Bismarc le mordisqueó con suavidad la pierna y la empujó hacia el frigorífico. Cathy sacó una bolsa de galletas Oreo y las mostró al animal, que ladró para mostrar su aprobación.
– Vamos a la cala, Bismarc. ¡El primero que se meta en el agua se queda con la bolsa entera!
El perro entró en el agua a la vez que Cathy apoyaba la bicicleta contra un pino.
– Como sé que no eres egoísta, las compartirás conmigo -dijo, agitando la bolsa de las galletas en el aire.
Bismarc no le hizo ni caso y se zambulló en el agua. Cathy miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola en aquel lugar secreto, en el que el agua era fresca y tranquila y el sol se filtraba a través de los árboles. Era un lugar perfecto para bañarse desnuda. Presurosa se quitó el biquini y se lanzó al agua. Entre risas, empezó a jugar con su perro, salpicándolo y zambulléndolo como habían hecho cuando ella era una niña y Bismarc un cachorrillo.
– ¿Bañándose desnuda, señorita Bissette?
No fueron las palabras, sino el timbre de su voz lo que dejaron atónita a Cathy. ¿Cómo la había encontrado? ¿Es que estaba espiándola, siguiéndola para terminar lo que había empezado la noche anterior? Trató de hablar pero no consiguió pronunciar palabra alguna. Entonces, lo vio, de pie a la orilla del río.
– ¿Vas a quedarte ahí todo el día, señorita Bissette? -preguntó, con soma.
– Durante días, si es necesario -respondió ella, encontrando al fin su voz-. ¿Cómo has encontrado esta cala?
Sabía que Jared estaba disfrutando aquellos momentos. Las cosas empeoraron cuando Bismarc la abandonó al ver que él empezaba a abrir la bolsa de galletas. Le entregó una al perro y luego se agachó, observándola con los ojos entornados.
De vez en cuando, le daba un bocadito a una galleta, sin dejar de mirarla. Iba a esperar hasta que ella se cansara, hasta que Cathy tuviera que salir del agua porque estaba más arrugada que un periódico del día anterior. También vería todo el óxido de zinc que ella se había untado por la nariz. Sabía que su secretaria no lo utilizaba. La gente con la piel perfecta no necesitaba protección para el sol.
Bismarc sacó otra galleta de la bolsa y se la comió. Al hacerlo, el montón de papeles de las galeradas de Teak Helm se esparcieron por la toalla que Cathy había extendido en la arena. Ella vio, enfurecida, cómo Jared recogía las hojas de papel y las miraba.
– ¡Aparta las manos de esos papeles! -gritó ella-. Bismarc, échalo de aquí.
Él se echó a reír, lo que hizo que la cabeza de Cathy diera vueltas.
– Tal vez este animal sea un campeón de campeones, un firme defensor de la virtud de la mujer, además de cazar pájaros como nadie. Pero, en estos momentos, es lo suficientemente listo como para saber quién tiene lo que le gusta, es decir, las galletas -dijo él, soltando de nuevo la carcajada-. Me apostaría cualquier cosa a que se le podría entrenar para que atacara por uno de esos deliciosos bocados.
Tenía razón. Bismarc haría cualquier cosa por una galleta.
– Tú… tú… -tartamudeó Cathy, mientras trataba de mantenerse a flote.
– Machista insufrible, insoportable, presumido y arrogante -dijo él, continuando la frase. Entonces, se echó a reír y le dio al perro otra galleta. A continuación, se puso de pie y, tras colocarse las manos en las caderas, sonrió-. Estás empezando a estar un poco… arrugada. Es mejor que salgas. Y, para mostrarte lo caballeroso que soy, me daré la vuelta.
– ¡Nunca! -lo espetó Cathy-. Tarde o temprano vas a quedarte sin galletas y entonces es mejor que tengas cuidado. Bismarc te hará pedazos.
