Ella se echó a reír.
– En realidad, es por la cazuela -dijo, casi sin darse cuenta.
¿Por qué había tenido que decir aquello? Era un secreto guardado durante mucho tiempo, el éxito de su guisado de cangrejos y lo había revelado casi sin pensar. ¿Estaría buscando que aquel desconocido le diera una palmadita en la cabeza por su receta?
Bismarc se acercó a Jared y empezó a darle con la cabeza en la pierna. Entonces, el perro se dio la vuelta y miró fijamente al hombre.
– Suelo llevarlo a correr a lo largo de la playa a estas horas. Supongo que cree que esta noche lo vas a llevar tú. Se ve que te ha tomado mucho aprecio -añadió, algo a la defensiva.
– Entonces, llevémosle a dar su paseo -dijo Jared, levantándose de la silla-. Me gusta pasear después de cenar, algo que no tengo la oportunidad de hacer cuando estoy en un barco. Puedes recoger todo esto más tarde.
– ¿Ah, sí? -le espetó ella-. Has cenado aquí, así que lo mínimo que puedes hacer es ofrecerte a ayudar.
– Eso es cosa de mujeres -replicó él, con frialdad-. Vámonos antes de que a este perro le dé un ataque.
La había agarrado del brazo. La respiración de Cathy se aceleró al sentir el roce de la piel de Jared. Contuvo el aliento. Al oír aquel sonido, Bismarc se interpuso entre ellos para separarlos. Así mostró a Jared que, a pesar de que pudiera sentir simpatía por él, Cathy era su dueña.
– ¡Qué perro más listo tienes! -exclamó él, mientras acariciaba la oreja del animal.
– Entre otras cosas -dijo ella. Cuando abrió la puerta para que el perro saliera corriendo, Bismarc esperó sin apartar los ojos de su ama-. Venga, Bismarc -añadió al ver que el perro no se movía, sino que gemía suavemente-. Si me atrapas un siluro, te lo cocinaré para desayunar.
Al oír aquellas palabras, el perro salió disparado, sin necesidad de que lo animara más.
– ¿Puede pescar un siluro a oscuras?
– No, pero él no lo sabe. Además, lo hice para quitármelo de encima.
Jared se echó a reír. Las ondas de aquel sonido vibraron a través del cuerpo de Cathy. De repente, le agarró la mano.
– ¡Te echo una carrera hasta el muelle!
– ¡De acuerdo! -exclamó ella, soltándose de inmediato.
Ella echó a correr a toda velocidad, pero, a mitad de camino, él la alcanzó y la pasó. Antes de que ella pudiera llegar al muelle, Jared se detuvo y se giró, colocándose con los brazos abiertos. Cathy no pudo hacer nada para evitar chocarse contra él. El fuerte abrazo de él evitó que se cayera.
– No es justo. Habías dicho hasta el muelle.
– He cambiado de opinión -bromeó-. Además, no quiero cansarte y darte una excusa para no recoger la cocina.
– Animal -comentó ella, con una sonrisa-. No eres mejor que Bismarc. Comer y correr.
Deseaba de todo corazón que Jared la soltara. Su cercanía le estaba produciendo sensaciones extrañas y hacía que le resultara imposible recuperar el aliento.
Como si sintiera lo que ella estaba pensando, él le rodeó los hombros con el brazo y pasó así con ella a lo largo del muelle. En la distancia, las luces del Gitano del Mar III brillaban en la oscuridad.
– Es una pena que la señorita Marshall no haya podido venir a cenar -murmuró, con la esperanza de que Jared explicara el porqué de la ausencia de Erica.
– No quería que viniera y se lo dije.
Cathy se apartó de él y lo miró a los ojos.
– ¿Y tan acostumbradas están las mujeres a hacer lo que dices? Se la invitó a cenar y habría tenido todo el derecho de venir a mi casa si hubiera querido, a pesar de lo que tú le dijeras -lo espetó, con un desafío en la voz.
– Sí, por lo general me salgo con la mía en lo que respecta a las mujeres.
– ¿Y por qué es eso? -le preguntó Cathy, llena de furia.
– Porque espero que así sea. Y también porque estoy muy seguro de mi habilidad para satisfacer a una mujer de otras maneras, mucho más placenteras, que la hagan olvidar mis defectos.
