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—Y ya está —dijo Ponter—. Esto es nuestro hogar.

—Vamos —dijo Adikor—. Volvamos al salón.

Así lo hicieron, siguiendo a Ponter. Adikor espantó a Pabo de uno de los sofás y se tumbó de espalda en él. Ponter indicó a Mary que ocupara el otro sofá. Tal vez estar tumbado era la postura normal de descanso de los neanderthales; desde luego, sería la mejor manera de contemplar los murales del techo.

Mary ocupó en efecto el otro sofá, pensando que Ponter se sentaría a su lado. Pero en cambio se acercó al lugar donde Adikor estaba sentado y le dio un golpecito afectuoso en la cabeza. Adikor se enderezó. Mary esperaba que se sentara adecuadamente, pero en cuanto Ponter tomó asiento en el extremo del sofá, Adikor volvió a tenderse, colocando la cabeza sobre el regazo de Ponter.

Mary sintió un nudo en el estómago. De todas formas, Ponter probablemente no había traído hasta entonces a su casa a una mujer con la que estuviera relacionado sentimentalmente.

—Bien, ¿qué te parece nuestro mundo hasta ahora? —preguntó Ponter.

Mary aprovechó la oportunidad para apartar la mirada de Ponter y Adikor, como si tuviera la necesidad de visualizar mentalmente todo lo que ya había visto.

—Es… —Se encogió de hombros—. Diferente.

Y entonces, advirtiendo que eso podía parecer ofensivo, añadió rápidamente:

—Pero bonito. Muy bonito.

Hizo una pausa.

—Limpio.

Su propio comentario la hizo reír por dentro. Limpio. Eso era lo que decían siempre los americanos cuando visitaban Toronto. ¡Qué ciudad tan limpia tienen!

Pero Toronto era una pocilga comparada con lo que Mary había visto de Saldak. Siempre había pensado que era económicamente imposible que una gran población de humanos no tuviera un efecto devastador sobre el medio ambiente, pero…

Pero no era una gran población lo que hacía esas cosas. Más bien era una población en crecimiento constante. Con sus generaciones discretas, parecía que los neanderthales habían disfrutado de un crecimiento cero de la población desde hacía siglos.

—Nos gusta —dijo el recostado Adikor, al parecer intentando continuar la conversación—. Y, naturalmente, es por eso que es como es.

Ponter acarició el pelo de Adikor.

—Su mundo tiene también sus encantos.

—Tengo entendido que vuestras ciudades son mucho más grandes —dijo Adikor.

—Oh, sí —contestó Mary—. Muchas tienen millones de habitantes. Toronto, de donde yo soy, tiene casi tres millones.

Adikor sacudió la cabeza adelante y atrás sobre el regazo de Ponter.

—Sorprendente.

—Te llevaremos al Centro después de cenar dijo Ponter—. Las cosas son más compactas allí; los edificios sólo están separados unas decenas de pasos.

—¿Es ahí donde se celebrará la ceremonia de la unión? —preguntó Mary.

—No, eso ocurrirá a medio camino entre el Centro y el Borde.

De repente Mary reparó en algo.

—Yo… no he traído nada bonito que llevar.

Ponter se echó a reír.

—No te preocupes. Nadie podrá decir qué ropa gliksin es normal y cuál es para ocasiones especiales. A nosotros todas nos parecen raras.

Bajó la cabeza, mirando a Adikor a la cara.

—Por cierto, mañana tienes una reunión con el Consorcio Fluxata no, ¿no? ¿Qué vas a ponerte?

En vez de apartar a Mary de la conversación, Hak continuó traduciendo.

—No lo sé —dijo Adikor.

—¿ Y la pelliza verde? —dijo Ponter—. Me gusta cómo te marca los bíceps y…

De repente, Mary no pudo soportarlo más. Se puso en pie de un salto y se acercó a la puerta.

—Lo siento —dijo, intentando controlar su respiración, intentando calmarse—. Lo siento mucho.

Y salió a la oscuridad.

