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—¿Cuántos símbolos hay en total en el informe?

—Cincuenta y dos mil cuatrocientos doce —dijo Hak.

Mary frunció el ceño.

—Demasiados para ir trabajando letra a letra, aunque te enseñara el alfabeto. —Se encogió de hombros—. Bueno, ya veré lo que dice cuando lleguemos a vuestro mundo. —Miró el reloj del salpicadero—. El viaje hasta Sudbury es largo. Será mejor que nos pongamos en marcha.

29

La última vez que Mary y Ponter habían viajado en este ascensor de metal, ella había intentado hacerle comprender que le gustaba (de hecho, que le gustaba mucho), pero que no estaba preparada para iniciar una relación. Le había contado a Ponter lo sucedido en la Universidad de York, convirtiéndolo en la única persona aparte de Keisha, la consejera del Centro de Crisis por Violación, a quien Mary se lo había dicho. Las emociones de Ponter reflejaron las de la propia Mary: confusión general sumada a una profunda ira dirigida contra el violador, fuera quien fuese, Durante aquel trayecto en ascensor, Mary pensaba que estaba a punto de perder a Ponter para siempre.

Mientras hacían de nuevo aquel largo, larguísimo descenso hasta el fondo de la mina Creighton, a dos mil metros de profundidad, Mary no podía dejar de recordar aquello, y supuso que el embarazoso silencio de Ponter significaba que también él lo recordaba.

Había habido ciertas discusiones sobre la posibilidad de instalar un nuevo ascensor de alta velocidad que condujera directamente hasta la cámara de observación de neutrinos, pero la logística era formidable. Abrir un nuevo pozo a través de dos kilómetros de granito sería una empresa colosal, y los geólogos de Inco no estaban seguros de que la roca pudiera soportarlo.

También habían hablado de sustituir él viejo ascensor abierto de Inco por uno más lujoso y moderno, pero eso presuponía que sólo se utilizaría para subir y bajar al portal. De hecho, la mina Creighton seguía en activo, extrayendo níquel, y aunque Inco había sido el alma de la operación, todavía tenían que subir y bajar a cientos de mineros por aquel pozo cada día,

De hecho, a diferencia de la última vez, cuando Mary y Ponter tuvieron la cabina para ellos solos, ahora compartían el viaje con seis mineros que se dirigían al nivel situado a mil quinientos metros de profundidad. El grupo estaba bien equilibrado entre quienes miraban amablemente el suelo de metal pulido (no había ningún indicador de nivel que observar estudiosamente como se hacía en el ascensor de la oficina) y aquellos que miraban abiertamente a Ponter.

El ascensor siguió bajando por el pozo, dejando atrás el nivel de los mil trescientos metros: unos signos pintados en el exterior revelaron la situación. Tras haber sido explotado, aquel nivel se empleaba ahora como arbolario para cultivar árboles destinados a los proyectos de reforestación en los alrededores de Sudbury.

El ascensor se detuvo luego en el nivel que querían los mineros, y la puerta se abrió, permitiéndoles desembarcar. Mary los vio partir: hombres que antes hubiese considerado robustos pero que ahora le parecían enclenques comparados con Ponter.

Ponter pulsó el timbre que avisaba al operador del ascensor en la superficie de que los mineros habían bajado. La cabina volvió a ponerse en marcha. Había demasiado ruido para hablar, de todas formas: habían mantenido la conversación la última vez prácticamente a gritos, a pesar de su delicado contenido.

Finalmente, la cabina llegó al nivel de los dos mil metros. La temperatura allí era constante, unos sofocantes cuarenta y un grados Celsius, y la presión del aire era un treinta por ciento superior a la de la superficie.

Al menos el transporte había mejorado. En vez de tener que caminar los mil doscientos metros hasta las instalaciones del ONS, los estaba esperando un vehículo flamante: una especie de buggy de playa, con una pegatina con el lago del ONS delante. Había otros dos vehículos más destinados allí también, aunque debían de encontrarse en otra parte.

Ponter le indicó a Mary que ocupara el asiento del conductor.

Mary contuvo una sonrisa: el grandullón sabía un montón de cosas, pero conducir no era una de ellas. Se sentó junto a ella. Mary tardó un minuto en familiarizarse con el salpicadero y en leer las diversas advertencias e instrucciones que había pegadas en él. En realidad no era más difícil que conducir un carrito de golf. Hizo girar la llave (que estaba sujeta al salpicadero por una cadena, para que nadie pudiera llevársela accidentalmente) y empezaron a recorrer el túnel, evitando las vías que usaban las vagonetas. Normalmente se tardaba veinte minutos en llegar hasta las instalaciones del ONS desde el ascensor, pero el cochecito los llevó allí en cuatro.

Irónicamente, ahora que se estaba utilizando para viajar a otro mundo, las instalaciones del ONS no se conservaban en condiciones estériles. Antes, una visita a las duchas era obligatoria, y aunque todavía estaban disponibles para aquellos que se sentían demasiado sucios después del viaje desde la superficie, Ponter y Mary pasaron de largo. Y ambas puertas estaban abiertas, dando a la cámara de vacío que solía quitar la suciedad a los visitantes del ONS. Ponter entró, y Mary lo siguió.

Dejaron atrás los retorcidos sistemas de fontanería que antes alimentaban el tanque de agua pesada, y llegaron a la sala de control, en la que, como siempre ahora, había dos soldados canadienses armados.

—Hola, enviado Boddit —dijo uno de los guardias, levantándose de la silla donde estaba sentado.

—Hola —respondió Ponter, hablando por sí mismo. Había aprendido un par de cientos de palabras en inglés ya, que usaba (suponiendo que pudiera pronunciarlas) sin la intervención de Hak.

—Y usted es la profesora Vaughan, ¿verdad? —preguntó el soldado.

Sin duda, su rango estaría anunciado de algún modo en su uniforme, pero Mary no tenía ni idea de cómo leerlo.

—Así es.

—La he visto por la tele —dijo el soldado. — Es la primera vez para usted, ¿verdad, señora?

Mary asintió.

—Bueno, estoy seguro de que la habrán informado sobre el proceso. Tengo que ver su pasaporte, y necesito una muestra de su ADN.

Mary llevaba en efecto el pasaporte. Se lo había sacado para su primer viaje a Alemania, para extraer ADN al espécimen de neanderthal del Rheinisches Landesmuseum, y lo había renovado desde entonces; ¿por qué los pasaportes canadienses sólo duran cinco años, en vez de los diez que duran los pasaportes estadounidenses? Lo buscó en su bolso y se lo presentó al hombre. Irónicamente, parecía más vieja en la foto que en la vida real; se la habían tomado antes de que empezara a teñirse el pelo para cubrir las canas.

Luego abrió la boca y permitió que el soldado le pasara un bastoncillo por el interior de la mejilla derecha. La técnica del hombre era un poco burda, pensó Mary: no hay que frotar tan fuerte para desprender las células.

—Muy bien, señora —dijo el soldado—. Que tenga un buen viaje.

Mary dejó que Ponter la condujera hasta la plataforma de metal que formaba un techo sobre la caverna de diez pisos de altura que solía albergar el Observatorio de Neutrinos de Sudbury. En vez de tener que descender por una escotilla de un metro de lado, como había hecho la primera vez que estuvo allí, habían practicado una gran abertura en el suelo e instalado un ascensor: Ponter comentó que era nuevo desde su última llegada. El ascensor tenía las paredes acrílicas transparentes; las había fabricado específicamente para aquel propósito Polycast, la compañía fabricante de los paneles acrílicos de los que estaba compuesta la esfera contenedora de agua pesada, ahora desmantelada.

El ascensor era la primera de las muchas modificaciones planeadas para aquella cámara. Si el portal permanecía abierto durante años, la cámara se llenaría con diez pisos de instalaciones, incluyendo aduanas, salas de hospital, e incluso unas cuantas suites hoteleras. Pero ahora mismo el ascensor sólo efectuaba dos paradas: en el suelo rocoso de la cámara y, tres pisos por encima, en la zona de espera construida alrededor del portal. Ponter y Mary se bajaron allí, en una ancha plataforma de madera con otros dos soldados apostados. En un lado de la plataforma estaban las banderas de las Naciones Unidas y los tres países que habían fundado conjuntamente el ONS: Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña.