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Jared le acarició la garganta, dejando que los dedos bajaran por la grácil columna de su cuello. Cathy sintió que el pulso le latía bajo las yemas de los dedos de su amante.

Llevaba la camisa de cuadros abierta hasta el inicio de los pechos. Cuando él metió la mano y le acarició la piel, Cathy sintió una serie de descargas eléctricas que la hicieron contener la respiración. Con mano diestra, él le desabrochó con pausa el botón superior. Le tocaba suavemente la piel dejando que la mano se adaptara a las suaves curvas del cuerpo de Cathy, buscando con ardor el tenerla por entero en la palma de la mano.

Ella sintió que la respiración se le aceleraba de deseo. Las caricias de Jared habían encendido una llama en su ya caldeada piel. Se estaba perdiendo, pero sólo sentía por él, su aroma, su fuerza, sólo deseaba conocerlo La embriagaba más que el vino y hacía que la cabeza le diera vueltas. Le resultaba imposible pensar, protestar Era una mujer y deseaba, necesitaba sentir que así era.

Jared se desprendió de sus labios y Cathy se separó de él de mala gana. Entonces, él comenzó una completa y tierna exploración de la curva del cuello de la joven. Le encontró el pulso y se detuvo allí, como si quisiera arrancarle la vitalidad que allí le latía. Cathy frunció los labios de pasión y el deseo pareció someterla por completo cuando él empezó a acariciarla de un modo más profundo y sensual. Parecía saber por instinto dónde era más vulnerable: en el hueco de la garganta y en el valle que habitaba entre sus senos.

Se encontró ofreciéndose más a él, acogiéndole entre sus brazos. Escuchó un suave sonido de placer y, de repente, se dio cuenta de que había sido su propia voz saliéndole desde lo más profundo de su interior, de una parte íntima que no había explorado jamás.

Había un intenso anhelo dentro de ella y se reflejó en su reacción. Los labios de Cathy buscaron los de él. Sus dedos le acariciaron el tórax, deslizándose a través de la amplia expansión de sus músculos y deteniéndose allí para enredarse en el suave vello que le cubría la piel.

Oyó que él pronunciaba su nombre. El ronco sonido que emitió la debilitó por completo y se perdió en la necesidad que sentía por Jared.

Él tomó posesión de su piel, acariciándola con movimientos de mariposa. Sus besos eran una droga; aquellos brazos, una prisión; el sonido del nombre de Cathy en sus labios, alimento para su pasión. Sólo importaba el allí y el entonces, sólo Jared y ella, como si fueran los únicos seres vivos en todo el mundo. Nada ni nadie importaba más que el hecho de encontrarse entre sus brazos y de que le estuviera haciendo el amor, amándola.

Su propia voz, cuando la utilizó, fue profunda y llena de pasión.

– Jared

Pronunció su nombre como un grito, como un sonido que le nacía del alma y que habitaba entre sus labios. Se le ofreció de lleno, apretándosele contra la mano, moviéndose contra él, perdida en el deseo que sentía por él.

Poco a poco, se fue dando cuenta de que sus labios ya no respondían. Sus manos también se habían detenido y parecía estar apartándose de ella. ¿Qué había hecho? ¿Qué había dicho? ¿Por qué la había soltado y estaba escrutando la oscuridad a través del parabrisas?

– ¿Jared?

– Abróchate la blusa, Cathy -le dijo con voz dura, vacía de los sentimientos que ella hubiera jurado que había sentido minutos antes.

Sin prestar atención alguna a sus palabras, decidió que necesitaba ante todo escuchar de sus labios la razón de aquella repentina frialdad.

– ¿Por qué? -le preguntó. Aunque trató de contenerse, no pudo reprimir un sollozo. Sentía que las lágrimas le quemaban en los ojos.

Jared se volvió a mirarla. Los ojos parecían abrasar la carne de Cathy cuando la miró, admirando el escote que se le veía a través de la blusa abierta. Sin embargo, sus ojos eran fríos y, a pesar de la oscuridad, pudo notar una triste sonrisa en sus labios.

– Alguien me ha dicho, Cathy, en confidencia, por supuesto, que te estabas reservando para el matrimonio.

