Lucas estaba muy contento por la cantidad de peces y marisco que habían capturado. Alabó el trabajo de Jared y prometió que trabajaría muy duro para que su yate pudiera navegar lo antes posible.
La cubierta estaba muy resbaladiza por el aceite del pescado y el agua. A Cathy le estaba costando mucho mantenerse de pie. Lanzó una mirada asesina a Erica y vio que estaba, sentada a la sombra de la cámara del timonel, con los pies apoyados en el mamparo. Y en aquellos pies estaban sus zapatillas.
Su ira fue en aumento. Cada vez le costaba más concentrarse lo suficiente como para trabajar con los cabos. Estaba inclinada sobre la barandilla cuando Erica se le acercó por detrás y la sobresaltó. Sin poder evitarlo, se resbaló. Aunque trató de agarrarse a los cabos, no pudo evitar caerse al agua.
Para cuando salió a la superficie, la trainera estaba casi a veinte metros de distancia. Vio la ansiedad que tenía reflejada su padre en el rostro. Jared estaba a su lado, pero, cuando la vio, se lanzó sin dudarlo al agua.
– Oh, no -aulló Cathy.
Era perfectamente capaz de ir nadando al barco. ¿Por qué creía Jared que tenía que salvarla? Lo último que quería en el mundo era que él la rescatara.
Empezó a nadar, pero Jared se acercaba a toda velocidad hacia ella. ¡Dos veces en una semana! Era demasiado. Oyó que Lucas había apagado el motor del barco y que Erica y él estaban apoyados en el costado de la barca, observando.
Podría haber llegado al barco en cuestión de segundos. Incluso Bismarc parecía saber que su ama no estaba en peligro. Lo oyó ladrar y vio que el animal se tiraba también por la borda. Seguramente creía que estaba jugando y no quería perdérselo.
Jared se acercó a ella.
– Regresa al barco. Estoy bien. No necesito tu ayuda.
– Ésta es la segunda vez que has dicho que venía el lobo, señorita Bissette. Creo que va siendo hora de que te den una azotaina. Y creo que yo soy el más indicado para hacerlo.
De repente, Cathy vio que él estaba enfadado. La preocupación por ella le había desaparecido del rostro. Pensaba que ella se había tirado a propósito por la borda para que él fuera a salvarla. Recordó la primera vez que había ido a salvarla, cuando ella había fingido tener problemas para poder ir a la costa y vestirse. El rostro de Cathy ardía de la vergüenza. Era inútil tratar de explicarle nada a aquel hombre insufrible y arrogante. Se alejó de él nadando, en dirección hacia la trainera.
– ¿Me has oído? He dicho que te mereces una azotaina.
– Sí, te he oído, pero, ¿qué te hace pensar que eres lo suficiente hombre como para hacerlo?
En vez de responder, Jared se acercó nadando a ella y la adelantó.
– Esto.
Entonces, la agarró por el hombro y la hundió en el agua. Entonces, se sumergió y la tomó entre sus brazos de un modo muy íntimo. Bajo las aguas, la besó sin que ella pudiera hacer nada.
A su pesar, Cathy le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios le devolvieron el beso. Se sintió flotando en un mundo de sensualidad que nunca había conocido antes, hasta que Jared la condujo a un lugar en el que las pasiones estaban a flor de piel y el deseo era alimento para el espíritu.
Cuando salió a la superficie, Cathy luchó por respirar. Jared la tenía agarrada por la cintura y la sujetaba con firmeza, negándose a soltarla. Los rayos del sol brillaban sobre sus oscuras pestañas y una sonrisa iluminaba su rostro, aunque aquella vez no había señal de que estuviera mofándose de ella.
– ¿Estáis bien? -dijo Lucas desde el barco.
Jared hizo una indicación de que así era, aunque nunca dejó de mirar a Cathy, de fijarse en sus labios. La joven se sonrojó.
– Es mejor que regresemos.
– Sí, es mejor -repitió él, aunque con cierta pena en la voz.
Ella sentía la excitación de las emociones que Jared podría causarle. Quería que volviera a zambullirla bajo el agua, volver a experimentar la presión de los labios de él contra los suyos, sentirse presa de sus brazos y dueña de sus deseos.
