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Clavó su mirada en ella desde la altura de su indiferencia.

– Octogonal, parece. No lo veo bien. Y está rodeada por un claustro abierto. Lo cierto es que es raro que una iglesia tenga el claustro en el exterior y no en el interior, como es lo habitual.

– ¿Ves? Ya empiezas a observar y no sólo a mirar.

El halago surtió su efecto. Carlomagno desapareció y dejó paso al novicius.

– ¿Tiene algún sentido algo de lo que he dicho?

– Lo que has dicho significa que te encuentras frente a una iglesia de factura netamente templaria y que, acaso, en este momento, sea propiedad de mi Orden por la bula disolutoria.

– ¿Cómo lo sabéis -preguntó intrigado-, cómo sabéis que es templaria?

Para entonces, estábamos ya dando un rodeo a la edificación.

– Por su forma octogonal. Toda construcción que veas que responde a esta hechura es de alzamiento templario. ¿Recuerdas que cuando descubrimos el significado oculto de los nombres de los médicos árabes que habían asistido al papa Clemente V en Roquemaure te dije que Al-Aqsa era una mezquita situada dentro del recinto del Templo de Salomón que los templarios habían utilizado como casa presbiterial en Jerusalén?

– Sí.

– Pues deja que te cuente una historia.

Nos quitamos los sombreros y nos sentamos en el suelo, agotados por el calor con la espalda apoyada contra el muro de una casa situada al Oeste de la capilla. Nuestros cuerpos agradecieron inmensamente una sombra fresca después de tantas horas de sol.

– Salomón fue un rey culto e inteligente que gobernó Israel unos mil años antes del nacimiento de Cristo -empecé-. Para que te hagas idea de la clase de persona que era, te diré que suyo es el hermoso Cantar de los cantares de la Biblia y también los libros de la Sabiduría, los Proverbios y el Eclesiastés. ¿Te parece suficiente como presentación? Pues bien, este rey sabio y justo quiso edificar un templo en honor de Yahvé. Si has leído el primer Libro de los Reyes recordarás que allí se detalla minuciosamente su construcción, para la cual se utilizaron los mejores materiales de los reinos de Oriente: madera de cedro, piedra, mármol, cobre, hierro y oro, grandes cantidades de oro. Fíjate bien: absolutamente todas las paredes fueron recubiertas con láminas de este metal precioso y los objetos de culto y el gran candelabro de siete brazos fueron fundidos en oro macizo. Nada era bastante hermoso para cobijar y proteger el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley que Moisés cinceló con sus propias manos en el monte Sinaí. Porque eso es lo que contenía el templo, Jonás: el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley. Para guardarlas lo mandó construir Salomón. -Me callé un momento y tomé aire-. Todo el edificio era de proporciones inmensas y también de una inmensa belleza: los querubines situados encima del Arca (de oro puro, naturalmente) eran como leones con alas y cabeza humana y las dos columnas enormes de la fachada del Templo tenían unos receptáculos de aceite encendido que la iluminaban día y noche.

El muchacho tenía el cuello torcido en su afán por no dejar de mirarme mientras le contaba aquella historia. Estaba completamente embobado.

– Pero no eran los materiales la parte más valiosa del templo -continué-. ¡Ni muchísimo menos…! Gente muy especial intervino en su diseño. Makeda, la reina de Saba [21], atraída por la renombrada sabiduría de Salomón y por su profunda espiritualidad, emprendió un largo viaje hacia el norte para conocerle y «probarle con enigmas», como dice la Biblia. Permaneció junto a él durante mucho tiempo, transmitiéndole el Conocimiento sagrado de los tiempos primigenios para que lo utilizase en la edificación del templo.

– ¿Qué Conocimiento era ése? -preguntó Jonás, intrigado.

– Un Conocimiento al que tú, muchacho, algún día podrías tener acceso sí eres digno de ello -dije, engañándole, pues, como era evidente, su iniciación ya había comenzado-. Pero calla y escucha. El templo de Salomón respondía, pues, a ciertos modelos y dimensiones procedentes de tradiciones ocultas e iniciáticas.

– ¿Qué tradiciones ocultas e iniciáticas?

Hice como que no le había oído y continué.

– Tenía tres recintos concéntricos en el interior de los cuales se encontraba el sancta sanctorum, el lugar santísimo donde se custodiaba el Arca y donde nadie podía entrar so pena de muerte, excepto el gran sacerdote, que podía hacerlo una vez al año. Cuatro siglos después, Jerusalén fue destruida por las tropas del rey Nabucodonosor II, y con ella el hermoso Templo de Salomón.