Se estaba riendo de Cathy, burlándose de ella y de sus recién encontradas emociones. Había vuelto a dejarla en ridículo. No. Ella había vuelto a ponerse en evidencia al tirarse entre sus brazos y ofrecérsele de aquel modo. Había estado dispuesta a satisfacer sus pasiones y, en aquellos momentos, Jared se estaba riendo de ella. Además, para humillarse aún más, le había preguntado el porqué.

Con dedos temblorosos, se abrochó de nuevo los botones de la blusa.

– Olvídate de que te he hecho esa pregunta. En realidad, ya no me importa la respuesta. Creo que deberías saber que eres el hombre más insufrible que he conocido nunca. Eres egoísta y egocéntrico y solo hieres a las personas -lo espetó-. ¡Fuera de mi furgoneta!

Con una fuerza que hasta le sorprendió a ella misma, trató de empujarlo hacia la puerta y sacarlo del vehículo.

– Espera un momento -dijo Jared, riendo-. No me has comprendido. No me estaba mofando de ti. En absoluto. Sólo estaba tratando de respetarte -añadió, sin encontrar las palabras que buscaba.

– ¡Adelante! ¡Dilo! -bufó Cathy, furiosa-. Di lo que estás pensando. Adelante, di, «tu virginidad» -rugió. Entonces, dobló la mano para convertirla en un puño y le pegó en un ojo-. Eso es por burlarte de mí y esto -prosiguió, dándole una segunda vez, en la barbilla-, es por robarme el afecto de mi perro. ¡Te odio, Jared Parsons! ¡Te odio! Y si te vuelves a acercar a mí, te te

Lo que sentía en aquellos momentos bloqueaba todo pensamiento. Tras recoger la poca dignidad que le quedaba, Cathy abrió la puerta de la furgoneta, se bajó y salió corriendo por la carretera. Se alejó de Jared Parsons tan rápido como las piernas la podían transportar. Bismarc saltó de la parte trasera de la furgoneta y, con sus ladridos, rompió la tranquilidad de la noche.

Cathy estuvo recogiendo la cocina con el perro a su lado. Habían pasado tres días desde la última vez que vio a Jared Parsons. Furiosa, le dio una patada a la cocina, de inmediato, soltó un alarido de dolor. Estaba allí fuera, con la bella Erica, haciendo sólo lo que Dios sabía. Era culpa suya. Había dicho que no quería volver a verlo.

La mañana después de su último encuentro, había encontrado la furgoneta aparcada delante de la casa, como único recordatorio de que había estado en ella con Jared. Le parecía que su padre sabía algo, pero no pensaba preguntarle nada sobre él.

El teléfono empezó a sonar, pero Cathy se pensó durante un momento si iba contestar o no. Tal vez era Jared.

– ¿Sí? -dijo, con mucha suavidad-. ¡Ah! Señor Denuvue, ¿por qué me llama usted aquí? ¿Qué es lo que pasa? Claro que sí -añadió tras escuchar durante un momento. ¿Por qué yo? ¡Mañana! Sí, sí, claro que puedo estar ahí. Gracias, señor Denuvue, por darme esta oportunidad. Lo haré lo mejor posible.

Cathy se quedó mirando el teléfono durante unos segundos antes de volver a colgarlo. No se lo podía creer.

– Bismarc, ¿has oído eso? -le preguntó al perro, muy emocionada-. Era el señor Denuvue, el presidente de la editorial para la que trabajo. Me acaba de decir que voy a ser la nueva editora de Teak Helm. La señora English decidió irse a California para vivir con su hija, dado que esta espera su primer hijo. Ha dejado a Teak Helm por un niño. Tengo que estar en Nueva York mañana por la mañana, lo que significa que tengo que marcharme esta noche. Sin embargo, si me voy ahora, nunca volveré a ver a Jared. Estaba tan emocionada cuando me llamó el señor Denuvue que casi me olvidé de él. ¿Qué voy a hacer?

Extendió la mano para agarrar el teléfono, pero la retiró. Tres días y tres noches con Erica. ¿Cómo iba a importarle que ella regresara a Nueva York? Ella le había dicho que no quería volver a verlo. ¿Cómo había podido creerse una mentira tan descarada? Se suponía que él era un experto en lo que se refería a las mujeres. ¿Es que no sabía distinguir una mentira cuando la escuchaba? Claro que no. Era él quien solía contar las mentiras. Todos los hombres mentían.