La llegada de Bismarc la sacó de su ensoñación. Los tres juntos volvieron nadando hasta la trainera. El sol se estaba poniendo ya y la oscuridad estaba cayendo sobre el río. Lucas encendió las luces de la barca y dejó a Jared al timón. La noche era suave y cálida. La brisa parecía fresca y los sonidos que hacía el motor de la trainera resultaban monótonos, pero en cierto modo relajantes. Lucas estaba encantado por el dinero que habían conseguido con la venta del pescado y estaba de un humor especialmente jovial.
– Sí, señor. He vivido toda mi vida en este río y sigo queriéndolo. Es un río bonito. Además, muchas personas muy importantes han venido aquí. Lefty Rudder, por ejemplo.
Cathy estaba sentada en la fresquera, tomando café. Sonrió al oír que su padre mencionaba a Lefty Rudder. Sabía que empezaría un largo monólogo sobre el famoso escritor que duraría hasta que llegaran a Swan Quarter, para lo que faltaban todavía unas dos horas.
– ¿Conoces a Lefty Rudder? -le preguntó Erica.
– ¿Que si lo conozco? Era el mejor hombre que ha pisado la tierra. Éramos los dos muy jóvenes cuando lo conocí. Acababa de empezar su carrera como escritor, pero seguía siendo una buena persona.
Cathy notó que Jared, que atendía al timón, estaba muy atento a la conversación, a pesar de que no apartaba la vista del río.
– Si eras tan buen amigo de Lefty Rudder -prosiguió Erica, con cierta incredulidad-, entonces sabrás que Jared…
Él se dio la vuelta y le advirtió con la mirada. Erica comprendió lo que le había querido decir y guardó silencio. Cathy observó la escena con curiosidad. ¿Qué había estado Erica a punto de decir sobre Jared y el venerado Lefty Rudder que no había querido que ella revelara?
Lucas se volvió para mirar a Jared y le dedicó una mirada de entendimiento muy significativa. Fuera cual fuera el secreto Cathy supo que su padre lo conocía. Parecía que todo el mundo, excepto ella, lo sabía. Sin embargo, estaba más que decidida a no preguntarle a ninguno de ellos qué era lo que estaba pasando.
Capítulo Cinco
Cathy estaba furiosa aunque trataba de no demostrarlo. Descargó su ira con los cacharros de cobre de la cocina, a los que vapuleaba sin piedad. Sus hermosos rasgos estaban tensos y sombríos, dado que sabía que su padre estaba a sus espaldas, sonriendo.
– ¿Por qué no lo dices? Sé justo lo que estás pensando, pero te equivocas. No, lo repito, no me caí del barco a propósito para que Jared Parsons pudiera salvarme. ¡No me he caído de un barco en toda mi vida y lo sabes! -añadió mientras se daba la vuelta para mirar a su padre y se ponía las manos en las caderas-. Erica me asustó y perdí el equilibrio.
– Cálmate y ponte a cocinar. Tienes que estar en la caseta de los jueces a las tres, por lo que no te queda mucho tiempo -comentó Lucas-. Dime, ¿vas a participar en alguno de los otros concursos?
Cathy echó la carne de cangrejo en la cazuela de cobre más grande, deseando que fuera Jared Parsons al que estaba echando el agua hirviendo. No podía seguir pensando en él ni en su hermosa acompañante. Tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo o nunca ganaría el primer premio ni ningún otro.
– Voy a participar en el concurso de baile con Dermott McIntyre.
– ¿Que tú qué? -explotó Lucas-. Dermott tiene dos pies izquierdos y la cabeza no mucho más diestra -añadió, en tono paternal, mientras golpeaba con cariño a su hija en el hombro-. Mira, ¿por qué no te sientas para que podamos tener una charla entre padre e hija? Estás muy equivocada en todo este asunto. En mis tiempos, cuando una jovencita quería conquistar a un hombre, lo hacía… de una manera sutil. Te has estado comportando como un elefante en una cacharrería. Fíjate en lo que hizo tu madre. Me cazó con el truco más viejo del mundo. Me dejó pensar que era yo el que estaba conquistándola cuando en realidad ella me estaba manejando como a una marioneta. Nunca se movía del balancín que tenía en el porche, pero me guiñaba un ojo, me mostraba un poco de pierna y yo ya estaba enganchado. No tuvo que irse cayendo de ningún barco ni bañarse desnuda. ¡Ay, los jóvenes!