Cathy se sonrojó rabiosamente. Agradeció la oscuridad que, poco a poco, iba cayendo por la costa.
– ¿Eres siempre tan presumido? -replicó, apartándose de él hasta que casi estuvo al borde de los ajados tablones de madera que cubrían el suelo del muelle.
– ¿Presumido? Yo prefiero decir seguro de mí mismo -comentó él, con una sonrisa en los labios. Entonces, la miró de un modo como si quisiera penetrar en su alma.
Cathy casi podía entender por qué estaba tan seguro de sí mismo y del efecto que producía en las mujeres. Tenía la belleza de un príncipe y la sonrisa de un pícaro. Sus anchos hombros parecían una muralla que la aislaba de la oscuridad y poseía la gracia de una pantera. Se dio cuenta, para su propia desolación, que ella misma se estaba viendo muy afectada por su presencia y por el magnetismo que irradiaba. Era todo virilidad y masculinidad, aunque tenía los rasgos de un travieso muchacho. Jared Parsons siempre seguiría siendo joven, a pesar de los años que pasaran por él. Su encanto era infinito.
Consciente de que estaba sucumbiendo a su influjo, Cathy apartó los ojos de él y puso distancia entre ambos. En su celeridad por hacerlo, se acercó con gran peligro al borde del muelle y estuvo a punto de perder el equilibrio.
Con los rápidos reflejos de un gato, él la agarró y la apartó del peligro, estrechándola con fuerza contra su pecho. Cathy notó la fuerza que su esbelto y firme cuerpo poseía.
– ¿Ves a lo que me refiero? -preguntó Jared, en voz muy baja-. Las mujeres tan solo me caen entre los brazos…
Tenía la boca muy cerca de la oreja de Cathy, por lo que la voz parecía resonar por todo su ser. Nunca en toda su vida se había sentido tan impresionada por un hombre. Se aferró a él, sintiendo que el deseo se apoderaba de ella como una potente ola.
– Esta mujer no -protestó, aunque la voz le salió con muy poco convencimiento-. Para que yo cayera entre tus brazos, haría falta mucho más que una caída al río…
– Tal vez serviría con esto…
Sintió que se acercaba más y se inclinaba sobre ella. Encontró su boca y la besó, con dulzura al principio y, entonces, cuanto el traidor cuerpo de Cathy respondió con una voluntad propia, el beso se hizo más profundo y sensual. Los brazos se fueron estrechando cada vez más a su alrededor y sintió cómo Jared empezaba a moldearla contra su cuerpo. Los sentidos de Cathy se despertaron. Fueron conscientes de las aguas de ébano que había bajo sus pies, de la suave y oscura noche y del brillo de las estrellas que se atrevían a relucir más que la luna. Las agujas de los pinos parecían susurrar el nombre de Jared, mientras que la suave brisa del mar los acariciaba y les refrescaba fas mejillas, creando un fuerte contraste con la calidez que reinaba entre sus labios.
Le acarició la mejilla con sus masculinos labios, con una caricia tan suave como las alas de una mariposa, y fue a encender una llama sobre la suave piel que ella tenía debajo de la oreja. El deseo y la pasión le lamieron las venas como un fuego abrasador. Cathy se aferró a él, sintiendo una respuesta de abrumadora intensidad a través de su cuerpo.
Cuando Jared la soltó, ella se había quedado sin aliento. Era incapaz de comprender las emociones que se habían abierto paso en su interior.
– ¡No tenías ningún derecho a hacer eso! -protestó, al tiempo que él le rodeaba el cuello con sus largos dedos y la hacía levantar la cara para enfrentarse a él.
– No creo que tu cuerpo esté de acuerdo contigo -dijo, con una profunda risotada que resonó en los oídos de ella. Aquella risa no tenía nada del niño y sí todo del hombre.
Antes de que pudiera volver a capturarle los labios, Cathy se zafó de él y salió corriendo, sabiendo que debía poner distancia entre aquel hombre y ella, un hombre que podía hacer que el pulso se le acelerara y que el corazón le latiera a toda velocidad. Un hombre que podía hacer que se olvidara de sus principios y que conspirara con él para su propia seducción.