– Gracias por traerme a casa -dijo Cathy en tono muy formal-. Siento haberte causado tantas molestias. Sé que debes de ser un hombre muy ocupado.
Jared la miró fijamente, con el ceño fruncido, pero no hizo comentario alguno. Estaba haciendo que ella se sintiera incómoda otra vez. Sin embargo, sabía que después de aquel día no tendría que volver a preocuparse por él. Incluso para ella misma aquella despedida tan formal había sonado como algo definitivo. Entonces, giró sobre sus talones y se alejó del muelle con Bismarc tras ella.
A pesar de todo, las lágrimas le nublaban la visión, por lo que encontró el camino a casa gracias a su perro.
A medianoche estaría de vuelta en su pequeño estudio, dispuesta a comenzar una nueva fase de su vida. Aquel breve interludio no sería más que un recuerdo…
– ¿Por qué no pudo ser más que un recuerdo? -le preguntó, completamente descorazonada, al perro.
«Porque no ha podido ser», pensó, tratando de armarse de valor.
Capítulo Ocho
Swan Quarter y Jared Parsons quedaban muy lejos de ella. Cathy se aferró a las galeradas de Teak Helm y, tras respirar con profundidad, entró en el despacho de Walter Denuvue. Si iba a ser la nueva editora de Helm, Walter debía saber que no podía hacerse responsable de aquel desastre que tenía entre las manos.
Tras un breve intercambio cortés de bienvenida, Cathy le entregó las galeradas a Walter.
– Es un desastre -dijo-. No puedo hacerme responsable de este manuscrito. ¿Lo ha leído?
– Siento decir que no. Sin embargo, antes de que Margaret English se marchara, me puso al día. Lo miré un poco por encima -replicó el señor Denuvue, algo a la defensiva-. Verás, Cathy, Margaret no tenía deseo alguno de airar al señor Helm. Trató de que lo revisara, pero él se negó. De hecho, ha afirmado que se trata de una de sus mejores novelas y llegó a decirnos que, si tocábamos una sola palabra, cambiaría de editorial. Ya que vamos a ser sinceros, seámoslo del todo. Esta editorial sigue existiendo por las dos novelas de Teak al año. Sin él, no saldríamos nunca de los números rojos. Si amenaza con marcharse, tenemos que concederle lo que quiere. Somos una editorial muy pequeña y lo necesitamos.
– Si es tan independiente y tan arrogante, ¿por qué necesita un editor? ¿Qué puedo hacer yo, aparte de corregirle la gramática? Si lo que usted dice es cierto, ni siquiera puedo hacer eso. Pensé que me había hecho llamar para ser su editora en el sentido pleno de la palabra, no para ser alguien a quien él pueda lanzar invectivas.
– No nos podemos arriesgar a incomodarle. Su nueva novela tiene que salir a primeros del mes que viene. Teak Helm quiere tener editor y vas a ser tú. Tienes razón en que, de vez en cuando, la tomará contigo. No me enorgullece recordar que he dejado que Margaret se marche a casa llorando en más de una ocasión. No me gusta, pero tengo las manos atadas. Hay muchas personas ante las que tengo que responder, entre ellas nuestros accionistas.
– ¿Cuándo tiene Helm que venir a la editorial?
– Él nunca viene a la editorial -respondió Walter con un suspiro-. Envía los manuscritos por mensajero. Yo no lo conozco en persona, ni nadie de los que trabajan en esta casa. De hecho, ni siquiera tiene agente. En realidad, es un hombre muy misterioso. Nadie ha podido descubrir nunca por qué guarda su intimidad con tanto celo.
– ¿Dónde le envía el dinero? -preguntó Cathy, sin poder creer lo que estaba escuchando.
– Se lo enviamos directamente a su banco.
– ¿Y no hay nada que podamos hacer excepto aceptar sus exigencias y publicar lo que nos mande, sean cuales sean las condiciones en las que lo envía?
– Más o menos, así es, Cathy. Sé que no te he hecho ningún favor al darte este trabajo. Estarás trabajando también en otras cosas, así que lo mejor que te puedo decir es que no dejes que esto pueda contigo.
