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– ¿Como conducir un camión en medio de una zona de guerra en vez de quedarte en casa retorciéndote las manos?

– Sabía que lo entenderías.

– Desde luego, estoy empezando a hacerlo -dijo John mientras se deslizaba la corbata del cuello y la camisa de seda quedaba abierta-. Entonces, ¿en qué habías pensado? -preguntó con los ojos oscurecidos por algo más peligroso que la simple curiosidad.

– En esto -dijo ella deslizando las manos por su torso-. Hace días que no pienso en otra cosa. Y en esto.

Se inclinó hacia él para besarle el profundo hueco de la base del cuello trazando un sendero de besos por su garganta y sus hombros, mordisqueándole la piel y deleitándose con el gemido agonizante que le arrancó.

Entonces alzó la cabeza y lo miró con los párpados entrecerrados y los labios entreabiertos de forma provocativa.

– Siéntete libre de unirte a mí cuando quieras -le invitó-. Este es un juego de dos.

– Esto no es ningún juego, Dora -dijo él abriéndole la bata para deslizar las manos por su cintura y atraerla al calor de su cuerpo, libre por fin de demostrarle cuanto la deseaba y necesitaba-. Esto es lo más serio del mundo. Te amo. Creo que te amé desde el primer momento que te vi, allí de pie en la granja con Sophie en brazos, tan indignada de que alguien se hubiera atrevido a asaltar tu casa.

Dora abrió mucho los ojos.

– No era por eso. Lo que me indignaba era que llevaras a una niña enferma en tus correrías nocturnas -lo miró fijamente-. Pero incluso entonces ya supe que eras diferente, que eras mi caballero de media noche, mi amante llegando a mí en el silencio de la noche. Y tienes razón, John. Esto es serio. Bésame, mi amor. Abrázame. Ámame y prométeme que nunca pararás.

Y John Gannon prometió y prometió sin cesar.

– ¡Papi! -Sophie vio a su padre desde la piscina y se alejó de Richard chapoteando con energía hacia las escaleras, donde John la alzó en brazos a pesar de estar empapada-. Sé nadar.

– Ya lo he visto -dijo él entre carcajadas tomando la toalla que Poppy le pasó para envolverla en ella y secarle la cara-. ¿Y quién te ha enseñado tantas cosas buenas?

– Gussie.

– ¿Gussie?

– Creo que se refiere a mí -aclaró Fergus que se acercaba en ese momento con una bandeja llena de copas de champán y una botella-. Se lo habrá oído a las chicas, supongo. Ellas creen que no lo sé… ¿Dónde está Dora?

– Bajará en un minuto -John Gannon vio el desafío en los ojos de Fergus Kavanagh y se enfrentó a él haciendo un gesto hacia el champán-. ¿Sólo te alegras de que me quede a cenar o el champán es para celebrar algo en particular?

– Por el tiempo que habéis pasado arriba, debe haber sido algo en particular, ¿no crees?

– ¿Como una boda, por ejemplo?

Fergus se detuvo y le miró a los ojos.

– ¿Una boda? ¿No es un poco repentino? ¿No podría ser simplemente un largo compromiso?

– Francamente, Fergus, esta ha sido la semana más larga de mi vida, pero tendrás que discutirlo con Dora. Ella quiere empezar a mover las cosas cuanto antes.

Quizá fuera una suerte que el corcho saltara en ese momento evitando una respuesta.

– ¡Fergus! -los dos se volvieron cuando Dora salió a la terraza tras ellos.

Se acercó a su hermano, le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso.

– Eres un encanto. Gracias por traerme a John a casa. Creía que no lo aceptarías, pero, ¿cómo he podido dudar de ti?

Fergus apretó los dientes.

– Sophie está aquí. Tú estás aquí. ¿Dónde iba a ir si no?

Pero durante un instante, entre la excitación, le lanzó a John Gannon una mirada de advertencia de que no se atreviera a hacerle daño a su hermana. La respuesta que vio en los ojos del otro hombre debió satisfacerle porque sonrió de repente y empezó a servir el champán.

– Vamos, todo el mundo. Ya habéis oído a John. Esto es una celebración.

– ¿Qué es una… una cele… bación, Gussie? -preguntó Sophie.

Poppy y Dora eran incapaces de mirarse la una a la otra. Nadie, absolutamente nadie en la tierra era capaz de llamar Gussie a la cara a Fergus Kavanagh.

– Celebración, muñeca. Celebración. Se celebra cuando pasa algo especial -le quitó a John a la niña de los brazos-. La gente mayor bebe una cosa que se llama champán. Como cuando tú bebes batido.

– Nacido para malcriar a un niño -comentó Poppy.

– Batido de fresa, o quizá de banana -siguió Fergus-. Con una galleta de chocolate. Vamos, veamos si la señora Harris tiene algo para ti.

– ¿Sabes? Creo que es hora de que Gussie se case -comentó Dora cuando desapareció con la niña por los ventanales franceses-, antes de que se convierta en el eterno tío solterón.

– O peor, que empiece a criar gatos -dijo Poppy llevándose la mano al vientre de forma protectora.

– No creo que haya mucho peligro con los gatos. Los tiene alergia. Así que tendrá que ser el matrimonio. No sé cómo no se nos ha ocurrido antes.

– Seguramente sea capaz de pensar por sí mismo -intervino John.

Dora entrelazó el brazo con el de él.

– El pobre Fergus ha estado tan ocupado cuidándonos toda su vida y haciendo lo posible por mantenernos alejadas de los problemas que apenas ha tenido tiempo de buscar una esposa adecuada. Además, él no es el tipo de hombre al que le pilla una tormenta en mitad de la noche, es demasiado organizado para eso. ¿Y qué tipo de chica sería tan temeraria como para asaltar Marlowe Court?

– Quizá deberíais poneos las dos a la tarea de encontrarle una -sugirió Richard-. Después de todo, en cuanto encontréis a la chica adecuada, no tardará mucho.

– ¿Por qué no? -preguntó John.

Richard sonrió.

– ¿Quieres decir que Dora no te lo ha contado? El amor a primera vista es algo genético en la familia Kavanagh. Una vez que se han fijado en ti ya no hay escape. ¿Y sabéis que se me acaba de ocurrir?

Los tres esperaron mientras Richard les rellenaba las copas.

– ¿Qué? -apremió Poppy.

– Que dicen que las cosas siempre vienen de tres en tres. Y no veo razón por la que no puedan ser también las bodas -alzó la copa-. ¿Por qué brindamos?

– ¿Por las bodas en general? -sugirió Poppy.

– Por la nuestra en particular -dijo John.

– Por bodas por todas partes -concluyó Dora con una sonrisa-. Y cuanto antes mejor.

Liz Fielding

***