—Profesora Vaughan.
El corazón de Mary dio un vuelco. Ella giró en redondo. Un hombre alto y delgado, de unos sesenta y tantos años, estaba de pie en la puerta del laboratorio. Su voz era grave y áspera, y llevaba un tupé a lo Ronald Reagan.
—¿Sí?— dijo Mary, con un nudo en el estómago: el hombre bloqueaba la única salida de la habitación. Usaba un traje gris oscuro, con una corbata de seda también gris, el nudo flojo. Al cabo de un instante dio un paso al frente, sacó un fino tarjetero de plata y le tendió una tarjeta.
Ella la aceptó, avergonzada al ver que su mano temblaba al hacerlo. Decía:
A la izquierda, los océanos eran negros y las masas de tierra blancas, a la derecha se empleaba el esquema de colores inverso. La dirección era de Rochester, Nueva York, y el correo electrónico terminaba en «.gov», lo que implicaba una operación del Gobierno estadounidense.
—¿Qué puedo hacer por usted, doctor Krieger? —preguntó Mary. —Soy el director del Grupo Sinergia —contestó él.
—Eso ya lo veo. Nunca he oído hablar de él.
—No lo ha hecho nadie todavía, y pocos lo harán alguna vez. Sinergia es un tanque de pensamiento del Gobierno estadounidense que llevo ensamblando desde hace unas semanas. Seguimos más o menos el modelo de la Corporación RAND, aunque a escala mucho más pequeña… al menos en esta etapa.
Mary había oído hablar de RAND, pero en realidad no sabía nada concreto al respecto. De todas formas, asintió.
—Una de nuestras principales fuentes de financiación es el SIN —dijo Krieger. Mary alzó las cejas, y Krieger explicó—: El Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos.
—Ah.
—Como sabe, el incidente con el neanderthal nos pilló, pilló a todo el mundo en realidad, con los pantalones abajo. Todo el asunto terminó en un visto y no visto y, durante los primeros días, no le prestamos atención pensando que era otra historia sensacionalista más, como encontrar la cara de la madre Teresa en un pastel de pasas o un Bigfoot cantando.
Mary asintió. Ella tampoco se lo había creído al principio.
—Naturalmente —continuó Krieger—, podría ser que el portal entre nuestro universo y el neanderthal nunca volviera a reabrirse. Pero, en caso de que lo haga, queremos estar preparados.
—¿Queremos?
—El Gobierno de Estados Unidos.
Mary notó que la espalda se le envaraba levemente.
—El portal se abrió en suelo canadiense y …
—En realidad, señora, se abrió a dos kilómetros bajo suelo canadiense, en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, que es un proyecto conjunto de instituciones canadienses, británicas y estadounidenses, incluidos la Universidad de Pennsylvania, la Universidad de Washington, y los laboratorios nacionales de Los Álamos, Lawrence Berkeley y Brookhaven.
—Oh —dijo Mary. —No sabía eso. Pero la mina Creighton, donde está alojado el ONS, pertenece a Canadá.
—Más exactamente, pertenece a una empresa privada canadiense, Inco. Pero, mire, no he venido a discutir temas de soberanía con usted. Sólo quiero que comprenda que Estados Unidos tiene un interés legítimo en este asunto.
—Muy bien. — El tono de Mary fue helado.
Krieger hizo una pausa. Estaba claro que pensaba que había empezado con mal pie.
—Si el portal entre nuestro mundo y el mundo neanderthal vuelve a abrirse alguna vez, queremos estar preparados. Defender el portal no parece demasiado difícil. Como puede que sepa, el Ala de Mando Vigésimo Segunda de las Fuerzas Canadienses, con base en North Bay, tiene el encargo de asegurar el portal contra invasiones o ataques terroristas.
—Está usted bromeando —dijo Mary, aunque sospechaba que no lo hacía.
—No, no bromeo, profesora Vaughan. Tanto su Gobierno como el mío se están tomando esto muy en serio.
—Bueno, ¿y qué tiene que ver conmigo?
—¿Pudo usted identificar a Ponter Boddit como neanderthal basándose en su ADN, ¿correcto?
—Así es.
—¿Podría la prueba identificar a cada neanderthal? ¿Podría decir con seguridad si una persona cualquiera es neanderthal o humana?
—Los neanterthales son humanos —dijo Mary—. Somos congéneres; todos pertenecemos al género Homo. Homo habilis, Homo erectus, homo antecessor, (si cree que ésa es una verdadera especie), Homo Heidelbergensis, Homo Neanterthalensis, Homo Sapiens, Todos somos humanos.
—Admito la corrección —dijo Krieger, asintiendo— ¿Cómo deberíamos llamamos para distinguimos de ellos?
—Homo sapiens sapiens.
—Es un poco enrevesado, ¿no? —repuso Krieger—. ¿No he oído en algún sitio que nos llamamos Cro-Magnons? Suena bien.
—Técnicamente, ese término se aplica a una población específica de humanos anatómicamente modernos del Paleolítico Superior, del sur de Francia.
—Entonces vuelvo a preguntárselo: ¿cómo deberíamos llamamos para distinguimos de los neanderthales?
—Bueno, el pueblo de Ponter tiene un término para los fósiles humanos de su mundo que se parecían a nosotros. Los llamaban gliksins. Sería una solución equilibrada: nosotros los llamamos por un nombre que en realidad se refiere a sus antepasados fósiles, y ellos nos llaman por un nombre que en realidad se refiere a nuestros antepasados fósiles.
—¿Gliksins? ¿Eso es lo que ha dicho? —Krieger frunció el ceño. —Muy bien, supongo que valdrá. ¿Puede su técnica de ADN distinguir con certeza cualquier neanderthal de cualquier gliksin?
Mary frunció el ceño.
—Lo dudo. Hay muchas diferencias dentro de cada especie, y…
—Pero si los neanderthales y los gliksins somos especies diferentes, habrá genes sólo suyos o sólo nuestros. Los genes responsables de esos arcos ciliares, por ejemplo.
—Oh, muchos gliksins tenemos un ceño parecido. Es común entre los varones de la Europa del Este, por ejemplo. Naturalmente, el doble arco neanderthal es bastante distintivo, pero…
—Bueno, ¿qué hay de esas proyecciones triangulares de sus cavidades nasales? —preguntó Krieger—. He oído que son lo que verdaderamente identifica a un neanderthal.
—Sí, eso es —dijo Mary—. Supongo que si quisiera mirar dentro de la nariz de cada persona…
Krieger no parecía divertido.
—Estaba pensando que podría usted encontrar el gen responsable de eso.
—Oh, posiblemente, aunque tal vez ellos ya lo hayan identificado.
Ponter dio a entender que emprendieron hace tiempo el equivalente a nuestro proyecto Genoma Humano. Pero, claro, supongo que podría buscar un marcador de diagnosis.
—¿Puede hacerlo? ¿Cuánto tardaría?
—Calma —dijo Mary—. Sólo tenemos ADN de neanderthales prehistóricos y de uno contemporáneo. Preferiría tener una base de muestras mucho más grande.
—Pero ¿puede hacerlo?
—Posiblemente, pero ¿por qué?
—¿Cuánto tardaría?
—¿Con mis instalaciones? ¿Y si no hiciera nada más? Unos cuantos meses, tal vez.
—¿Y si le proporcionamos todo el equipo y todo el personal de apoyo necesarios? ¿Entonces qué? El dinero no es problema, profesora Vaughan.