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– ¡Y menos aún si pueden pagarlo! -contestó alguien del público.

– ¡Ciertamente! -Y bajo la tela se descubría lentamente el mecanismo de un gran potro quirúrgico en cuyo interior se apreciaba un cuerpo echado-, y ésta es su expresión final -Constanz lo señaló con energía-, ¡la última batalla de la Reina de los Dos Corazones!

Ígur dio un salto hacia adelante, la multitud soltó un chillido; el potro quirúrgico era un aparato de sección envolvente aproximadamente cuadrada, de unos dos metros de arista, y poco menos de cuatro y medio de largo, y en el centro, entre un bosque de mangueras y tubos de materiales y medidas diversas, luces verdes intermitentes, focos, ruedas, cadenas de transmisión y brazos mecánicos acabados en pinzas y jeringuillas, Fei yacía en el centro boca arriba con los brazos y las piernas estiradas, atada y pinzada, entubada y clavada; los portores, convertidos en operarios, manipulaban el aparato, y las siamesas, subidas a una pequeña plataforma encima del potro, justo sobre Fei, bailaban al sonido áspero y sincopado de la flautería; en una segunda plataforma más elevada, la negra albina iniciaba un número de contorsión. Ígur dio un paso.

– No te muevas -dijo Mongrius apretándole el brazo, pero el otro ni lo oyó.

Milana tenía una mano en el escote de Sadó, y miraba a Ígur riendo; Constanz estaba pendiente del público, la Conti y Boris habían desaparecido, Rist y Cotom estaban en primera fila, y Rufinus tomó la batuta del espectáculo.

– Vean señores, el canto del diálogo -señaló a las siamesas, que recién despojadas de capas negras, llevaban tan sólo máscaras en forma de alas egipcíacas, igual que el cabezal de la litera, una dorada y la otra verde esmeralda, y unidas por la pelvis, alternaban rítmicamente la postura erguida de una con la voltereta de la otra; más arriba, la contorsionista albina se desabrochaba los botones con los dientes y se desataba los nudos con la lengua, hasta que, desnuda por completo, exhibía una profusión de cánulas y múltiples conexiones entre sus orificios-, el fuego de Eligia y la oscuridad frondosa de Dulita, señores, Jónea y Dairi en la vida real -pero los ojos de Ígur permanecían clavados en el cuerpo inmóvil de Fei, y Mongrius apenas lo podía retener-, y más allá de Eligía y Dulita, el plano de la igualdad y la espada de la distinción, y la confusión que posibilita el placer de todo despiece, señores, ¡el triunfo de la razón! -Y dos operarios treparon a la segunda plataforma para conectar cánulas y agujas a los brazaletes quirúrgicos de las muñecas y los tobillos de la contorsionista, quien aguantándose con las manos y con la cabeza entre las piernas, aspiraba un puro por la vagina y expelía el humo por el ano, mientras las siamesas se contorsionaban mutuamente hasta formar una estudiada bola de carne de brazos y piernas, mucosas en primer término.

– Suéltame -dijo Ígur a Mongrius.

– No te muevas ni un milímetro -dijo el otro-. ¿No ves que todos están pendientes de ti?

– ¡La mangosta y la serpiente parecerían más iguales que Jónea y Dairi si pudieran traspasar las apariencias! -proclamaba el Comisario de Juegos, y los ojos de Ígur estaban clavados en el cuerpo yaciente en X de Fei, llena de drogas y de insomnio, en aquella carne iridiscente de palidez y de tensas transparencias mórbidas, casi sin sangre, cuajo nacarado de succiones subcutáneas, gelatina lila helada y brillante-. Vean señores cómo el odio no es más que presencia, y la separación no será nada más que el paso del tiempo -indiferente a las miradas del Duque, de Milana y de Rist y Cotom, Ígur continuaba pendiente de Fei, de aquellos pezones, ya del morado oscuro de la exanguación final, atravesados por una sola aguja transversal que la mantenía tirante y colgada, de los enormes enemas por la vagina y por el ano que rítmicamente extraían humores sanguinolentos y hasta algún sedimento de viscera que, aspirados, ascendían por los tubos de goma trasparente hasta la contorsionista, del anillo craneal con conexiones hipodérmicas ortopédicas de oído, de carótida, de nariz y boca, los ojos sustituidos por grandiosos mecanismos por los que transitaban monstruosas translucideces amarillentas, la cabeza hacia atrás, objeto de sobrecogedoras modificaciones, el cabello desaparecido tras el hierro y el desollamiento, la boca con todo el horror de la tensión del primer plano, dientes y encías adorados por la luz, confundidos piel y metal, prótesis y gangrena confundidas, confundida la respiración con los efectos de dispositivos de trastorno-. ¡Vean la furia individuadora del mecanismo perceptivo, vean cómo tan sólo el camino de la sangre lleva a la propiedad, y sin propiedad no hay individuo, véanlo, señores! -y Sadó se abrazaba a Milana, y con la risa de la pasión y la indiferencia, ajena al espectáculo le besaba el cuello mientras Ígur, varado en caprichos del pensamiento ('la cortesana se ha convertido en heroína cuando la dama ha resultado ser una cortesana'), se debatía por deducir el mecanismo de los sensores del potro quirúrgico en las pantallas hexagonales de cuarzo líquido en ojos de mosca, del estilete al extremo de una masa de tres toneladas que colgaba del techo justo sobre el sexo de Fei, que en ese momento se mostraba hipodérmicamente abierto en estrella, de la cuchilla semicircular que le apuntaba al cuello, los zumbidos y las intermitencias de los pilotos de luz roja, y cuando la contorsionista se introducía en boca, nariz, ano y vagina telescopios brillantes de tamaño increíble, y los humos y los sueros aspirados por uno, a chorro los proyectaba por los otros ('¡está llena de canales!', chilló alguien del público), el Comisario elevó el tono de voz-: Vean, señores, la ascensión de los humores, el prodigioso control de diafragmas y esfínteres, la sublime llegada de la sangre a las estrellas -y la contorsionista, con una potente aspiración abdominal, extrajo de los drenajes del potro de Fei humores mezclados hasra colmar los propios circuitos, y un mecanismo de válvulas la cerró herméticamente cuando toda ella, venas, estómago y pulmones, estaba llena al máximo-, vean el desenlace de Eligía y Dulita, la manifestación del acuerdo de la fuerza -y Jónea se sacó una daga minúscula de la máscara y le asestó tres puñaladas al corazón de Dairi, que se estremeció como una hoja; la sangre brotaba por la plataforma hasta el cuerpo de Fei, y el iluminador se centró en ella.