Выбрать главу

Mary tomó una bocanada de aire y la dejó escapar lentamente, al parecer controlándose. Hizo un gesto con un movimiento de la cabeza. Ponter se volvió a mirar. Otra persona (un hombre de pelo gris) estaba colocando una cana delante del muro.

—¿Podrías decírselo? —preguntó Mary, hablando bruscamente———. ¿Decirle que está perdiendo el tiempo? O a esa mujer de allí… la que está de rodillas, rezando. ¿Podrías decírselo? ¿Sacarla de su engaño? La creencia de que en algún lugar sus seres queridos todavía existen les da consuelo.

Ponter sacudió la cabeza.

—Esa creencia es lo que hizo que esto sucediera. La única forma de honrar a los muertos es asegurándose de que no entre más gente en ese estado de manera prematura.

Mary parecía enfadada.

—Muy bien. Ve y díselo.

Ponter se volvió y miró a los gliksins y sus reflejos de ébano en el muro. Su pueblo casi nunca tomaba vidas humanas, y el pueblo de Mary lo hacía a una escala enorme, con frecuencia… Sin duda esta creencia en Dios y la otra vida tenía que estar ligada a su disposición a matar.

Dio un paso adelante, pero…

—Pero, ahora mismo, esa gente no parecía maligna, no parecía sedienta de sangre, no parecía dispuesta a matar. Ahora mismo, parecían tristes, increíblemente tristes.

Mary todavía estaba molesta con él.

—Vamos —dijo, indicando con una mano—. ¿Qué te detiene? Ve y díselo.

Ponter pensó en lo triste que él mismo se había sentido cuando murió Klast. Y sin embargo… y sin embargo, aquella gente (estos extraños, extrañísimos gliksins) obtenían consuelo de sus creencias. Miró a los individuos que había junto al muro, apartados de él por agentes armados. No, no, no les diría a esas personas que sus seres queridos habían desaparecido de verdad. Después de todo, no era esta gente triste quien los había enviado a morir.

Ponter se volvió hacia Mary.

—Comprendo que creer les proporciona consuelo, pero… —Sacudió la cabeza—. ¿Pero cómo se rompe el ciclo? Dios hace que matar sea aceptable, Dios proporciona consuelo después de que se haya matado. ¿Cómo se consigue no repetirlo una y otra vez?

—No tengo ni idea —dijo Mary.

—Tenéis que hacer algo.

—Ya lo hago. Rezo.

Ponter la miró, miró a la gente que rezaba, y luego se volvió una vez más hacia Mary, y dejó que su cabeza colgara, contemplando el sucio, incapaz de enfrentarse a ella o a los miles de nombres.

—Si creyera que existe la más mínima posibilidad de que funcione —dijo en voz baja—, yo también rezaría.

23

—Fascinante —dijo Jurard Selgan—. Fascinante.

—¿Qué? —La voz de Ponter estaba teñida de irritación.

—Su conducta, mientras estaba en el muro ceremonial que conmemora a esos gliksins que murieron en el sureste de Galasoy.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Ponter. Su voz era brusca, como la de alguien que intenta hablar mientras le hurgan en una cicatriz.

—Bueno, no fue la primera vez que sus creencias (nuestras creencias, como barasts) entraban en conflicto con las de los gliksim, ¿no?

—No, por supuesto que no.

—De hecho —dijo Selgan—, esos conflictos deben de haberse producido ya en su primera visita allí, ¿no?

—Supongo.

—¿Puede ponerme un ejemplo?

Ponter se cruzó de brazos.

—Muy bien —dijo, displicente—. Ya se lo mencioné al principio: los gliksins tienen esta tonta idea de que el universo existe sólo desde hace un tiempo finito. Han malinterpretado por completo la prueba del virado espectral al rojo, pensando que indica un universo en expansión; no comprenden que la masa varía con el tiempo. Es más, creen que la radiación cósmica de microondas de fondo es el eco de lo que llaman «el big bang»… una enorme explosión que creen que inició el universo.

