahora.

Ponter notó que la mano de Adikor se posaba amablemente sobre su antebrazo.

—Ponter… —dijo en voz baja.

Pero Ponter se zafó.

—Nosotros no hemos llegado a la Luna. Probablemente no llegaremos nunca a Marte tampoco, ni a las estrellas. Esta Tierra paralela es el único mundo al que nuestro pueblo tendrá acceso jamás. ¡No podemos dejar escapar la oportunidad!

Aunque fuese apócrifa, Mary Vaughan había oído la historia tan a menudo que sospechaba que probablemente era cierta. Decían que cuando Toronto decidió construir una segunda universidad, en los anos sesenta, se compraron los planos del campus a una lejana universidad del sur de Estados Unidos. Parecía una buena idea, pero nadie tuvo en cuenta las diferencias climatológicas.