Mientras iba corriendo, Cathy deseó que Bismarc estuviera con ella, pero luego cambió de opinión. El perro, acostumbrado a pasear por el campo, no se haría al cemento y acero de la gran ciudad. «Tal vez debería comprarme un gato o algo así», pensó cuando llegaba a su bloque de apartamentos. «Algún día».
Metió la llave en la cerradura de su puerta. Decidió que se iba a dar un buen baño y se tomaría una taza de té con ron antes de irse a la cama. Se merecía un profundo descanso.
En efecto durmió, aunque no tan relajada como había pensado. Sus sueños se veían invadidos por un hombre alto y fuerte, de ojos grises y con una sonrisa en el rostro. Cuando se despertó, estaba agotada y tenía un sentimiento hostil hacia el nuevo día. Una ducha caliente y una rápida taza de café bien cargado la prepararon, aunque no del todo, para empezar la mañana.
Cada vez que el teléfono sonaba, el miedo se apoderaba de ella. Al final de su jornada de trabajo, sus suspiros eran la comidilla de todos los de la editorial. Casi se desmayó cuando llegó la hora de marcharse y no había recibido respuesta. Cuando Margaret English tuvo la audacia de ponerse en contacto con el jefe del banco, había recibido respuesta a las tres horas. ¿Era bueno o malo que no hubiera tenido noticias todavía?
Los días fueron pasando muy lentos. Hacía casi un mes desde el día en que había enviado el sobre. La nueva novela de Teak Helm tenía que salir en solo dos días. ¿Llegaría la respuesta a tiempo? ¿Qué le diría?
Cathy estaba sentada en su escritorio, con el lápiz sobre un manuscrito que se suponía debía editar. Sin embargo, las palabras impresas no parecían tener ningún significado para ella. No hacía más que preguntarse por qué no podía hacer nada, por qué no se podía concentrar. Debería ser capaz de olvidarse de todo y ponerse a trabajar. Sin embargo, estaba demasiado cansada, demasiado furiosa con las circunstancias como para darse cuenta de lo que estaba haciendo. Al menos, tenía trabajo. Walter Denuvue no la había despedido y aquello debía servir de algo. Debía dejar que Jared Parsons y Teak Helm hicieran lo que quisieran. Ella tenía que ocuparse de su vida, si no era ya demasiado tarde.
Había rechazado todas las invitaciones de sus amigos, casi no había hablado con ellos por teléfono y había inventado excusa tras excusa hasta que, al fin, habían dejado de llamarla. Se sentía sola y no le gustaba aquella sensación. Necesitaba un amigo, un confidente, pero no había nadie. Ni siquiera tenía cerca a Bismarc para que escuchara sus lamentos. Pasaría otra noche solitaria en casa, en su pequeño apartamento, después de tomarse una sopa y unos cuantos panecillos. Un día, se iba a preparar una comida de verdad para volver a cubrir de carne sus huesos. ¿Qué podría hacer al respecto de las ojeras y de sus enjutas mejillas? El maquillaje era maravilloso, pero no podía camuflar tanto.
Cathy miró su reloj y el que había en la pared de su despacho. Quince minutos más y se podría marchar a casa. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que nadie parecía estar trabajando. Sacó el bolso de un cajón y se dirigió al aseo para tratar de reparar los estragos del día. Le pareció escuchar el teléfono, pero decidió que se había equivocado. Nadie la llamaba a aquellas horas del día, así que no había razón para preocuparse.
Con rapidez, se aplicó un poco de sombra y un corrector de ojeras. A continuación, un poco de colorete y de lápiz de labios completaron el efecto. ¿Perfume? ¿Por qué no? Todo el mundo necesitaba un poco de alegría. Se aplicó unas gotas detrás de las orejas y en la base de la garganta. Entonces, se lavó las manos y se volvió a mirar al espejo. Decidió que la luz era demasiado potente y tomó la decisión de pedirle a Walter que instalaran una de menos voltaje y con el cristal rosado. Eso sería mucho mejor.
Al salir del cuarto de baño, miró a su alrededor, pero no se sorprendió al ver que, aparte de los muchachos del correo, ya no quedaba nadie en la editorial. De repente, una nota de papel rosa brillante le llamó la atención. Estaba encima de su escritorio.
