– Claro que sí -la espetó Cathy-. Bismarc siempre se viene con nosotros. Se le rompería el corazón si lo dejáramos en casa. Vamos, chico, papá nos está esperando -añadió mientras abría la puerta para que salieran todos.
Lucas los saludó desde la proa de la trainera y luego volvió a su tarea de preparar las redes que soltarían en el agua.
Jared se adelantó con la cesta de mimbre en la mano y el perro pisándole los talones.
– ¿Quieres que te eche una mano, Lucas? -le dijo.
Cathy observó los ágiles movimientos de Jared y admiró, aunque muy a su pesar, su gracia atlética. Por el contrario. Erica estaba teniendo algunos problemas para avanzar con las sandalias de altísimos tacones que llevaba puestas.
– No creo que mi padre te deje subir a bordo con esas cosas -le dijo Cathy-. No son nada seguras y mucho menos en cubierta.
– Oh, en cubierta no las llevaré puestas. Iré descalza.
– Mira, Erica, creo que debería advertirte. Las cubiertas de una trainera no están tan bien moquetadas como las de un yate. Y los pies descalzos pueden resultar peligrosos cuando la cubierta está mojada. ¿Es que no tienes un par de zapatillas como éstas?
– ¿Te refieres a esos deportivos? -replicó Erica, con desagrado.
– No son zapatillas deportivas. Son zapatillas náuticas -observó, mostrándole la suela-. ¿Ves? Estas hendiduras de goma actúan como ventosas aunque el suelo esté mojado.
– Oh, ¿no me digas? -se burló Erica, sin mostrar interés alguno. Seguramente no pensaba ponerse zapatillas a no ser que fuera a jugar al tenis.
– Como quieras -replicó Cathy. Entonces, se adelantó y dejó que Erica fuera tropezando por la cuesta de hierba que llevaba al muelle.
A pesar de que las poleas y los cabos realizaban la mayor parte del trabajo pesado a la hora de sacar las redes del agua, resultaba tedioso y agotador vaciar las redes y separar el pescado, de los cangrejos y las preciadas gambas.
Erica lanzaba pequeños grititos cada vez que un pez saltaba de la red y empezaba a dar tumbos por la cubierta. También solía arrugar la nariz al ver las gambas. Sin embargo, eran los cangrejos lo que menos le gustaban. Cathy no pudo evitar fingir que se le caían por accidente algunos y Erica, incapaz de controlarse, gritaba y les pedía a todos que hicieran algo antes de que esos monstruos le picaran los dedos de los pies.
A causa del miedo, Erica quiso buscar la seguridad necesaria al lado de Jared, pero antes de que pudiera llegar hasta donde él estaba, se escurrió en la cubierta y se cayó al suelo. Lucas la ayudó a ponerse de pie.
– Ten cuidado, señorita -le dijo, en un tono muy suave-. Los pies descalzos y una cubierta húmeda son muy peligrosos. Te podrías caer al agua -añadió. Erica le sonrió con dulzura, lo que hizo que el pobre hombre tragara saliva-. Cathy, ¿por qué no le prestas tus zapatillas a Erica? Tú conoces mejor este barco que ella. ¿Qué te parece?
Ella se quedó sin palabras. ¡Su propio padre! Como respuesta, lo miró con frialdad. Por supuesto, tendría que prestarle sus zapatillas a Erica para quedarse ella descalza. Sin embargo, dudó. Entonces, vio la súplica en los ojos de su padre y no le quedó más remedio que quitarse los zapatos y tirárselos a Erica.
Regresó a su trabajo en la popa del barco. Por desgracia, sus tareas la mantenían muy cerca de Jared.
– Ha sido muy amable de tu parte, Cathy -le dijo él-. Erica no ha estado antes en un barco como este. Supongo que no sabía lo que esperar o cómo vestirse. Parte de la culpa es mía porque ni siquiera me di cuenta de lo que llevaba puesto.
Cathy optó por guardarse las mordaces palabras que se le vinieron a la cabeza. ¡Que no había notado lo que la hermosa Erica llevaba puesto! Supuso que aquello servía para demostrar que cualquier hombre puede llegar a ser insensible a los encantos de una mujer cuando se ofrecen de forma tan descarada. Además, después de haber alabado su generosidad, ¿cómo podría decirle lo mucho que lamentaba haberle dado las zapatillas? No le gustaba Erica y tampoco le gustaba tener que compartir sus cosas con ella.