Ella lo contempló con tristeza. A pesar de todo, no pudo dejar de admirar su esbeltez, aquel bronceado torso resaltando por encima de los pantalones blancos que llevaba puestos. Recordaba muy bien aquellas piernas tan fuertes contra las suyas. Tenía que salir del agua, engañarlo de algún modo para que ella pudiera escapar de él. Con deliberación, tomó una bocanada de agua y empezó a toser y a escupir.
– ¡Me ha dado un calambre! ¡Bismarc, ayúdame!
Otra bocanada de agua y más toses. El perro no le hizo ni caso porque estaba masticando una galleta. De soslayo, miró a Jared mientras se hundía en el agua. Vio que él se tensaba y se acercaba a la orilla del río.
Desde debajo del agua, oyó cómo entraba vadeando la corriente hasta que consiguió la profundidad necesaria como para poder nadar. Cathy siempre se había considerado una buena nadadora, pero no era rival alguna para las fuertes brazadas de Jared. La tuvo contra su pecho en cuestión de minutos.
– Eres una mujer muy hermosa -susurró mientras la devoraba con la mirada. Cathy se echó a temblar y trató de separarse de él, pero no pudo hacerlo-. Estás helada -añadió, suavemente-. ¿O no?
Ella luchó por zafarse de sus manos. El rostro le ardía y su genio empezó a aflorar. Había tenido la intención de atraer a Jared para que se metiera en el agua y, mientras él estaba nadando hacia ella, dirigirse veloz A la orilla y cubrirse con la toalla. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido por haber pensado que él no era un excelente nadador, cuando sobresalía en todo lo demás.
A medida que sus intentos por soltarse se fueron incrementando, se levantó involuntariamente en el agua y dejó que su torso desnudo se hiciera visible. Al mirar a Bismarc, se dio cuenta que no le iba a prestar ninguna clase de ayuda dado que tenía la bolsa entera de galletas para él sólo. Como Jared le había dado de comer, no veía ningún motivo para preocuparse. Cathy decidió que, después de todo, Bismarc no era el perro más listo del mundo. Al ver lo inútil de sus intentos, dejó de luchar.
– ¿Te has resignado a que te rescaten? -preguntó él, con una sonrisa-. Admítelo -añadió, mientras la estrechaba contra él, haciendo que ella fuera consciente de su fuerte y esbelto cuerpo-. Me has engañado para que entrara en el río porque no tenías el valor de salir-. Admítelo…
Repitió aquella última palabra con la boca pegada a la oreja de Cathy. Sus labios le acariciaban el lóbulo y parecían querer encontrar la suave piel que le cubría el inicio del cuello.
– Tenías miedo de ir a buscar lo que querías, así que cantaste la canción de la sirena y me empujaste a venir detrás de ti…
Los brazos de Jared cada vez eran más posesivos, bloqueando toda vista y sonido excepto la realidad de sus caricias. Por fin, sus labios encontraron los de Cathy. Sabían al agua un tanto salada del río, frescos y húmedos. A pesar de todo, aquel beso la abrasó, asaltando sus defensas e imponiéndose a sus protestas. Sin saber lo que hacía, lo rodeó con sus brazos y sintió su poder y su fuerza. Se aferró a él como si estuviera e» un sueño. Su resistencia se deshizo como una tela raída. Sentía que las manos de Jared se le enredaban en el cabello, que sus labios le buscaban el cuello y empezaban a deslizarse aún más abajo…
Cathy se puso rígida. Pensaba que… Pensaba que… Creía que lo había atraído al agua para que le hiciera el amor. ¡Imposible! Levantó la mano y, al mismo tiempo, empezó a patalear, lo que hizo que él perdiera el equilibrio. Entonces, se sumergió y volvió a salir a la superficie tan lejos como pudo de él. Se sentía cansada y sabía que no podría llegar a la orilla antes que él si Jared decidía perseguirla. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta que aquello era justo lo que él estaba haciendo. Tenía una expresión vengativa en los ojos. Sin embargo, Cathy no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad.