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Henry silbó unas cuantas notas. Mary tardó un segundo, pero reconoció la melodía: el tema de El hombre de los seis millones de dólares. Sonrió y continuó:

—También cuidaban de él, no por caridad, sino porque una persona tan vieja era una fuente de conocimientos de caza.

—Es posible —dijo Angela, un poco a la defensiva—, pero, de todas formas, fueron los granjeros quienes construyeron las ciudades, los que tenían la tecnología. En Europa, en Egipto…, lugares donde la gente cultivaba, ha habido ciudades desde hace miles de años.

Henry Ciervo Corredor miró a Ponter, como en busca de apoyo.

Ponter se limitó a ladear la cabeza, pasándole la pelota al nativo americano.

—¿Cree que los europeos tenían tecnología, metalurgia y todo eso y que, nosotros, los nativos, no, por algún tipo de superioridad inherente? —preguntó Henry—. ¿Eso es lo que piensa?

—No, no —dijo la pobre Ange1a—. Por supuesto que no. Pero…

—Los europeos tuvieron ese tipo de cosas por pura suerte. Yacimientos justo en la superficie; pedernal para hacer herramientas de piedra. ¿Ha intentado alguna vez tallar granito, que es lo que más abunda aquí? Se hacen unas puntas de flecha penosas.

Mary esperaba que Angela dejara el tema, pero no lo hizo.

—Los europeos no tenían sólo herramientas. También fueron lo bastante listos para domesticar animales… bestias de carga que trabajaran para ellos. Los nativos americanos nunca domesticaron a ninguno de los animales que había aquí.

—No los domesticaron porque no se podía —dijo Henry—. Sólo hay catorce grandes herbívoros domesticables en todo el planeta, y sólo uno de ellos (el reno) se encuentra en Norteamérica, y sólo en el lejano Norte. Los cinco principales animales domésticos son todos eurasiáticos de origen: la oveja, la cabra, la vaca, el caballo y el cerdo. Los otros nueve son de menor importancia, como los camellos… geográficamente aislados. No se puede domesticar la megafauna de Norteamérica: el alce, el oso, el ciervo, el bisonte o el león de las montañas. Simplemente no tienen el temperamento necesario para ello. Oh, tal vez se les puede capturar, pero no se les puede entrenar, y no llevarán un jinete a cuestas por mucho que intentes domarlos.

La voz de Henry se fue volviendo más fría a medida que hablaba.

—No fue una inteligencia superior lo que condujo a los europeos a tener lo que tuvieron. De hecho, podría afirmarse que los nativos de Norteamérica demostraron tener más cerebro al sobrevivir careciendo de metales y herbívoros domesticables.

—Pero había algunos indios… lo siento, nativos americanos, que cultivaban —dijo Angela.

—Claro. ¿Pero qué cultivaban? Maíz, principalmente… porque eso es lo que había aquí. Y el maíz tiene muy pocas proteínas en comparación con los otros cereales, que existían en toda Eurasia.

Angela miró a Ponter.

—Pero… pero los neanderthales se originaron en Europa, no en Norteamérica.

Henry asintió.

—Y tenían unas herramientas de piedra magníficas: la industria moustenana.

—Pero no domesticaron animales, a pesar de que ha dicho usted que había muchos en Europa que podrían haber sido domesticados. y no cultivaban.

—¡Hola! —dijo Henry—. ¡Tierra a Angela! Nadie domesticaba animales cuando los neanderthales vivían en esta Tierra. Y nadie cultivaba entonces: ni los antepasados de Ponter, ni los suyos ni los míos. La agricultura comenzó en el Creciente Fértil hace diez mil quinientos años. Eso fue mucho después de que los neanderthales se hubieran extinguido… al menos en esta línea temporal. ¿Quién sabe qué podrían haber hecho si hubieran sobrevivido?

—Yo lo sé —dijo Ponter, simplemente. Mary se echó a reír.

—Muy bien —dijo Henry—. Entonces cuéntenoslo. Su pueblo nunca desarrolló la agricultura, ¿verdad?

—Así es.

Henry asintió.

—Probablemente están mejor sin ella, en cualquier caso. La agricultura trae muchas cosas malas.

—¿Como qué? —preguntó Mary, procurando, ahora que Henry al parecer se había calmado un poco, que su voz mostrara curiosidad en vez de desafío.

—Bueno, ya he mencionado la superpoblación —dijo Henry—. Y el efecto sobre la tierra es obvio: se destruyen bosques para obtener tierras de cultivo. Además, naturalmente, están las enfermedades que proceden de los animales domesticados.

Mary vio que Ponter asentía. Reuben Montego les había explicado lo mismo allá en Sudbury.

Dieter que resultó ser bastante agudo para ser especialista en aluminios, asintió.

—Y no sólo enfermedades físicas: también hay enfermedades culturales. La esclavitud, por ejemplo: eso es un producto directo de la necesidad de mano de obra agrícola.

Mary miró a Ponter, incómoda. Era la segunda referencia a la esclavitud que Ponter escuchaba en Washington. Sabía que tenía que dar algunas explicaciones…

—Así es —dijo Henry—. La mayoría de los esclavos trabajaban en las plantaciones. Y aunque no fuese esclavitud en el sentido literal de la palabra, la agricultura requiere lo que a fin de cuentas es lo mismo: peonadas, temporeros y todo eso. Por no mencionar la sociedad de clases: feudalismo, terratenientes y todo lo demás; son directamente un producto de la agricultura.

Angela se agitó en su asiento.

—Pero incluso cuando se trata de cazar, los restos arqueológicos demuestran que nuestros antepasados eran mucho mejores en eso que los neanderthales.

Ponter se había perdido durante la discusión sobre agricultura y feudalismo. Pero había entendido claramente la declaración de Angela.

—¿En qué sentido? —preguntó.

—Bueno —contestó Angela—, no vemos ninguna prueba de eficacia en la forma de cazar de sus antepasados.

Ponter frunció el ceño.

—¿Qué quiere decir?

—Los neanderthales sólo mataban animales de uno en uno.

En cuanto pronunció las palabras, Angela se dio cuenta de que había cometido un error.

Ponter alzó la ceja.

—¿Cómo cazaban sus antepasados?

Angela pareció incómoda.

—Bueno, mm… lo que solíamos hacer era, bueno, solíamos conducir manadas enteras de animales hasta los acantilados y matar a cientos de una vez.

Los ojos de Ponter se abrieron como platos.

—Pero… pero eso es… desenfrenado —dijo—. Sin duda, ni siquiera sus poblaciones más grandes podían aprovechar toda esa carne. Y además, parece una cobardía matar así.

—Yo… no sé cómo expresarlo. —Angela se ruborizó—. Quiero decir, nosotros pensamos que es una tontería correr riesgos innecesarios, así que…

—Saltan ustedes desde aviones —dijo Ponter—. Se tiran desde lo alto de acantilados. Han convertido el darse puñetazos en un deporte organizado. He visto todo eso en televisión.

—No todos hacemos esas cosas —dijo Mary, amablemente.

—Muy bien, pues —dijo Ponter—. Pero además de los deportes de riesgo, he visto otras conductas comunes. —Señaló hacia la barra— o fumar tabaco, beber alcohol, cosas que me han dado a entender que son peligrosas y —asintió a Henry—, ambas cosas, por cierto, producto de la agricultura. Sin duda esas actividades pueden considerarse «riesgos innecesarios». ¿Cómo se puede matar animales de un modo tan cobarde, pero luego correr riesgos como…? Oh, oh, espere. Ya lo tengo. Creo que ya lo tengo.