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"Teoría de la verdad", en efecto, es una versión totalmente impropia, sólo un calco literal del griego, precisamente para conservarlo y, en rigor, no traducirlo ni interpretarlo. Cuando Aristóteles designa así la metafísica, como cuando habla de los que "filosofaron acerca de la verdad", no se refiere a una teoría de la verdad, a una indagación de lo que es verdad, que no se puede encontrar en los presocráticos; al contraponer los que primero teologizaron (theologésantes) a los modernos que filosofaron "acerca de la verdad" (philosophésantes), Aristóteles apunta a la idea de alétheia como desvelamiento, descubrimiento o patencia de lo real, de lo que verdaderamente hay, de lo que las cosas son de verdad, es decir, lo que eran ya desde siempre en su fondo arcaico y primario -principio, arkhé-, y por tanto son y serán siempre. Este trasfondo último de las cosas, al cual se puede llegar, porque hay un camino o método, y que se puede poner de manifiesto, es la fuente u origen de donde brotan las cosas, y a la vez aquello que en el fondo son, aquello en que propiamente consisten: las dos ideas que viven en la noción de physis o naturaleza.

Cuando Aristóteles, al comienzo de su Metafísica, rastrea los antecedentes de su propio pensamiento, distingue dos pasados de distinta actualidad: uno, próximo -los "que filosofaron", los presocráticos-; otro, remoto y que en cierto sentido se contrapone a aquél, pero dentro de cierta esencial comunidad -los "que teologizaron", diversas formas de pensamiento mítico-. Con otras palabras, si la disciplina teórica que se va a llamar después metafísica tiene una función en la vida humana, tiene que descubrirse su origen en una necesidad de ésta satisfecha antes por alguna otra realidad "homologa", es decir, que ocupaba un puesto semejante dentro de la estructura vital correspondiente; y si partimos de esta realidad primaria e introducimos el movimiento histórico, la metafísica aparecerá, no ya como "homologa" -término estático y por tanto reversible- sino como "vicaria" de ella, como una actividad suplente y que hace sus veces, y a la vez como originándose de ella, al producirse cambios en la situación.

No podemos aquí entrar en el detalle de este problema. En otros lugares he hablado con alguna precisión de la moîra como "análogo preteorético de la physis" y del descubrimiento del método o camino que permite ir de lo patente a lo latente y convertir la caprichosa e indomable "revelación" de lo que la realidad es en el fondo en activa y humana "desvelación" de la verdad. Aquí baste con citar algún antecedente especialmente claro. En la Teogonía , Hesíodo -siglo VIII a. de C.- va a poner en boca de las Musas el relato de la génesis de los dioses; se está lejos de la teoría y de la filosofía; pero, a pesar de ello, en el preludio mismo del poema hacen las Musas una singular declaración: "Sabemos decir muchas mentiras semejantes a las cosas verdaderas; pero sabemos, cuando queremos, proclamar verdades" (v. 27-28). Las palabras que emplea Hesíodo son sumamente significativas: mentiras o falsedades (ψεύδεα) se contraponen, de un lado, a e)/tuma, las cosas verdaderas o, más exactamente, auténticas, a las cuales se parecen o asemejan, por las cuales pasan o pretenden pasar; de otro lado, a a)lhqe/a, las verdades que se dicen o proclaman, es decir, las cosas que se ponen de manifiesto o hacen patentes. La verdad o alétheia descubre las realidades auténticas o étyma, usualmente encubiertas o desfiguradas por mera semejanza de las falsedades o pseúdea.

Una expresión casi literalmente coincidente con la de Hesíodo se encuentra en Homero (Odisea, XIX, 203), cuando Ulises dice "muchas mentiras semejantes a cosas verdaderas" (yeu/dea polla\ le/gwn e)tu/moisin o(moi=a), es decir, verosímiles. Y adviértase que el epíteto que Hesíodo aplica a las Musas es artiépeiai, que se suele traducir por "veraces", pero que literalmente significa "de palabra exacta", que dicen justa y adecuadamente.

"Por huir de la ignorancia", dice Aristóteles, buscaron los hombres la sabiduría. La necesidad humana de saber a qué atenerse, cuando no se refiere a esta o la otra cosa, sino que es radical, reclama una referencia al trasfondo oculto de las cosas manifiestas; originariamente, el hombre no puede hacer nada para llegar a ese fondo latente; ha de ser él mismo quien se revele de una forma o de otra; en la medida en que se tiene fe en estas fulguraciones de lo real -oráculos, adivinación, etc.-, el hombre se orienta y sabe a qué atenerse. Cuando, por multitud de experiencias históricas, ensayos, fracasos, conocimientos de otros mundos, esa creencia se quebranta, sobreviene una incertidumbre; y cuando, por último, entre los "siete sabios" y, más aún, en la escuela de uno de ellos, en el grupo milesio en torno de Tales, aflora una nueva creencia, la de que las cosas son "en el fondo" lo mismo, se derivan unas de otras por generación y, por tanto, tienen una cierta consistencia por la que se puede preguntar, ese día la vieja necesidad radical cambia de sentido y se convierte en algo que -hasta cierto punto al menos- está en la mano del hombre. Su preguntar no es ya un pasivo requerir al oráculo; es dirigirse a la realidad y obligarla a responder; es el hombre mismo el que va a averiguar -verificare, verum facere- lo que son las cosas. Verdad no es ya lo que verazmente se le dice al hombre, es lo que éste hace, es decir, descubre. Éste es el origen de la metafísica.

III LA METAFÍSICA CLÁSICA

Creo útil servirme de esta expresión, metafísica clásica, para designar la porción más larga de su historia, que encierra esenciales diversidades, pero que está definida por un área de supuestos comunes: quiero decir desde el platonismo hasta la crisis que se produce en el siglo XVIII y culmina en Kant, esto es, hasta que se pone en tela de juicio su posibilidad. Si se quieren tomar los dos extremos, serían Platón y Wolff.

Antes de Platón, en efecto, no existe la metafísica constituida como disciplina, aunque se haya alumbrado el problema metafísico, al hilo de una serie de conceptos que arrancan del comienzo mismo de la filosofía, por lo menos desde Anaximandro. La idea de naturaleza o physis es el modelo de la interpretación filosófica de lo real; si las cosas proceden por generación unas de otras y de un fondo primordial, a él se reducen en virtud de una identidad radical; esta interpretación sólo se realiza conceptualmente cuando a la noción de naturaleza se agrega su interpretación como principio o arkhé; una tercera noción -cuyo origen estaría en el pitagorismo- es la de consistencia: las cosas, además de brotar de un fondo originario o naturaleza, consisten en algo, tienen una consistencia determinada; cuando Parménides sustantiva la idea de lo consistente -el ente, tò eón-, se ha llegado al concepto que va a condicionar toda esa metafísica clásica y la consiguiente polémica sobre la posibilidad o imposibilidad de la metafísica.