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—No —dijo Mary—. Quería venir y me alegro de haberlo hecho. Lo miró, contemplando sus ojos dorados.

—¿Cuánto tiempo falta hasta la próxima vez que Dos se conviertan en Uno? —preguntó.

—Tres días. Pero… —Ponter hizo una pausa, y Mary parpadeó—. Pero supongo que no le hará daño a nadie si te muestro afecto antes de entonces.

Abrió sus enormes brazos y, al cabo de un momento, Mary se dejó envolver en ellos.

Mary, naturalmente, no podía alojarse con Ponter, pues Ponter vivía en el Borde, que era la provincia exclusiva de los varones. Adikor sugirió la solución perfecta: que Mary se alojara con su mujer-compañera, Lurt Fradlo. Después de todo, era química, según definían el término los neanderthales: alguien que trabajaba con moléculas. y Mary, según esa definición, era un tipo de química especializada, dedicada al ácido desoxirribonucleico.

Lurt se mostró de acuerdo inmediatamente: ¿qué científico de cada mundo no saltaría ante la posibilidad de albergar a uno del otro? y así, Ponter hizo que Hak llamara a un cubo de viaje y Mary se dirigió al Centro.

El cubo lo conducía casualmente una mujer… o tal vez Hak lo había solicitado así; después de todo, la inteligencia artificial sabía todo lo que sabía Ponter sobre la violación de Mary. El Acompañante extraíble de Mary había recibido la base de datos de Hak, y Mary aprovechó ese hecho ahora para conversar con la conductora durante el trayecto.

—¿Por qué tienen sus coches forma de cubo? —preguntó—. No parece muy aerodinámico.

—¿Qué forma deberían tener? —preguntó la conductora, que tenía una voz casi tan grave como la de Ponter y tan sonora como la de Michel Bell cuando cantaba Old Man River.

—Bueno, en mi mundo son redondeados y… pensó brevemente…en Monty Python—, son finos por un extremo, gruesos por el centro, y finos de nuevo por el otro extremo.

La conductora tenía el pelo corto más oscuro que Mary había visto hasta ahora en un neanderthal, lo que quería decir que era del color del batido de chocolate. Sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿cómo los almacenan?

—¿Almacenar? —repitió Mary.

—Sí. Ya sabe, cuando no se usan. Nosotros los almacenamos unos encima de otros, y los apilamos unos junto a otros. Eso reduce la cantidad de espacio que hay que reservar para acomodarlos.

Mary pensó en todo el terreno que su mundo gastaba en aparcamientos.

—Pero… ¿pero cómo saca su propio coche cuando lo necesita, si está al fondo de la pila?

—¿ Mi propio coche? —repitió la conductora.

—Sí. Ya sabe, el coche que le pertenece.

—Todos los coches pertenecen a la ciudad —dijo la conductora—. ¿Por qué querría yo poseer uno? —Bueno, no sé…

—Quiero decir, son caros de fabricar, al menos aquí.

Mary pensó en las letras mensuales de su coche.

—En mi mundo también.

Contempló el paisaje. En la distancia, otro cubo de viaje volaba bajo, viajando en dirección contraria. Mary se preguntó qué habría pensado Henry Ford si alguien le hubiera dicho que, un siglo después de lanzar el Modelo T, la mitad de la superficie de las ciudades estaría dedicada a acomodar el movimiento o el almacenamiento de coches, que los accidentes con ellos serían la principal causa de muerte de los varones menores de veinticinco años, que contaminarían más el aire que todas las fábricas y hornos del mundo juntos.

—¿Entonces por qué poseer un coche? —preguntó la mujer neanderthal.

Mary se encogió un poco de hombros.

—Nos gusta poseer cosas.

—A nosotros también. Pero no se puede usar un coche diezdécimos al día.

—¿ No les preocupa que el tipo que usó el coche antes de que lo haya, bueno, dejado en mal estado?

La conductora manejó la barra de control, haciendo virar el cubo para evitar un grupo de árboles que había por delante. Y nosotros simplemente levantó en silencio el brazo izquierdo, como si eso lo explicara todo.

