– ¿Queréis decir que cuando los templarios llegaron a Jerusalén tenían algún objetivo secreto en mente?
– Los templarios buscaban algo especial cuando llegaron a Tierra Santa, no cabe duda. Quizá te haga falta saber algo más. San Bernardo de Claraval, fundador y primer abad de Claraval, doctor Ecclesiae e impulsor del Cister, de quien sin duda has oído hablar por ser una figura prestigiosa de la Iglesia -Jonás negó con la cabeza y yo suspiré, resignado-, fue el encargado de traducir y estudiar los textos sagrados hebraicos hallados en Jerusalén después de la toma de la ciudad en la primera Cruzada. Años después, publicó un polémico texto, De laude novae militiae, en el que planteaba la necesidad de unos monjes soldados que defendieran la fe por medio de la espada, lo cual era un concepto completamente nuevo por aquel entonces. San Bernardo era tío carnal de uno de los ocho caballeros que acompañaban a Hugues de Payns, de quien también era amigo personal. Así que la idea de fundar la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo fue, sin duda, de san Bernardo. Ahora ya tienes todos los datos que precisas para arribar tú solo a la conclusión lógica.
– Bueno… -titubeó-. Quizá…
– ¡Venga, rápido! ¡Piensa!
– San Bernardo encontró algo en aquellos documentos hebraicos, algo que quería conseguir, para lo cual envió a los nueve caballeros a Jerusalén. ¡Ya lo entiendo! -exclamó, de repente, alborozado-. ¡Lo que estáis intentando decirme es que el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley debieron permanecer ocultas en algún lugar secreto del Templo de Salomón, y que esos documentos que Bernardo tradujo decían exactamente dónde se encontraban! Por eso envió a los caballeros.
– Si los documentos hubieran señalado claramente el lugar en que se encontraba el Arca con las Tablas, los caballeros no hubieran necesitado nueve años completos para encontrarlas, ¿no te parece?
– Es verdad. Bueno, pues los documentos sólo decían dónde podían hallarse aproximadamente, en algún lugar del Templo, sin especificar.
– Eso es más sensato. Aunque también es posible que las encontraran y que, dada la importancia y la sacralidad de lo hallado, durante aquellos nueve años los primeros templarios se dedicaran a lo que decían, a orar y a meditar.
– Y si todo esto lo sabía la gente, como vos lo sabéis, ¿por qué nadie les quitó el Arca? ¿Por qué la Iglesia no se la reclamó?
– Porque los templarios lo negaron siempre y, si alguien niega algo con la fuerza y la perseverancia suficientes, resulta imposible desmentirlo si no se tienen pruebas, y pruebas nunca las hubo. Sospechas, sí; todas. Pero pruebas, ninguna.
A mi mente acudió veloz el recuerdo de aquella noche (que ahora parecía tan lejana) en que Evrard, durante su delirio de muerte en la mazmorra de la antigua fortaleza templaria del Marais, gritaba dando órdenes de evacuar Al-Aqsa y de salvar el Arca de la Alianza.
– ¿Y vos creéis, sire, que en esa capilla templaria -preguntó Jonás señalando Eunate con el mentón- encontraremos algo relativo a todo esto?
– Relativo a todo esto, no lo creo, Jonás -dije incorporándome con la ayuda del bordón-. De entre todos los secretos de los templarios, que son muchos, el del Arca es el más inviolable de todos. Pero estoy bastante seguro de que si encontraremos las primeras pistas de los escondites del resto de las riquezas templarias, las que ocultaron en el Camino antes de su disolución como Orden.
– Pero ¿y el Arca? -insistió con tozudez.
– Los siglos se encargarán de desvelar la evidencia.
– ¡Pero nosotros ya no lo veremos! -protestó mientras avanzábamos hacia la iglesia.
– Ese es el problema de no poseer la inmortalidad: nos perdemos el futuro.
Entramos en la ermita por una de las dos aberturas del claustro exterior y, circulando por su deambulatorio -también ochavado como la iglesia-, empecé a descubrir las señales inconfundibles de la tradición iniciática: en uno de los capiteles se veía la figura de un Crucificado sin cruz rodeado por catorce apóstoles; en otro, leones solares enfrentados; en otros más, rostros satánicos de cuyas bocas salían enredaderas formando laberintos o espirales, al final de las cuales, o en el centro, se encontraba siempre la figura de la piña, representación simbólica de la fecundidad y la inmortalidad. Nada de todo aquello me aportaba nueva información. Si yo hubiera sido un peregrino, y nada más que un peregrino, probablemente hubiera disfrutado contemplando aquellas imágenes, meditando sobre ellas, intentando descifrarlas y aplicando sus conclusiones a mi propia vida; pero mi vida y la de mi hijo estaban en peligro y no tenía tiempo que perder.
– Mirad, sire -Jonás se había detenido delante de una de las columnas dobles y miraba atentamente el remate-. Ésta es la única representación normal que veo en todo este extraño claustro.
Me acerqué y observé el capitel. Por uno de sus lados podía verse la escena en la que el ciego Bartimeo, sentado a la vera del camino, llamaba a gritos a Jesús, Hijo de David, suplicándole el milagro de recobrar la vista. Y por el otro, la resurrección de Lázaro, el momento en que la losa del sepulcro era descorrida y Jesús ordenaba a su amigo que saliera al exterior para asombro de los presentes. Tanto Bartimeo como Jesús exhibían minúsculas cartelas de piedra bajo sus pies con lacónicos mensajes: Fili David miserere mei, la del ciego, y Ego sum lux, la de Jesús. «Bueno -me dije-, al menos ya es algo.»
Terminado el deambulatorio del claustro, penetramos en el interior de la capilla por la puerta norte. En un largo friso que daba a la arquería, todo el programa de la iniciación secreta se exponía a los ojos de cualquiera que pasara por allí. No me sorprendió en absoluto: podía ser muy difícil interpretar los misterios inmutables sin la ayuda de un maestro, pero algunos lo habían conseguido, llegando después muy lejos en el estudio del Conocimiento mistérico. Afortunadamente, la narración del friso utilizaba la simbología críptica -las palabras sabias siempre necesitarán intérpretes-, de manera que unos, los iniciados, pudiéramos leer lo que se decía y otros pudieran llegar a leerlo si su espíritu les animaba a ello. Deduje que, de alguna manera, el Camino de Santiago, el Camino de la Vía Láctea, estaba organizado para asistir a esos seres especiales capaces de alcanzar la iniciación por sí mismos. Tarea terrible, sí, pero no irrealizable.
– ¿Qué significan todas esas imágenes?
– ¿Qué imágenes?
– Esas cabezas apoyadas unas en las otras, por ejemplo.
– Es la transmisión racional del Conocimiento del que antes te hablé. Es la primera fase de la iniciación.
– ¿Y esas quimeras y sirenas con colas de dragón?
– El dolor y el miedo del hombre ante el peligro y lo desconocido.
– ¿Y por qué los monstruos llevan una flor, en el vientre?
– Porque perder el miedo libera al hombre y le hace capaz de alcanzar la verdad.
– ¿Por qué esa figura encapuchada lleva a un niño en los brazos?
– Porque el niño acaba de nacer después de morir.
– ¿Y esa mujer desnuda enroscada en una serpiente?
– Ésa, Jonás, es la Diosa Madre del mundo, la Magna Mater, la Tierra. Recuerda que ya te hablé de ella en una ocasión.
– ¿Y qué hace una diosa pagana en un templo cristiano?
– Todos los templos de la Tierra están consagrados a una única divinidad, la llamen como la llamen.