Dejé vagar mis ojos por los resecos muros de la capilla de Eunate. Tenía sed, así que bebí un largo trago de mi calabaza y Jonás me imitó.

– En lo que fue aquel triple recinto, se alza hoy día la mezquita llamada Qubbat al-Sakkra, o Cúpula de la Roca, que, curiosamente (por no tratarse de una característica de la arquitectura islámica), cuenta también con los tres recintos concéntricos. Además, su estructura, y esto es todavía más inexplicable, es octogonal. Justo al lado, también dentro de lo que fue el perímetro del templo, está la pequeña mezquita de Al-Aqsa, que los templarios utilizaban como residencia monástica, ya lo sabes. Convirtieron, pues, Al-Aqsa en vivienda y Qubbat al-Sakkra en iglesia…, en su iglesia. Numerosas ciudadelas y fortalezas templarias en Tierra Santa y en Europa presentan la estructura salomónica del triple recinto, e incontables construcciones, iglesias y capillas, como ésta de Eunate, reproducen la extraña planta octogonal de Qubbat al-Sakkra, la Cúpula de la Roca.

– ¿Así que esta pequeña capilla cristiana perdida en mitad de las tierras de Navarra debe su forma a una mezquita musulmana situada a miles de millas de aquí?

– En efecto.

Parecía impresionado.

– ¿Y qué ocurrió con el oro del Templo de Salomón?

– Desde que el pueblo de Israel supo que Nabucodonosor se preparaba para atacar, el Arca de la Alianza fue puesta a buen recaudo y el oro se escondió en un lugar seguro, así que el rey babilonio no pudo llevarse a su tierra los tesoros que esperaba. Lo cierto es que, en compensación, se llevó a los judíos como esclavos, pero ésa es otra historia. Siglos después, cuando los israelitas regresaron a Jerusalén, el templo fue reconstruido, aunque de manera más sencilla, pero del Arca, las Tablas de la Ley y las riquezas no volvió a saberse nada. Y así hasta el día de hoy. ¿Qué te parece?

– Me parece extraño -musitó caviloso-. Como también me parece extraño que los Caballeros del. Temple adoptaran el nombre del Templo de Salomón, su primera residencia. ¿No es un poco absurdo?

– Los Caballeros del Temple no se llamaban así, su verdadero nombre era el de Pobres Caballeros de Cristo, pero todo el mundo les conocía por Caballeros del Temple o templarios. Sin embargo, tienes mucha razón en dirigir tu interés hacia este punto, pues está ciertamente relacionado con lo que hablábamos. En 1118 un noble francés, Hugues de Payns, se presentó ante el rey Balduino II, rey de Jerusalén, y le pidió permiso para defender, con la ayuda de otros ocho caballeros franceses y flamencos, a los peregrinos de Occidente que viajaban hasta allí para visitar los Santos Lugares. Era un ofrecimiento generoso que venía a cubrir una necesidad urgente ya planteada por el rey, así que éste aceptó complacido. Los nueve caballeros sólo hicieron, a cambio, un simple ruego: poder instalar su residencia en los terrenos que anteriormente ocupaba el Templo de Salomon.

– ¿Eso fue lo primero y lo único que pidieron nada más llegara Jerusalén?

– A fe que sí. ¿No te parece curioso?

– ¡Desde luego! Pero no se me alcanza por qué tanto interés. ¿Para poder llamarse Caballeros del Temple o templarios?

– Pero ¿es que no lo ves, Jonás? A pesar de su ofrecimiento al rey de Jerusalén para vigilar los caminos y defender a los peregrinos, una vez obtenido el antiguo templo, los nueve caballeros se encerraron en él ¡durante nueve años!, sin salir al campo de batalla, sin enfrentarse ni una sola vez con los infieles y sin defender a ningún viajero, dedicándose exclusivamente, según, decían, a la oración y a la meditación. Piensa Jonás: nueve caballeros encerrados en el Templo de Salomón durante nueve años, sin reclutar sirvientes y sin dejar entrar o salir a nadie de él sin su consentimiento. ¿No es extraño? Acabado este período, seis de los nueve templarios regresan a Francia para conseguir la aprobación de sus estatutos en el concilio de Troyes.

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[21]Ethiopie, fidéle a la Croix, de Maxime Cléret. Ed. de París. Cita recogida de El oro de los Templarios, de Maurice Guinguand y Béatrice Lanne. Ed. Apostrofe.