31

Ponter siguió a Mary al exterior, cerrando la puerta tras él. Mary temblaba. A Ponter no parecía molestarle en lo más mínimo el aire de la noche, pero era claramente consciente de la reacción de Mary al fresco. Se acercó, como para rodeada con sus enormes brazos, pero Mary sacudió los hombros violentamente, rechazando su contacto, y se apartó de él, mirando el paisaje.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.

Mary tomó aire y lo expulsó lentamente.

—Nada.

Sabía que parecía petulante, y se odió a sí misma por ello. ¿Qué ocurría? No era una sorpresa que Ponter tuviera un amante masculino pero…

Pero una cosa era saberlo en abstracto, y otra verlo en vivo.

Mary estaba sorprendida consigo misma. Se había sentido más celosa que la primera vez que vio a Colm con su nueva novia después de separarse de él.

—Nada —repitió.

Ponter habló en su propia lengua, con una voz que parecía a la vez confusa y triste. La traducción de Hak tenía un tono más neutral.

—Lamento si te he ofendido… de algún modo.

Mary contempló el cielo oscuro.

—No es que esté ofendida. Es que… —Hizo una pausa—. Va a costarme acostumbrarme a esto.

—Sé que tu mundo es diferente al nuestro. ¿Estaba mi casa demasiado oscura para ti? ¿Demasiado fría?

—No es eso —contestó Mary, y se dio la vuelta lentamente—. Es… Adikor.

Ponter alzó la ceja…

—¿No te gusta?

Mary negó con la cabeza.

—No, no. No es eso. Parece bastante simpático. —Volvió a suspirar—. El problema no es Adikor. Sois tú y Adikor. Es veras a los dos Juntos.

—Es mi hombre-compañero —dijo Ponter, simplemente.

—En mi mundo, la gente sólo tiene un compañero. No me importa si es alguien del sexo opuesto, o alguien del mismo sexo. —Estuvo a punto de añadir «de verdad que no me importa» pero temió que eso fuera protestar demasiado — o pero que nosotros seamos … bueno, lo que sea que seamos, mientras estás relacionado con alguien más es … —Guardó silencio, luego se encogió de hombros—. Es difícil. Y tener que veras a los dos dándoos muestras de afecto…

—Ah —dijo Ponter, y entonces, como si el primer comentario no hubiera sido suficiente, repitió—: Ah.

Guardó silencio un rato.

—No sé qué decirte. Quiero a Adikor y él me quiere a mí.

Mary quiso preguntarle cuáles eran sus sentimientos hacia ella, pero aquél no era buen momento: probablemente lo había repelido con su estrechez de miras.

—Además —dijo Ponter—, dentro de una familia no hay malos sentimientos. Sin duda no le sentirías herida si yo me mostrara afectuoso con mi hermano o mis hijas o mis padres.

Mary lo consideró en silencio y, al cabo de unos instantes, Ponter continuó:

—Tal vez es una tontería, pero tenemos un dicho: el amor es como los intestinos, siempre hay de sobra.

Mary tuvo que reírse, a su pesar. Pero fue una risa incómoda que hizo que se le saltaran las lágrimas.

—Pero no me has tocado desde que llegamos aquí.

Ponter abrió mucho los ojos.

—Dos no son Uno.

Mary permaneció callada un buen rato.

—Yo… las mujeres gliksins… y los hombres gliksins también… necesitamos afecto todo el tiempo, no sólo cuatro días al mes.

Ponter inspiró profundamente y resopló.

—Normalmente…

Se calló, y la palabra quedó flotando entre ellos. Mary sintió que el pulso se le aceleraba. Normalmente, allí una persona tenía dos compañeros, masculino y femenino. Una mujer neanderthal no carecía de afecto… pero durante la mayor parte del mes éste procedía de su mujer-compañera.

—Lo sé —dijo Mary, cerrando los ojos—. Lo sé.

—Tal vez esto sea un error —dijo Ponter, tanto para él como para Mary, parecía, aunque Hak tradujo diligentemente sus palabras—. Tal vez no debería haberte traído aquí.