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La casa estaba tranquila, casi tanto que la abrumaba. No quería estar a solas con sus pensamientos. No quería recordar lo que había visto desde el callejón. Se sentía burlada y tonta a causa de Jared Parsons y por haber sido traicionada por su propio perro.

– Tú -le dijo a Bismarc, mientras él olisqueaba la bolsa de playa-, venderías tu alma por una galleta -añadió, mientras el animal la contemplaba con ojos tristes-. Te quedaste allí sentado, poniéndote morado, mientras yo hacía el ridículo, en cueros como el día en que me trajeron al mundo. Además, admití que era virgen ante ese ese hombre. Ahora voy a tener que enfrentarme con él cuando vayamos a marisquear por la mañana. ¡Cómo voy a poder mirarle sabiendo que está pensando que tengo dieciséis años! ¡Lo odio! ¡Y tú vete también de mi vista!

Cathy se tumbó encima de la cama y se echó a llorar. Al principio, trató de reprimir las lágrimas, pero al final se rindió. Sollozó y resopló mientras golpeaba la almohada con el puño cerrado.

A los pocos minutos, y con mucha cautela, Bismarc se subió encima de la cama con ella. Cathy se había quedado dormida, con las lágrimas secas sobre las mejillas.

El perro gimoteó y trató de lamerle la mano, pero se rindió cuando ella se la apartó.

Descorazonado por su falta de atención, salió del dormitorio, pero no antes de que consiguiera sacar las galletas de la bolsa de playa.

Capítulo Cuatro

A lo largo de toda la noche, Cathy rezó para que lloviera. Lo último que quería en el mundo era pasarse el día en un pequeño bote con Jared Parsons y su «secretaria». Sin embargo, el cielo decidió no concederle aquel deseo y el día amaneció perfecto para ir a marisquear. El sol estaba realizando la promesa de un hermoso día y lanzaba sus rayos rojizos por el horizonte. Una fina bruma se estaba disipando gracias al calor y a una ligera brisa que mecía con suavidad las copas de los pinos.

Mientras Cathy se levantaba de la cama, Bismarc le empezó a pedir que lo sacara.

– Tranquilízate, Bismarc. Déjame que abra los ojos, ¿vale? -dijo ella. Sin embargo, el perro ladraba con estrépito-. ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya me doy prisa!

Con gran prisa, se quitó el pijama azul y se puso el traje de baño. Después, se vistió también con unos vaqueros y una camiseta.

– ¿Crees que puedo lavarme los dientes si me doy prisa?

Con sus zapatillas náuticas, especiales para andar por la cubierta de un barco, salió con Bismarc por la cocina hasta llegar al muelle. El rocío de la mañana hizo que los pies se le quedaran algo fríos. Sin embargo, el sol ya estaba muy alto en el horizonte y coloreaba el paisaje marino.

Antes de que pudiera llegar al final del muelle, escuchó el potente motor de la lancha de Jared. El alma se le cayó a los pies. Dado que no había tenido éxito en su deseo de pedir mal tiempo, había empezado a esperar que Erica y él se hubieran dormido y que su padre y ella pudieran salir en la trainera sin ellos.

Bismarc le dedicó una ruidosa bienvenida. Jared lanzó el amarre con una puntería perfecta y aseguró el barco a los pilares del muelle. Al verla, saludó con la mano.

– ¿Tienes el café preparado? -le preguntó.

Cathy se rebeló de inmediato. Era un ser insufrible Además, Erica iba sentada en la proa del barco, vestida como si acabara de salir de la portada del Vogue. El muy caradura le estaba preguntando a ella si tenía el café preparado Sabía que todos los de su tripulación habían ido a por el motor para el yate, así que eso había dejado a Erica y a Jared solos. Pero, si Erica no sabía preparar café ¿qué hacía? Cathy tragó saliva y se ruborizó. Prefería no pensar en lo que hacía la supuesta secretaria.

