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El pregonero abordaba el parte meteorológico. Anunciaba sus previsiones, estudiando el estado del cielo desde su estrado, con la nariz alzada, y completaba a continuación con un estado de la mar completamente inútil para todos aquellos que estaban agrupados en torno a él. Pero nadie, ni siquiera Lizbeth, se había atrevido a decirle que podía guardarse su sección. Escuchaban como en la iglesia.

– Tiempo feo de septiembre -explicaba el pregonero, con el rostro vuelto hacia el cielo-, no despejará hasta las seis de la tarde, un poco mejor al atardecer, si desean salir pueden hacerlo, sin embargo cojan una chaqueta, viento fresco atenuándose con el rocío. Estado de la mar, Atlántico, situación general del día de hoy y evolución: anticiclón 1.030 al sudoeste de Irlanda con dorsal reforzándose sobre la Mancha. Sector cabo Finisterre, este a noroeste 5-6 al norte, de 6 a 7 al sur. Mar localmente agitada fuerte por marejada del oeste al noroeste.

Decambrais sabía que la situación del mar llevaba su tiempo. Volvió la hoja para releer los dos anuncios que tenía anotados de los días precedentes:

A pie con mi pajecillo (que no me atrevo a dejar en casa porque con mi mujer siempre está holgazaneando) para excusarme por no haber acudido a cenar a casa de Mme. (…), que, ya lo sé, está enfadada porque no le he procurado los medios de hacer sus compras a buen precio para su gran festín en honor a la nominación de su marido en el puesto de lector; pero eso me da igual.

Decambrais frunció las cejas, rebuscando de nuevo en su memoria. Estaba convencido de que este texto era una cita y que la había leído en algún lugar, un día, alguna vez, a lo largo de su vida. ¿Dónde? ¿Cuándo? Pasó al mensaje siguiente, fechado la víspera:

Tales signos son la abundancia extraordinaria de pequeños animales, que se engendran en la podredumbre, como las pulgas, las moscas, las ranas, los sapos, los gusanos, las ratas y similares que prueban tanto una gran corrupción en el aire como humiditat en la tierra.

El marino había tropezado al final de la frase, pronunciando «humedtat». Decambrais había atribuido el fragmento a un texto del siglo XVII, sin mucha seguridad.

Citas de un loco, de un maniaco, eso era lo más probable. O bien de un sabihondo. O, si no, de un impotente que trataba de instaurar su poder destilando lo incomprensible, alzándose gozosamente por encima de la vulgaridad, hundiendo al hombre de la calle en su inmunda incultura. Sin duda estaba ahora en la plaza, mezclado entre el gentío, para alimentarse de las expresiones de estupefacción que provocaban los cultos mensajes que el pregonero leía con dificultad.

Decambrais golpeó la hoja con su lápiz. Incluso presentados desde este ángulo, los designios y la personalidad del autor permanecían oscuros. Así como el anuncio n.° 14 de la víspera, Iros a tomar por culo, pandilla de gilipollas, escuchado mil veces de maneras aproximativas, tenía el mérito de la claridad con su rabia breve y sumaria, de igual manera los mensajes alambicados del sabihondo se resistían al desciframiento. Para comprender necesitaba que creciese su colección, necesitaba escucharlo mañana tras mañana. Era quizás aquello, simplemente, lo que deseaba el autor: que se quedasen suspendidos de sus labios, cada día.

El estado de la mar había llegado a su fin, obtuso, y el pregonero retomó su letanía, con la hermosa voz que alcanzaba más allá del cruce. Acababa de concluir su sección Siete días en el mundo, en la cual arremolinaba a su manera las noticias internacionales del día. Decambrais atrapó las últimas frases: En China, nadie se ríe, pero como si nada, siguen a bastonazos. En África, nada va demasiado bien, hoy como ayer. Y no parece que vaya a arreglarse mañana en vista de que nadie mueve el culo por ellos. Retomaba ahora el anuncio n.° 16, concerniente a la venta de un flipper eléctrico fechado en 1965 con ornamento de una mujer de senos desnudos en estado impecable. Decambrais esperaba casi tenso, con el lápiz apretado. Y el anuncio llegó, bien identificable, en el medio de los Te quiero, vendo, que os den por el culo y compro. Decambrais creyó ver cómo el pescador titubeaba medio segundo antes de lanzarse. Se preguntó si el bretón no había localizado al intruso.