Y Mary supuso que así era. Nadie ensuciaría ni estropearía un vehículo público, si supiera que un completo registro visual de lo que había hecho se transmitía automáticamente a los archivos de coartadas. Nadie podría robar un coche, ni usar un coche para cometer un crimen. y los implantes Acompañantes probablemente llevaban la cuenta de todo lo que llevabas encima al subir a un coche; habría pocas posibilidades de dejarse accidentalmente el sombrero y tener que localizar el mismo coche utilizado antes.

Había oscurecido mucho. Mary se sorprendió al advertir que el coche ya no sobrevolaba el yermo paisaje, sino que ahora se encontraba en el grueso del Centro de Saldak. Casi no había luces artificiales; Mary vio que la conductora no miraba por el frontal transparente del cubo de viaje, sino que consultaba una pantalla cuadrada de infrarrojos situada en un panel que tenia delante.

El coche se posó en el suelo, y un lado se desplegó, abriendo el interior a la gélida noche.

—Ya estamos —dijo la conductora—. Es esa casa de ahí.

Señaló una extraña estructura apenas visible a una docena de metros de distancia.

Mary le dio las gracias y se bajó. Había planeado echar una carrera hasta la casa, pues le parecía bastante desconcertante estar al aire libre de noche en aquel extraño mundo, pero se detuvo en seco y alzó la mirada.

Las estrellas en el cielo eran gloriosas, la Vía Láctea claramente visible. ¿Cómo la había llamado Ponter aquella noche, allá en Sudbury? «El río nocturno» eso era.

Y allí estaba la Osa Mayor; la Cabeza del Mamut. Mary trazó una línea imaginaria desde las estrellas que servían de guía, y rápidamente localizó Polaris, lo que significaba que estaba mirando al norte. Buscó en su bolso la brújula que había traído consigo a petición de Jock Krieger, pero estaba demasiado oscuro para distinguir su superficie. Así que, después de regocijarse en los gloriosos cielos, Mary se acercó a la casa de Lurt y le pidió a su Acompañante que hiciera saber a su ocupante que había llegado.

Un momento después la puerta se abrió, y apareció otra hembra neanderthal.

—Dra Nallo —dijo la mujer, o, al menos, así fue como tradujo la unidad de Mary los sonidos que hizo.

—Hola —dijo Mary—. Uh, sólo un momentito…

Había luz de sobra asomando por la puerta abierta. Mary miró la aguja de la brújula, y enarcó las cejas, asombrada. El extremo coloreado de la aguja (azul metálico, opuesto al plateado simple del otro extremo) señalaba hacia Polaris, igual que habría hecho en el lado de Mary del portal. A pesar de lo que había dicho Jock, parecía que aquella versión de la Tierra no había pasado todavía por una inversión de su campo magnético.

Mary pasó una velada agradable en la casa de Lurt, donde conoció a Dab, el hijo de Adikor, y al resto de la familia de Lurt. El único momento realmente embarazoso fue cuando necesitó ir al cuarto de baño. Lurt le mostró la cámara, pero Mary se quedó absolutamente aturdida ante la unidad que tenía delante. Después de contemplarla en blanco durante casi un minuto, volvió a salir de la cámara y llamó a Lurt.

—Lo siento —dijo Mary—, pero… bueno, no se parece en absoluto a los cuartos de baño de mi mundo. No tengo ni idea de cómo…

Lurt se echó a reír.

—¡Lo siento! —dijo——. Ven. Colocas los pies en estos estribos y agarras esas anillas que cuelgan de esta forma…

Mary advirtió que tendría que quitarse por completo los pantalones para hacerlo, pero había un gancho en la pared que parecía pensado para sostenerlos. Fue bastante cómodo, aunque soltó un gritito de sorpresa cuando una especie de esponja húmeda apareció por su propia cuenta para limpiarla cuando terminó.

Mary advirtió que no había material de lectura en el cuarto de baño. En el suyo, allá en Toronto, tenía los últimos ejemplares de The Atlantic Monthly, Canadian Geographic, Utne Reader, Country Music y World o Crosswords. Pero, aunque tuvieran un gran servicio de fontanería, supuso que los neanderthales, debido a su agudo sentido del olfato, nunca se entretenían en el cuarto de baño.