Aún estaba pensando en ello mientras vaciaba su urna, una hora más tarde. Descubrió enseguida el grueso sobre color marfil que desgarró con los dedos. Treinta francos. Las tarifas aumentaban solas. Echó una ojeada al texto sin hacer el esfuerzo de leerlo hasta el final. Los parloteos incomprensibles de este pirado empezaban a cansarlo. Después separó mecánicamente lo decible de lo indecible. En el segundo montón, puso el mensaje siguiente: Decambrais es un marica. Fabrica él mismo sus encajes. Lo mismo que ayer pero al revés. No era muy original el tipo. Enseguida se ponía a dar vueltas en redondo. En el momento en que Joss abandonaba el anuncio entre los desechos, su mano titubeó, más largamente que la víspera. Alquíleme la habitación o suelto todo el paquete en el pregón. Chantaje ni más ni menos.
A las ocho, Joss estaba en su caja, perfectamente preparado. Todos estaban en sus puestos, como bailarines en una coreografía ensayada durante más de mil representaciones: Decambrais en el umbral de su puerta, con la cabeza inclinada sobre su libro, Lizbeth entre el pequeño gentío, a mano derecha. Bertin a mano izquierda, detrás de las cortinas rayadas rojiblancas de El Vikingo. Damas apoyado sobre el escaparate de Roll-Rider, no muy lejos de la inquilina de Decambrais, habitación número 4, casi escondida tras un árbol, y finalmente las cabezas familiares de los aficionados dispuestos en círculo, cada uno volviendo a encontrar por una suerte de atavismo su emplazamiento de la víspera.
Joss había comenzado el pregón.
– Uno: Busco receta de pastel en que las frutas confitadas no caigan al fondo. Dos: De nada sirve cerrar tu puerta para esconder tus suciedades. Dios que está en lo alto te juzga a ti y a tu puta. Tres: Hélène, ¿por qué no has venido? Perdón por todo lo que he hecho. Firmado, Bernard. Cuatro: Perdidas seis bolas de petanca en la plaza. Cinco: Vendo ZR7.750, 1999, 8.500 km, roja, alarma, parabrisas, parachoques, 3.000francos.
Una mano ignorante se alzó desde el gentío para señalar su interés por el anuncio. Joss tuvo que interrumpirse.
– Dentro de un rato en El Vikingo -dijo con algo de rudeza.
El brazo descendió, vergonzoso, tan rápido como se había alzado.
– Seis -retomó Joss-: No trabajo con la carne. Siete: Se busca camión de pizza con abertura panorámica, permiso VL, horno para 6 pizzas. Ocho: Los chicos que tocan el tambor, la próxima vez llamo a la policía. Nueve…
En su impaciencia por coger el anuncio del sabihondo, Decambrais no escuchaba con la misma atención los mensajes del día. Lizbeth tomó nota de una venta de hierbas de Provenza, se acercaba el tiempo de la mar. Decambrais se preparó, orientando la punta del lápiz en su palma.
– … la 8 suavizándose gradualmente 5 a 6 y después volviendo al sector oeste de 3 a 5 por la tarde. Mar fuerte, lluvias o chaparrones atenuándose.
Joss llegó al anuncio 16 y Decambrais lo reconoció a la primera palabra.
– Después, estuve en puntos suspensivos por la orilla, hice que me desembarcase en el otro extremo de la ciudad y, a la caída de la noche, pude entrar en casa de la mujer de puntos suspensivos y allí obtuve su compañía, aunque con mil dificultades; sin embargo al fin conseguí lo que deseaba de ella. Saciado por ese lado, partí a pie.
Se hizo un silencio atónito que Joss disipó rápidamente prosiguiendo con algunos mensajes más inteligibles antes de abordar su Página de la Historia. Decambrais gesticuló. No había tenido tiempo de anotarlo todo, el texto había sido demasiado largo. Alzó la oreja para conocer el destino del Derechos Humanos, navío francés de 74 cañones, el 14 de enero 1797, de regreso de una campaña fracasada en Irlanda con 1.350 hombres a bordo.