—Ella se entristecerá, sí.
—¿Y… yo?
Ponter cerró los ojos un momento.
—Lo siento, Daklar. Lo siento muchísimo.
—Es ella, ¿verdad? Esa mujer gliksin.
—Su nombre es… —y Ponter deseó fervientemente poder defenderla adecuadamente, deseó poder pronunciar su nombre bien—. Su nombre es Mary.
Pero Daklar se aprovechó.
—¡Escúchate! ¡Ni siquiera puedes pronunciar su nombre! Ponter, nunca funcionará entre vosotros. Sois de mundos distintos… ¡ella ni siquiera es uno de nosotros!
Ponter se encogió de hombros.
—Lo sé, pero…
Daklar dejó escapar un enorme suspiro.
—Pero vas a intentarlo. Cartílagos, Ponter, los hombres nunca dejáis de sorprenderme. Os agarráis a cualquier cosa.
Ponter volvió atrás 229 meses, cuando estaba en la Academia de Ciencias con Adikor, cuando tuvieron aquella estúpida pelea, cuando él provocó tanto a Adikor que éste lanzó el puño contra su cara. Hacía tiempo que había perdonado a Adikor, pero ahora, finalmente, comprendió, comprendió estar tan enfurecido que la violencia pareciera la única alternativa.
Se dio media vuelta y salió en tromba del edificio, buscando algo que destruir.
36
Mary y Ponter regresaron a las instalaciones de cálculo cuántico.
Los esperaba un varón 143 de aspecto distinguido, a quien Ponter reconoció de inmediato.
—Goosa Kusk —dijo, la voz llena de asombro—. Es un honor conocerle.
—Gracias —dijo Goosa—. He oído hablar de ese desagradable asunto del otro mundo… que le dispararon con una especie de arma de proyectiles y todo eso.
Ponter asintió.
—Bien, Lonwis Trob contactó conmigo y me sugirió una idea para que este tipo de cosas no vuelvan a suceder. Su sugerencia fue interesante, pero he decidido abordar el asunto de otra manera.
Sacó de una mesa un largo objeto de metal plano.
—Esto es un generador de campos de fuerza —exclamó—. Detecta cualquier proyectil en cuanto entra en el campo sensor del Acompañante y, en cuestión de nanosegundos, levanta una barrera de fuerza electrofuerte. La barrera tiene sólo unos tres palmos de ancho y solamente dura aproximadamente un cuarto de latido: algo de más duración requeriría demasiada energía. Pero es completamente rígida y completamente impenetrable. Lo que la golpee saldrá rebotado. Si alguien le dispara con uno de esos proyectiles de metal, la barrera lo deflectará. También deflectará lanzas, puñaladas, puñetazos y todo eso. Todo lo que se mueva más despacio no disparará la barrera, así que no interferirá con la gente que le toque o que usted toque. Pero si otro gliksin quiere matarlo, tendrá que idear un método mucho mejor.
—Goosa.—dijo Mary—. Es sorprendente.
Goosa se encogió de hombros.
—Es ciencia. —Se volvió hacia Ponter—. Tome, colóqueselo en el antebrazo, en el lado contrario al Acompañante.
Ponter extendió el brazo izquierdo, y Goosa le colocó el aparato.
—Y este cable de fibra óptica se conecta con el enchufe de expansión del Acompañante… así.
Mary lo miró, asombrada.
—Es como un airbag personal —dijo. Entonces, advirtiendo la expresión de Goosa, añadió—: No quiero decir que funcione de la misma forma, los airbags son bolsas de seguridad que se inflan de modo casi instantáneo en las colisiones de automóviles a gran velocidad. Pero es más o menos el mismo principio. Un escudo de seguridad que se despliega rápido. —Sacudió la cabeza—. Podría ganar una fortuna vendiéndolos en mi Tierra.
Pero Goosa negó con la cabeza.
—Para mi gente, estos aparatos evitan el problema subyacente: su gente nos dispara con sus armas. Para ustedes, sólo serían un paliativo. La verdadera solución no es protegerse contra las armas, sino deshacerse de ellas.
Mary sonrió.
—Me encantaría verlo debatir con Charlton Heston.