– ¡Eh! ¿Es que estás todavía dormida? Te he preguntado si habías preparado ya el café. ¿Es que no me has oído?

– Te he oído -replicó Cathy entre dientes-. Sabía que papá os había invitado a venir a pescar con nosotros, pero lo que no sabía era que también os había invitado a desayunar.

– No, a desayunar no. Yo sólo te he preguntado si habías preparado ya el café -dijo Jared con una sonrisa.

Entonces, se volvió para ayudar a Erica a bajar al muelle tras advertir a Bismarc que no se acercara. Cathy observó al perro, sentado y esperando paciente, cuando lo que le apetecía era salir corriendo para saludar a Jared. Miró los pantalones cortos de Erica, de color amarillo, y la minúscula camiseta que dejaba poco a la imaginación. Cathy no pudo evitar esbozar una sonrisa. Incluso la «piel perfecta» de Erica notaría los efectos de la larga exposición al sol en la trainera. Los reflejos del sol sobre el agua del mar y el hecho de no tener ningún sitio en el que refugiarse hacían estragos.

– ¿Está Lucas levantado? -le preguntó Jared.

– Supongo que sí. Todavía no lo he visto esta mañana, pero es más que probable que esté trayendo la trainera del puerto.

Con eso, Cathy se dio la vuelta y se golpeó el muslo para llamar a Bismarc, que estaba saludando afectuoso a Jared.

– ¿Dónde vas?

– Parece que te mueres por tomar una taza de café, así que voy a casa para prepararlo. También tengo que preparar el almuerzo para hoy. El trabajo duro hace que el apetito sea muy grande, y no hay lugar en una trainera para quien no tenga la intención de trabajar su parte -añadió, con una mirada intencionada a Erica, aunque ella no pareció darse cuenta.

– No te preocupes por el almuerzo -dijo él-. Erica ha preparado ya algo -añadió, mostrándole una cesta de mimbre.

Cathy miró la cesta con recelo y se encogió de hombros. No dijo nada, pero pensó que probablemente había metido sándwiches vegetales y yogures.

Minutos más tarde, Jared y Erica estaban sentados en la cocina tomando café. Mientras tanto, Cathy se puso a preparar la comida.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Jared.

– El almuerzo.

– Ya te he dicho que no es necesario porque Erica ya había preparado algo

– Mira, déjame que te lo diga claro. Voy a preparar mi almuerzo. Cuando trabajo me entra mucha hambre. Tan sencillo como eso.

Cathy sintió que él no dejaba de mirarla, lo que la azoró un poco. El cuchillo, lleno de mantequilla de cacahuete, se le cayó al suelo. No parecía poder controlar las manos, que no dejaban de temblarle, e incluso hizo que el café con el que estaba llenando un termo se derramara por la encimera. Los huevos duros que había preparado el día anterior se le escurrieron entre los dedos y la manzana parecía resistirse a entrar en la bolsa.

– Hay que ver la que estás armando, señorita Bissette. ¿Qué vas a hacer de bis? -preguntó, en tono muy divertido.

Tras reprimir una mala contestación, Cathy limpió la mantequilla del cuchillo para que Bismarc no pudiera lamerlo.

– Creo que ya oigo el barco de mi padre -comentó. En efecto, se escuchaba el sonido de un motor desde el muelle-. Si estáis listos, es mejor que nos vayamos.

Erica, que había estado en silencio desde que llegaron, llevó la taza de café al fregadero. Jared hizo lo mismo, aunque él al menos la enjuagó y la dejó en el escurreplatos. Cathy hizo un gesto de desaprobación. Si la falta de hábitos domésticos de Erica era indicación del almuerzo que había preparado, se alegraba de haberse preparado el suyo.

– Vamos, Bismarc. Papá ya está aquí y nos está esperando para marchamos.

– No te irás a llevar a ese ese perro, ¿verdad? -preguntó Erica, con el rostro lleno de preocupación.