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Y, delante de ella, estaba…

Popularmente lo llamaban «el portal», pero a causa del tubo de Derkers que asomaba más bien parecía un túnel. El corazón de Mary latía con fuerza: podía ver más allá, ver el mundo neanderthal y…

«Dios mío —pensó Mary—. Dios mío.»

Una figura fornida había pasado junto al otro extremo del túnel, alguien que trabajaba al otro lado.

Otro neanderthal.

Mary había visto mucho a Ponter y un poco a Tukana. Con todo, tenía problemas para aceptar de verdad que había millones de otros neanderthales, pero…

Pero allí había otro, al fondo del túnel.

Inspiró profundamente y, como Ponter indicaba galante que fuera ella primero, Mary Vaughan, ciudadana de una Tierra, empezó a recorrer el puente cilíndrico que conducía a otra Tierra.

Habían colocado una cuña al pie del tubo de Derkers, creando una entrada lisa. Mary vio el anillo azul que rodeaba el tubo a través de sus paredes blancas translúcidas: el portal en sí, la abertura, la discontinuidad.

Llegó al umbral de esa discontinuidad, y se detuvo. Sí, Ponter lo había atravesado en ambas direcciones y, sí, varios Homo sapiens la habían precedido ya, pero…

Mary empezó a sudar, y no sólo por el calor subterráneo.

La mano de Ponter se posó en su hombro. Durante un horrible segundo, Mary pensó que iba a empujada.

Pero, naturalmente, no lo hizo.

—Tómate tu tiempo —susurró él, en inglés—. Ve cuando te sientas cómoda.

Mary asintió, Tomó aire y dio un paso al frente,

Sintió como si un tropel de hormigas corretearan por su cuerpo de delante atrás mientras cruzaba el umbral. Había empezado con un paso lento, pero aceleró rápidamente para poner punto final a la inquietante sensación.

Y allí estaba, a centímetros, y a decenas de miles de años de divergencia, del mundo que conocía.

Siguió hasta el final del túnel, oyendo las fuertes pisadas de Ponter tras ella. Y entonces salió a lo que sabía que debía de ser la cámara de cálculo cuántico. Al contrario que la cavidad del ONS, que había sido alterada tras su diseño original, el ordenador cuántico de Ponter trabajaba todavía a pleno rendimiento: de hecho, a Mary le habían dado a entender que, sin él, el portal se cerraría.

Había cuatro neanderthales delante de ella, todos varones. Uno llevaba un llamativo atuendo plateado, los otros camisas sin mangas y los mismos extraños pantalones con botas incorporadas con los que había llegado Ponter. Al igual que él, todos tenían el pelo claro dividido exactamente por el centro; todos eran enormemente musculosos, con miembros cortos; todos tenían el entrecejo ondulado; todos tenían enormes narices en forma de patata.

La voz de Ponter sonó tras ella, hablando en lengua neanderthal.

Mary se dio media vuelta, sorprendida. Oía a Ponter susurrar en ese idioma todo el tiempo, y Hak le traducía las palabras al inglés a un volumen mucho más alto, pero, hasta ahora, nunca había oído a Ponter hablar en voz alta y clara en su lengua materna. Lo que dijo debía de ser una especie de chiste, pues los cuatro neanderthales soltaron graves risotadas.

Mary se apartó de la desembocadura del túnel, dejando pasar a Ponter. Y entonces…

Había oído a Ponter hablar frecuentemente de Adikor, por supuesto, y había comprendido intelectualmente que Ponter tenía un amante masculino, pero…

Pero, a pesar de sus tendencias liberales, a pesar de todos sus preparativos mentales, a pesar de los hombres gay que conocía en su Tierra, sintió un nudo en el estómago cuando Ponter abrazó al neanderthal que debía de ser Adikor. Se abrazaron con fuerza un rato, y la ancha cara de Ponter se pegó a la peluda mejilla de Adikor.

Mary comprendió de inmediato lo que sentía; pero, Dios, habían pasado décadas desde la última vez que había experimentado aquella emoción concreta, y se sintió avergonzada. No le repelía la muestra de afecto hacia el mismo sexo, en absoluto: demonios, no podías zapear canales en Toronto TV un viernes por la noche sin encontrarte con alguna película porno gay. No, estaba…

Era vergonzoso, y sabía que tendría que superado rápido si alguna vez quería tener una relación a largo plazo con Ponter.

Estaba celosa.

Ponter soltó a Adikor y alzó el brazo izquierdo, volviendo su interior hacia él. Adikor alzó el brazo en un gesto paralelo, y Mary vio símbolos destellar en el implante Acompañante de cada uno de los dos hombres. Al parecer, Ponter estaba recibiendo de Adikor sus mensajes acumulados, a quien habían sido dirigidos en su ausencia.

Bajaron los brazos al mismo tiempo, pero Ponter sólo a medias, y giró el antebrazo por el codo para señalar a Mary.

—Prisap tah Mary Vonnnn daballita sohl —dijo, pero como no se estaba dirigiendo a ella, Hak no proporcionó ninguna traducción.

Adikor dio un paso adelante, sonriendo. Tenía un rostro simpático, más ancho que el de Ponter; de hecho, tan ancho como una fuente. y sus ojos redondos eran de un sorprendente color verde azulado. El efecto general era una versión Picapiedra de la mascota de Pillsbury Doughboy.

Ponter bajó la voz a un susurro, y la de Hak proporcionó una traducción a volumen normal.

—Mary, éste es mi hombre-compañero, Adikor Huld.

—Cola —dijo Adikor.

Y Mary se sorprendió un instante, pero luego comprendió que Adikor estaba intentando decir «hola» pero no había captado bien el sonido. Con todo se sintió impresionada, y conmovida, de que hubiera intentado aprender algo de inglés.

—Hola —dijo Mary—. He oído hablar mucho de ti.

Adikor ladeó la cabeza, presumiblemente escuchando una traducción a través de los implantes de su Acompañante, y luego, con una respuesta sorprendentemente normal, sonrió, y con su inglés cargado de acento, dijo:

—Todo bueno, espero.

Mary no pudo evitar echarse a reír.

—Oh, si.

—Y éste —dijo la voz de Hak, hablando por Ponter—, es un exhibicionista.

Mary se quedó sorprendida. Ponter se refería al tipo vestido de plateado. No estaba segura de qué tenía que hacer si el extraño neanderthal se le plantaba delante.

—Mmm, encantada de conocerle.

El desconocido no conocía el truco de susurrar sus propias palabras mientras su Acompañante las traducía en voz alta. Mary tuvo que esforzarse para separar el neanderthal del inglés.

—He sabido —captó— que en su mundo podrían llamarme periodista. Voy a sitios interesantes y dejo que la gente sintonice con lo que emite mi Acompañante.

—Todos los exhibicionistas visten de plata —dijo Ponter—, y nadie más lo hace. Si ves a alguien vestido así, ten en cuenta que muchos miles de personas te estarán mirando.

—¡Ajá! —dijo Mary—. Un exhibicionista. Sí, ahora recuerdo que me hablaste de ellos.

Ponter le presentó también a los otros dos neanderthales. Uno era un controlador, al parecer algo parecido a un policía, y el otro un grueso experto en robótica llamado Dern.

Durante medio segundo, la feminista que había en Mary se molestó porque no había ninguna mujer presente en las instalaciones cuánticas, pero naturalmente no habría ninguna mujer por aquí cerca. Sabía que la mina estaba situada más allá del Borde de Saldak.

Ponter condujo a Mary a través de la parrilla de cilindros sujetos al suelo, subieron un corto tramo de escaleras, atravesaron una puerta y llegaron a la sala de control. Mary estaba helada; a los neanderthales no les gustaba el calor, y para ellos aquí abajo haría tanto calor como en el mundo de Mary. Estaba claro que refrigeraban el resto de las instalaciones; de hecho, Mary bajó la mirada y se avergonzó al ver que los pezones se marcaban contra su top.