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Hizo una pausa, y Jock la aprovechó para poner punto final a la conversación.

—Muy bien, Mary. Que tenga un buen viaje.

Colgó el teléfono. Justo entonces, Ponter llegó a la habitación, para comprobar si estaba lista para partir.

—He quedado en dejar el coche de alquiler en Rochester, que no nos pilla demasiado lejos —dijo Mary—. Allí podremos recoger mi coche y subir hasta Sudbury, pero…

—¿Sí?

—Pero, bueno, me gustaría pasarme por Taranta camino de Sudbury —dijo Mary—. Nos pilla de paso y, bueno, no es que tú puedas ayudarme en la conducción.

—Muy bien —dijo Ponter.

Pero Mary no dejó correr el asunto.

—Tengo… tengo que hacer unas cuantas cosas allí.

Ponter pareció perplejo por su necesidad de justificarse.

—Como vosotros decís: «No hay problema.»

Mary y Ponter llegaron a la Universidad de York. Era imposible camuflar a Ponter. En invierno, tal vez podría haberse puesto una gorra de lana calada sobre el ceño, y gafas de esquiar, pero en un día de otoño, vestido así, habría llamado tanto la atención como a cara descubierta. Además (Mary se estremeció), no quería ver a Ponter con nada que recordara un pasamontañas; no quería confundir jamás a esas dos personas en su mente.

Aparcaron en el espacio destinado a las visitas, y empezaron a cruzar el campus.

—¿Aquí no necesito seguridad? —preguntó Ponter.

—Las armas personales están prohibidas en Canadá —dijo Mary—. No es que no haya algunas por ahí, pero… —Se encogió de hombros—. Es un lugar distinto. El último asesinato por atentado en Canadá se produjo en 1970, y tuvo que ver con la separación de Quebec. No creo, sinceramente, que tengas que preocuparte más que cualquier otro famoso en Canadá. Según el Star, Julia Roberts y George Clooney están en la ciudad rodando una película. Créeme, atraerán a más curiosos que ninguno de nosotros.

—Bien —dijo Ponter. Dejaron atrás el edificio bajo de York Lane y continuaron hacia…

Era inevitable. Mary lo había sabido desde el principio; las vicisitudes de dejar el coche en el aparcamiento para visitantes. Ponter y ella estaban a punto de pasar por el lugar donde los dos muros de hormigón se unían, el lugar donde…

Mary extendió la mano, encontró la enorme mano de Ponter y, abriendo mucho los dedos, los entrelazó con los suyos. No dijo nada, ni siquiera miró el muro, sólo siguió caminando, mirando al frente.

Pero Ponter sí que miraba alrededor. Mary nunca le había dicho exactamente dónde había tenido lugar la violación, pero vio que él advertía el espacio cerrado, los árboles que lo cubrían, lo lejos que estaba la siguiente farola. Si lo descubrió, no dijo nada, pero Mary agradeció la reconfortante presión de su mano.

Continuaron caminando. El sol jugaba al escondite tras las hinchadas nubes blancas. El campus estaba abarrotado de jóvenes, uno o dos todavía con pantalones cortos, la mayoría con vaqueros, unos cuantos estudiantes de derecho con chaqueta y corbata.

—Esto es mucho más grande que la Laurentian —dijo Ponter, girando la cabeza a izquierda y derecha. La Universidad Laurentian, cerca del lugar donde Ponter había llegado, en Sudbury, era el sitio donde Mary había realizado sus estudios de ADN para demostrar que era realmente un neanderthal.

—Oh, sí, desde luego —contestó ella—. Y es sólo una de las dos (bueno, tres) universidades que hay en Toronto. Si quieres ver algo realmente grande, deberías ir a la Universidad de Toronto algún día.

Mientras Ponter miraba alrededor, la gente lo miraba a él. De hecho, en un momento dado, una mujer abordó a Mary como si fuera una amiga de toda la vida, pero Mary ni siquiera podía recordar el nombre de la mujer, y había pasado a su lado cientos de veces antes sin que ninguna de las dos reconociera la presencia de la otra. Pero era evidente que la mujer, aunque estrechaba fláccidamente la mano de Mary, estaba aprovechando la oportunidad para echar un vistazo de cerca al neanderthal.

