– ¿Y qué hace una diosa con una serpiente?
– La Serpiente es el símbolo del Conocimiento. También te he hablado sobre ello.
– Sólo hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo puede haber nacido el niño después de morir?
– Eso, Jonás, te lo explicaré en otra ocasión -dije secándome el sudor del rostro con la manga de la saya. ¡Qué manera de preguntar!-. Ahora quiero averiguar adónde lleva aquella escalera de allí.
En el lado sur de la capilla, una puertecilla entreabierta dejaba ver una escalera de caracol. Todavía nadie se nos había presentado desde que habíamos alcanzado las inmediaciones de Eunate, así que no vi inconveniente en subir por ella y comprobar adónde llevaba. No me sentí defraudado cuando alcanzamos una pequeña linterna que nos permitió contemplar un hermoso paisaje: los vastos y silenciosos campos que rodeaban Eunate estaban a nuestros pies. Un poco más allá se vislumbraban los edificios de Puente la Reina.
– Aquí debe aposentarse el vigía, como en Ponç de Riba -dedujo el muchacho.
– ¿Qué vigía, si por estos parajes no hay nadie?
– ¡Alguien tendrá que vigilar por si llegan los moros!
– ¿Y para qué crees que sirve aquel campanario que se ve en Puente la Reina, mucho más alto y más al sur?
– Pues vigilarán desde los dos puestos.
– Es posible, no digo que no -convine con él-. Pero esta linterna sirve para algo más que la vigilancia. ¿Es que no te has dado cuenta de la espléndida visión celeste que se disfruta desde aquí? En una bella noche de verano, el cielo debe poder tocarse con las manos. Sin duda, este pequeño recinto sirve de observatorio para el estudio de los astros.
– ¿Y quién va a estudiar los astros si aquí no hay nadie?
– Ten por seguro que alguien vendrá alguna vez a mirar el cielo, durante las noches o durante los solsticios y los equinoccios, y no sólo en esos momentos; hay épocas del año en que leer las constelaciones es de vital importancia. Un lugar tan bueno como éste debe ser muy frecuentado por astrólogos.
– ¿Y aquella ciudad de allá, Puente la Reina, es nuestro próximo destino? -preguntó Jonás señalando con el dedo.
– En efecto. Allí comeremos hoy, en alguna alberguería o en la casa de algún buen samaritano misericordioso.
Q uatuor vie sunt que ad Sanctum Jacobum
tendentes, in unum ad Pontem Regine, in horis Y
spanie, coadunantur… [22]
Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en tierras de España, se reúnen en uno solo, dice Aymeric Picaud en el Codex Calixtinus. Y bien cierto es, pues si hasta entonces nuestro viaje había sido más bien solitario -apenas nos habíamos encontrado con dos o tres grupos de peregrinos y algún penitente esquivo-, en Puente la Reina nos dimos cuenta de la gran cantidad de gente que purgaba sus pecados recorriendo con esfuerzo el itinerario sagrado. Yo mismo estaba maravillado de la generosidad con que habíamos sido tratados y alimentados hasta entonces por los villanos, labriegos y monjes de los lugares por los que habíamos pasado, pero nada era comparable con la alegría y la prodigalidad con las que, ya desde Obanos, nos recibieron los navarros de aquellos pagos. ¡Qué falsas me parecían las palabras de Picaud!: «Los navarros son un pueblo bárbaro, diferente de todos los demás en sus costumbres y naturaleza, colmado de maldades, de color negro, de aspecto innoble, malvados, perversos, pérfidos, desleales, lujuriosos, borrachos, agresivos, feroces y salvajes, desalmados y réprobos, impíos y rudos, crueles y pendencieros, desprovistos de cualquier virtud y enseñados a todos los vicios e iniquidades, parejos en maldad a los Getas [23] y a los sarracenos, y enemigos frontales de nuestra nación gala. Por una moneda, un navarro o un vasco liquida, como pueda, a un francés.» Sin embargo, pocas veces en mi vida había visto tanta gente satisfecha reunida en una misma ciudad, ni una ciudad tan volcada y entregada a una sola meta: la atención al peregrino.