—Parece que les gusta que las cosas exploten —dijo Selgan.

—Desde luego que sí. Pero, naturalmente, la uniformidad de la radiación de fondo se debe en realidad a la repetida absorción y emisión de electrones atrapados en filamentos de vórtices magnéticos de plasma.

—Estoy seguro de que tiene usted razón —dijo Selgan, admitiendo que ese tema no era su especialidad.

— Tengo razón —replicó Ponter—. Pero no me peleé con ellos por eso. Durante mi primera visita, Mary me dijo: «No creo que vayas a convencer a mucha gente de que el big bang no existió.» Y yo le contesté que no importaba; dije: «Sentir la necesidad de convencer a los demás de que tienes razón es algo que procede de la religión: simplemente me contento con saber que tengo razón, aunque los demás no lo sepan.»

—Ah —dijo Selgan—. ¿Y se siente realmente así?

—Sí. ¡Para los gliksins, el conocimiento es una batalla! ¡Una guerra territorial! Vaya, para tener el equivalente del título de «sabio» hay que defender una tesis. Ésa es la palabra que ellos emplean: ¡defender! Pero la ciencia no consiste en defender la postura de uno contra las demás; consiste en flexibilidad y apertura de mente y en valorar la verdad, no importa quién la encuentre.

—Estoy de acuerdo —dijo Selgan. Hizo una pausa un instante, y luego añadió—: Pero no se pasó usted mucho tiempo buscando pruebas de si los gliksins pudieran tener razón en su creencia en otra vida.

—Eso no es cierto. Le di a Mary oportunidad de demostrar la validez de esa creencia.

—¿Antes de este encuentro en el muro memorial, quiere decir?

—Sí. ¡Pero ella no tenia nada!

— Y así, como en el caso de la cosmología finita, ¿dejó usted correr el tema contentándose con saber que tenía razón?

—Sí. Bueno, quiero decir. …

Selgan alzó la ceja.

—¿Sí?

—Quiero decir, sí, claro, discutí con ella sobre esta creencia en otra vida. Pero eso era distinto.

—¿Distinto de la cuestión cosmológica? ¿Por qué?

—Porque había mucho más en juego.

—¿No trata la cuestión cosmológica del destino final del universo entero?

—Quiero decir que no era sólo un lema abstracto. Era, es, el corazón de todo.

—¿Porqué?

—Porque… porque, cartílagos, No sé por qué. Es que parece terriblemente importante. Es lo que les permite librar todas esas guerras, después de todo.

—Comprendo. Pero también comprendo que es fundamental para sus creencias; sin duda debe de haber advertido usted que es algo a lo que no iban a renunciar fácilmente.

—Supongo.

— Y sin embargo, continuó insistiendo.

—Bueno, si.

—¿Porqué?

Ponter se encogió de hombros.

—¿Le gustaría oír lo que yo creo? —preguntó Selgan.

Ponter volvió a encogerse de hombros.

—Estaba insistiendo en el tema porque quería ver si había alguna prueba de esa otra vida. Tal vez Mary, y los otros gliksins, se habían estado reservando. Tal vez había pruebas que ella revelaría si seguía usted insistiendo.

—No puede haber pruebas de lo que no existe —dijo Ponter.

—Cierto —dijo Selgan—. Pero, o bien estaba usted intentando convencerlos de que tenía razón… o estaba intentando obligarlos a convencerle de que tenían razón.

Ponter sacudió la cabeza.

—Era absurda —dijo—. Esta idea de las almas es una creencia ridícula.

—¿Almas?

—La parte inmaterial de la esencia del individuo, que creen inmortal.

—Ah. ¿Y dice usted que es una creencia ridícula?

—Por supuesto.

—Pero sin duda tienen derecho a creerlo, ¿no?

—Imagino que sí.