Finalmente se libraron de ella y continuaron su camino.

—Ése es el edificio donde trabajo —señaló Mary—. Se llama Edificio Farquharson de Ciencias de la Vida.

Ponter siguió observando un poco más.

—De todos los sitios que he visto en tu mundo, creo que los campus universitarios son lo que más me gusta. ¡Espacios abiertos! Montones de árboles y hierba.

Mary reflexionó al respecto.

—Es una buena vida —dijo—. Más civilizada que el mundo real en muchos aspectos.

Llegaron al Farquharson y subieron las escaleras hasta la primera planta. Cuando entró en el pasillo, vio en el fondo a alguien a quien conocía bien.

—¡Cornelius! —llamó.

El hombre se dio media vuelta y miró. Entornó los ojos; al parecer su vista no era tan buena como la de Mary. Pero después de un momento, por su expresión, la reconoció.

—Hola, Mary —dijo, acercándose ellos.

—No pongas esa cara de preocupación. Sólo he venido a hacer una visita.

—¿No le gustas? —preguntó Ponter en voz baja.

—No, no es eso —contestó Mary, riendo—. Es el tipo que está dando mis clases mientras yo trabajo para el Grupo Sinergia.

Al acercarse, Cornelius abrió mucho los ojos al advertir quién acompañaba a Mary. Pero fue capaz de recuperar la compostura rápidamente.

—Doctor Boddit —dijo, haciendo un gesto con la cabeza.

Mary pensó en decirle a Cornelius que, mira, no todos los sabios reciben el tratamiento de «profesor», pero decidió no hacerlo. Cornelius ya era bastante sensible al tema.

—Hola —dijo Ponter.

—Ponter, éste es Cornelius Ruskin.

Y, como hacía siempre, Mary repitió la presentación haciendo una pausa exagerada entre el nombre y el apellido, para que Ponter pudiera distinguirlos.

—Es doctor, uno de nuestros grados académicos más altos, en biología molecular.

—Es un placer conocerlo, profesor Ruskin —dijo Ponter.

Mary no quiso corregir a Ponter: intentaba con todas sus fuerzas captar los gestos de cortesía humanos, y desde luego se merecía un diez por el esfuerzo. Pero si Cornelius lo había advertido, lo dejó pasar sin hacer ningún comentario, todavía claramente fascinado por el aspecto de Ponter.

—Gracias —dijo—. ¿Qué le trae por aquí?

—El coche de Mary —contestó Ponter.

—Vamos de regreso a Sudbury —dijo Mary—. La hija de Ponter va a casarse, y hay una ceremonia a la que quiere asistir.

—Enhorabuena.

—¿Está por aquí Daria Klein? —preguntó Mary—. ¿O Graham Smythe?

—No he visto a Graham en todo el día —respondió Cornelius—, pero Daria está en tu antiguo laboratorio.

—¿Y Qaiser?

—Puede que esté en su despacho. No estoy seguro.

—Muy bien —dijo Mary—. Bueno, sólo quería recoger unas cuantas cosas. Hasta luego.

—Cuídate —dijo Cornelius—. Adiós, doctor Boddit.

—Día sano —dijo Ponter, y siguió a Mary.

Llegaron a un pasillo y Mary llamó a la puerta.

—¿Quién es? —preguntó una voz de mujer.

Mary abrió un poquito la puerta.

—¡Mary! —exclamó la mujer, sorprendida.

—Hola, Qaiser —dijo Mary, sonriendo.

Abrió más la puerta, revelando a Ponter. Los ojos marrones de Qaiser se abrieron como platos.

—La profesora Qaiser Remtulla —dijo Mary—. Me gustaría que conocieras a mi amigo, Ponter Boddit. —Se volvió hacia Ponter—. Qaiser es la jefa del Departamento de Genética.

—Increíble —dijo Qaiser, tomando la mano de Ponter y estrechándola—. Absolutamente increíble.

Mary parecía querer decir «sí que lo es», pero se guardó el comentario. Charlaron unos cuantos minutos, enterándose de todas las noticias, cuando tuvo que marcharse a clase.