Apenas vislumbradas las primeras casas de Puente la Reina, llamé la atención a Jonás acerca de la torre de la iglesia que teníamos delante: aunque comenzaba con una contundente forma cuadrada, su final era una hermosa y delicada cúpula octogonal. El muchacho me sonrió con complicidad. Luego supimos que se trataba de la parroquia del barrio de Murugarren, la iglesia de Nuestra Señora dels Orzs [24], propiedad de los templarios hasta la disolución de la Orden. Al parecer, el rey García VI había hecho entrega de la villa a los Caballeros del Temple en 1142, con la condición de que acogieran a los peregrinos propter Amorem Dei. Esa tradición de hospitalidad seguía profundamente arraigada y viva en el lugar.
Aunque todos los peregrinos que, como nosotros, entraban en la ciudad se detenían en la parroquia de Nuestra Señora dels Orzs para rezar, Jonás y yo continuamos internándonos por las rúas peregrinas. Teníamos hambre y deseábamos descansar, así que dejamos para más tarde los rezos y las visitas obligadas y nos encaminamos hacia el otro lado del pueblo, hacia la hospedería de peregrinos, ubicada junto a uno de los dos hospitales con los que contaba la ciudad. Pasamos por delante de la iglesia de Santiago, que lucía una hermosa portada de ejecución mozárabe, y atravesamos la rúa Mayor, flanqueada por multitud de palacios y de casas con linaje -los escudos nobles podían verse sobre los portalones-. Al final de esta calle se encontraba el famoso puente que daba nombre y fama a la ciudad.
Jamás, ni en mis muchos años de vida ni en mis muchos viajes, había visto un puente de tanto mérito, tan donairoso y ligero como el de Puente la Reina. Parecía surgir de su base como por encantamiento y su imagen estaba tan perfectamente reflejada en el agua, que no se podía distinguir en qué lugar empezaba el puente real y en qué lugar el especular. Seis arcos de medio punto y cinco pilares atenuados por pequeños arcos servían para mantener la piedra flotando en el aire y facilitar el paso sobre el río Arga a los peregrinos jacobeos. Fue la reina doña Mayor, esposa de Sancho Garcés III, rey de Navarra, quien mandó levantar el hermoso puente. Pero ¿quién fue el pontífice? [25] Aunque yo jamás llegara a conocer su identidad, seguro que se trataba de un maestro iniciado. Y la sagaz perspicacia de Jonás no me defraudó.
– Lo que no comprendo -dijo con el ceño fruncido y tono aciago-, es por qué han construido esta pontana con forma de empinada colina, de manera que tenemos que ir ascendiendo hasta la cúspide sin ver nada de lo que nos espera al otro lado. ¡Con lo cansados que estamos!
– Este hermoso puente a dos vertientes es un símbolo más de los muchos que estamos encontrando en el Camino. Deberías analizar con detalle su estructura y darle una oportunidad al mensaje.
– ¿Queréis decir que pudiendo construir un cómodo puente de trazado horizontal, levantaron a propósito esta horrible rampa, castigo de caminantes?
– Bueno, sí…, ésa sería más o menos la idea.
– ¡No puedo comprenderlo de ninguna manera!
Suspiré. Este hijo mío no tenía término medio: o bien demostraba una inteligencia deslumbrante y la curiosidad de un sabio, o bien, ante las más insignificantes incomodidades físicas, se volvía zoquete y lerdo como una bestia de carga.
En la hospedería comimos hasta hartarnos asadura de cabrito con garbanzos y calabaza dulce y dormimos una buena siesta sobre cómodos jergones. A media tarde estábamos listos para visitar la ciudad.
– Creo que va a llover -comentó el muchacho, al salir a la calle, mirando el cielo cubierto de nubes.
– Quizá, pero precisamente por eso debemos acelerar el paso.
– Quisiera comentaros una cosa, sire.
– ¿Qué es ello? -pregunté distraído mientras subíamos de nuevo el extraordinario puente.
[22] Capitulum 1,
[23] Pueblo situado en la desembocadura del Danubio, territorio de la actual Rumania, llegaron a convertirse entre los romanos en el símbolo de la crueldad y la ferocidad. (Nota 92 de la