Se acercó a la mesa a gran velocidad y estuvo a punto de desmayarse cuando leyó lo que alguien le había dejado escrito.
Te ha llamado Teak Helm. Volverá a llamar mañana por la mañana. Parecía muy enfadado.
– Billy, ¿sabes quién tomó este mensaje? -le preguntó a uno de los chicos del correo desde la puerta del despacho.
– Yo, señorita Bissette. ¿Por qué? ¿Es que he hecho algo malo? -preguntó el muchacho, muy ansioso.
– No, no claro que no. ¿Cómo sabes que el señor Helm estaba enfadado?
– Porque se parecía a mi padre cuando mi madre le da un golpe al coche o cuando yo lo dejo sin gasolina -respondió el joven-. Dijo que volvería a llamar por la mañana. Le dije que estaba usted en el aseo y que regresaría enseguida, pero respondió que no podía esperar.
– No importa, Billy. Vete a casa. Hasta mañana y gracias por tomar el mensaje.
Aquella noche, dormir estaba descartado por completo. Cathy estuvo paseando de arriba abajo en el pequeño apartamento, aturdida. No se había sentido de aquel modo desde el día en que había dejado a Jared en Swan Quarter. ¿Estaba desmoronándose? ¿Qué le iba a decir Teak Helm? ¿Cómo acabaría todo aquello? Cuando llamara, ¿debería asentir a todo, como lo había hecho Margaret English? ¿Se atrevería a mantener lo que había escrito en aquella carta?
Cathy se frotó las sienes y deseó que el fuerte dolor de cabeza que tenía la abandonara. Todo parecía ir mal. Sabía que estaba cansada y que no dormía bien. Las vitaminas no daban para tanto. De hecho, se dio cuenta de que no había dormido bien ni una sola noche después de marcharse de Swan Quarter. Y aquella noche tampoco iba a pegar ojo.
Se acurrucó en el sofá. Echaba de menos a Bismarc y a su padre. Tenía que hablar con alguien, confiar en alguien. Alguien con objetividad. Al mirar el reloj, vio que eran las once y veinte. Faltaban siete horas para poder darse una ducha y marcharse a trabajar. Se sentía marcada, como si alguien le hubiera echado mal de ojo. Decidió que lo peor que podría ocurrirle era que la despidieran porque Teak Helm solicitase una nueva editora. Lo mejor que podría pasar era que Teak Helm accediera a sus cambios y volviera a escribir el libro. O, tal vez, podría pensárselo mejor y no llamarla en absoluto.
Cathy tomó un bloc de notas y el lápiz que había al lado del teléfono. Con rapidez, calculó su situación económica y decidió que podría quedarse en su pequeño apartamento otros seis meses si la despedían. Con sus ahorros y el dinero del pacto, podría incluso estirarlo hasta los ocho meses. Si no podía conseguir el pacto, porque no tuviera derecho a él al haber sido despedida, sólo podría quedarse allí otros tres meses, y eso si se apretaba un poco el cinturón. Si vendía los muebles, podría llegar un poco más allá… ¿Por qué se estaba torturando de aquel modo?
De repente, el teléfono empezó a sonar, lo que la asustó profundamente. ¿Quién podría llamarla por teléfono a las doce menos cuarto? Todos sus amigos la habían abandonado. ¿Quién podría ser? Decidió no contestar. Se quedó allí, mirando el aparato como si fuera un instrumento de tortura. De algún modo, sospechaba que Teak Helm había descubierto dónde vivía y había conseguido su número de teléfono. Por lo que había oído sobre aquel hombre, no le importaría nada que fuera casi media noche para llamar e insultar a una persona. Como el insufrible de Jared… No tenían consideración por los sentimientos de los demás.
– Bueno, pues no pienso responder. Tengo un despacho y allí es donde realizo mi trabajo, no en casa, y mucho menos a medianoche.
El teléfono no dejó de sonar mientras se metía en la cocina y se preparaba una taza de té. Continuó retumbando mientras se preparaba algo de comer y no había parado cuando se sentó en el salón con la cena. El corazón le había empezado a latir tan rápido, que se inclinó sobre el sofá con la intención de arrancarlo de la pared. Cuando estaba a punto de hacerlo, el teléfono dejó, como por milagro, de sonar. El silencio resultaba casi ensordecedor.