—Esto es maravilloso —dijo Ponter—. ¿Está seguro de que funciona?
—Vio la expresión de Goosa—. No, por supuesto que funciona. Lamento haberlo preguntado.
—Ya he enviado once ejemplares a nuestro contingente al otro lado —dijo Goosa—. Normalmente se suele desear un viaje seguro. Eso está ya resuelto. Así que, en cambio, simplemente le desearé buen viaje.
Mary y Ponter atravesaron el túnel, cruzando el umbral entre universos. Al otro lado, el teniente Donaldson, el mismo oficial del Ejército canadiense que Ponter había conocido previamente, los saludó.
—Bienvenido otra vez, enviado Boddit. Bienvenida a casa, profesora Vaughan.
—Gracias —respondió Ponter.
—No estábamos seguros de cuándo iba a volver, ni de si iba a hacerlo —dijo Donaldson—. Tendrá que darnos un poco de tiempo para llamar a los guardaespaldas. ¿Cuál es su destino? ¿Toronto? ¿Rochester? ¿La ONU?
Ponter miró a Mary.
—No lo hemos decidido.
—Bueno, entonces tendremos que elaborar un itinerario, para asegurarnos de que tenga protección en todo momento. Hay un contacto del CSIS con la policía de Sudbury ahora y…
—No —dijo Ponter simplemente.
—Yo… ¿cómo?
Ponter metió la mano en una de las bolsas de su cinturón médico y sacó su pasaporte canadiense.
—¿No me permite esto el libre acceso a este país? —preguntó.
—Bueno, sí, pero…
—¿No soy ciudadano canadiense?
—Sí que lo es, señor. Vi la ceremonia por la tele.
—¿ Y no son los ciudadanos libres de ir y venir a su antojo, sin escolta armada?
—Bueno, normalmente, pero esto…
—Esto es normal —dijo Ponter—. Es normal a partir de ahora: la gente de mi mundo pasará a su mundo, y la gente de su mundo pasará al mío.
—Todo esto es para su protección, enviado Boddit.
—Lo comprendo. Pero no requiero protección alguna. Llevo un escudo que impedirá que sea herido otra vez. Así que no corro ningún riesgo, y no soy ningún criminal. Soy un ciudadano libre y deseo poder moverme sin escolta y sin trabas.
—Yo… Mm, tendré que contactar con mi superior —dijo Donaldson.
—No perdamos el tiempo con intermediarios —dijo Ponter—. Cené hace poco con su primer ministro, y me dijo que si alguna vez necesitaba algo, lo llamara. Que se ponga al teléfono.
Mary y Ponter subieron en el ascensor de la mina y llegaron hasta el coche de Mary, que llevaba aparcado en el edificio del ONS desde que ella había pasado al otro lado. Era temprano y pudieron regresar a Toronto, y aunque al principio Mary pensó que los seguían a pesar de todo, muy pronto el suyo fue el único coche en la carretera.
—Sorprendente —dijo—. Nunca creí que te dejaran irte por tu cuenta.
Ponter sonrió.
—¿Qué tipo de viaje romántico sería éste si nos acompañaran a todas partes?
Durante el resto del viaje hasta Toronto no hubo incidentes. Fueron al apartamento de Mary en Observatory Lane, en Richmond Hill; se ducharon juntos, se cambiaron (Ponter había traído su bolsa trapezoidal, llena de ropa) y luego se dirigieron a la comisaría de la División 31. Mary tenía que ocuparse primero de aquel asunto sin resolver, pues dijo que no podría relajarse hasta que lo hiciera. Llevó consigo su libro de recortes.
Para llegar a la comisaría tuvieron que atravesar el campus de York, y luego pasar por lo que incluso Ponter advirtió que era un barrio peligroso.
—Ya lo advertí en nuestra primera visita. Las cosas parecen desordenadas en esta zona.
—Driftwood —dijo Mary, como si eso lo explicara todo—. Es una parte muy pobre de la ciudad.
Continuaron su camino, dejando atrás varios edificios de apartamentos de mal aspecto y un pequeño centro comercial con barrotes de hierro en todos los escaparates, y por fin dejaron el coche en el diminuto aparcamiento situado junto a la comisaría.