Parte de la amargura de Cathy por tener que pasarse el día trabajando en la trainera con Jared Parsons se disolvió. Empezó a fijarse en cómo trabajaba con los cabos. Era muy hábil en todo lo que hacía, por lo que ella empezó a sospechar de un modo casi inconsciente, que el trabajo físico no le era extraño. Había algo en el modo de utilizar los cabos y en la manera en que su bronceada espalda se flexionaba cuando hacía esfuerzo que parecía confirmar que no siempre había vivido como los playboys.
Mientras Cathy trabajaba a su lado, creó un ritmo que encajaba a la perfección con el de él. De vez en cuando, sorprendía a Jared mirándola y le parecía que lo hacía con aprecio por el modo en que se desenvolvía en aquella dura jomada de trabajo.
– ¿Te has dado cuenta de que trabajamos muy bien juntos? -le preguntó él, con voz cálida y afectuosa.
Cathy no estaba del todo segura, pero creía haber notado una cierta nota de admiración. En cualquier caso, aquello significaba que los intereses de Jared Parsons no radicaban solo en las hermosas mujeres de largas piernas, que se pasaban los días tomando el sol y viendo cómo les crecían las uñas. Con renovado vigor, Cathy se puso de nuevo a trabajar, admirando la cercanía de aquel alto y bronceado hombre, cuyos ojos tenían algo que hacía que el corazón se le acelerara.
Lucas salió de la cámara del timonel con una expresión en el rostro que parecía estar felicitando a la tripulación por una buena mañana de trabajo.
– Estaba pensando en llevar el barco hacia la isla India. Podríamos comer allí y luego ir a Bellhaven para ver lo que nos dan por nuestra captura.
Bajo los altos árboles de aquella isla solitaria, la sombra era fresca y la brisa refrescante. Jared vadeó la distancia que los separaba de la playa con la cesta de mimbre que Erica había preparado. Cathy iba detrás de él, con mucho cuidado de no meter su bolsa de papel en el agua. Bismarc iba saltando de un lado a otro.
Erica, que había visto a los cangrejos en su estado activo, se negó a seguirles. Entonces, con una sonrisa indulgente, Jared tuvo que regresar y llevarla en brazos hasta la isla.
– ¿Qué es eso, Cathy? -le preguntó Lucas, señalando la bolsa.
– Es mi almuerzo.
– Pero esa cesta que Erica ha preparado es muy pesada…
– No, gracias. Los sándwiches vegetales y los yogures no son la idea que yo tengo de un buen almuerzo. Bismarc y yo compartiremos lo que yo he traído.
Se dejó caer en la arena y sacó un bocadillo. Entonces, abrió el termo y se sirvió una taza de café. Estaba a punto de ofrecerle a Lucas cuando Erica abrió la cesta. Jared extendió un alegre mantel de cuadros para que Erica pudiera proceder a vaciar el contenido de la cesta. Vino, quesos, caviar Beluga, pan tostado, fiambres… ¡Un festín para reyes!
– ¿Estás segura de que no quieres nada de esto, Cathy? -le preguntó Lucas, guiñándole el ojo.
Estaba desafiándola a tirar su simple sándwich de mantequilla de cacahuete y a unirse a ellos.
– No, gracias -insistió la joven-. Todo eso es un poco pesado para mí. Bismarc y yo… ¡Bismarc! ¡Vuelve aquí!
Demasiado tarde. Cathy observó cómo su perro husmeaba junto a Lucas y Jared y les pedía trocitos de queso. Incluso probó el caviar. Parecía que estuviera acostumbrado a aquel tipo de comestibles en vez de a la comida de perro.
Cathy nunca se había alegrado tanto de regresar al barco como lo estuvo cuando terminaron de comer. Había sido un día muy largo e iba a serlo aún más cuando llegaran a casa esa tarde. Habían llegado muy rápidos a Bellhaven, pero todavía faltaba mucho para que regresaran a Swan Quarter. Se había humillado a sí misma a la hora del almuerzo. Había tratado de dejar en ridículo a Erica, esperando lo peor, y había sido ella la que había quedado en evidencia. Estaba claro para todo el mundo, incluso para Bismarc, que su sándwich no podía compararse con lo que Erica había llevado. ¿Por qué no había podido ceder y aceptar el almuerzo? ¿Por qué era tan testaruda?