Sin embargo, Cathy no había terminado todavía.
– Walter, si quiere ponerse en contacto con él, ¿cómo lo hace?
– No lo hacemos. Ésa era una de las condiciones. En realidad, no deja de ser un poco raro. Siempre parece saber cuándo necesitamos hablar con él y nos llama. Esa era, como te he dicho, una condición de su contrato, pero siempre entrega a tiempo, nunca se ha retrasado un solo día en los once años que llevamos haciendo negocios. Mira, Cathy, no quiero que alborotes el tema poniéndote en contacto con el banco. Margaret English trató de hacerlo una vez y, a las tres horas, Teak Helm llamó por teléfono, gritando como un loco y amenazándonos con irse a otra editorial. Es muy estricto en lo que se refiere a su intimidad.
Cathy se sintió muy defraudada.
– Entiendo todo lo que me acaba de decir. Sin embargo, quiero preguntarle algo. ¿Me da usted su permiso para hacer una carta de revisión con sugerencias y enviarla al banco? Lo haré en mi tiempo libre y tendré mucho cuidado en cómo la redacto. Si perdemos este manuscrito, espero que el señor Helm comprenda lo que le hemos querido decir y no cometa los mismos errores en la próxima novela. Creo que merece la pena intentarlo, Walter. ¿Cuánto tiempo cree que los lectores seguirán comprando sus libros si no están al nivel de los anteriores? Dos como máximo. Y ambos lo sabemos.
Walter Denuvue lo pensó durante un momento. Entonces, asintió.
– Creo que tienes razón, Cathy. Pero ten mucho cuidado sobre cómo haces las sugerencias. ¿Tan mala es? -añadió.
– Mucho -dijo ella, escueta-. No puedo creer que, como responsable de esta editorial, usted no la haya leído.
Walter se encogió de hombros.
– Me gustan mucho las motocicletas y los coches rápidos. Si quieres que te diga la verdad, nunca he podido pasar de la primera página de ninguno de sus libros, aunque espero que mantengas esto en secreto -añadió con voz severa.
Cathy sonrió. Su cabeza ya había compuesto la carta que enviaría a Teak Helm, autor de novelas marítimas.
Los días pasaron con rapidez. Cathy estaba trabajando muy entregada en las galeradas de Teak Helm. Lo hacía en su despacho y luego se iba casa para prepararse una cena ligera. Después, seguía trabajando hasta altas horas de la madrugada. A las tres semanas de haber regresado a Nueva York, tenía su carta terminada y lista para enviarla por correo. ¿Cómo iba a reaccionar Teak Helm ante los contenidos de aquella carta? Escribió la palabra Urgente en el sobre y luego añadió los sellos.
Estaba cansada, agotada por todo el durísimo trabajo que había estado haciendo. Echaba de menos a su padre, a Bismarc y a Swan Quarter. Parecía faltar mucho tiempo para la Navidad…
¿Qué estaría haciendo y dónde estaría Jared Parsons? Como siempre, cuando pensaba en él, sentía un profundo vacío en su vientre y la respiración se le aceleraba. En cierto modo, agradecía el trabajo duro de aquellos días. Sentía que había esquivado una tormenta emocional y había conseguido separarse del recuerdo de aquellos días gracias al trabajo. Sin embargo, si aquello era cierto, ¿por qué estaba sentada, pensando en él en aquellos momentos?
Cuando los pensamientos sobre Jared invadían su mente, como lo habían hecho en las últimas semanas, Cathy se obligaba a pensar en otras cosas o hacer algo de ejercicio físico. Agarró un suéter y tomó el sobre. Iría andando al buzón de correos más cercano para depositar la carta. Luego, volvería corriendo a casa y así conseguiría dos cosas al mismo tiempo.
En el momento en el que el sobre desapareció en el buzón, Cathy sintió como si se hubiera quitado un peso de encima. ¿Cómo iba a responder Teak Helm, el escritor misterioso, a sus sugerencias? Probablemente, pediría a Walter que la despidiera.