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– ¡Ojo, no es que la política no le interese! -precisó Torli-. ¡La lucha entre Reinjart y Timieus por la primacía de los Príncipes le ocupa horas!

– Sí -dijo el amigo de Torli, un tal Minteus-, pero tiene una visión de las cosas muy particular. Pretende ignorar que Cruiaña es la cuna de los Astreos negros.

– De hecho -dijo Brosmana-, no deja de tener lógica: ya que los Astreos negros están en el poder, ¿por qué tiene que vivir exiliado si él es uno de ellos? Lo curioso del caso es que no reniega de nada, tiene muy presente el viejo dicho: te vayan las cosas como te vayan, no caigas en la ridicula vanidad de considerar que has dilapidado tu existencia, y aún menos de ofrecerla como una muestra de serenidad y sabiduría… Ya lo veis, ¡vive lleno de esperanzas!

Los seis tomaron impulso a la vez para hablar, y se hizo un silencio y una sonrisa cortés.

– Del hecho de que nadie lo haya venido a buscar para entrar en el Quinto Laberinto -dijo Minteus- ha deducido que cabe la posibilidad de que tal Laberinto no exista, pero en ese caso el círculo de Perighart, Eraji, Bracaberbría y Gorhgró queda incompleto, y ya que él no es el escogido para guiar al Entrador del Último Laberinto y, naturalmente, morir dentro tal y como manda la tradición, ha sido llamado a rendir cuentas de su responsabilidad histórica como constructor.

– Ya veis lo que pasa por abusar de las Demeterinas -dijo Enoldia.

– ¡No -dijo Brosmana-, lo que lo ha vuelto loco ha sido la geometría!

– A mí me ha dicho que cualquier día lo vendrán a buscar, pero no me ha hablado para nada de construir el Quinto Laberinto, sino de entrar en él -dijo Torli.

– Sí -dijo Brosmana-, depende de cómo le dé; un día me dijo que él es el último peldaño de una Fonotontina Cubierta Traspuesta que los Príncipes juegan sin participar como pacientes: tan sólo mueven las piezas y cobran las ganancias, y las piezas son los Laberintos, las grandes damas y los Caballeros. -Hubo risas-. Invocó la Escala de Debrel, y me dijo que hiciera saber a la instancia pertinente que está dispuesto a colaborar. -La interrumpieron sonoras carcajadas-. ¡Lo ha reiterado a menudo! -Se dirigió al comensal de la derecha-. Señor Cotom, hacía tiempo que no nos visitabais. ¿Cómo encontráis al Caballero? -El viejo enano se encogió de hombros-. ¿Creéis que se puede cambiar el pasado?

– ¡Claro! -dijo el enano riendo-. El pasado, al revés de lo que la gente cree, es lo más fácil de cambiar. Si no lo consigues, si no convences, siempre queda el recurso de confundir, y cuando a algo tan esencialmente confuso como el pasado le añades confusión, el éxito está garantizado. -Se hizo un silencio expectante-. La última vez que vi al Caballero, cuando aún se podía hablar con él, se lo dije. Ofiuco no era zodiacal cuando la Polar era la Alfa del Dragón, sino que lo era el Escorpión, en los tiempos en que la Cruz del Sur era visible desde buena parte del Hemisferio Norte. La precesión no tan sólo modifica los Polos y, por supuesto, la posición relativa del sol respecto de las estaciones, sino también la eclíptica, eso es de geometría elemental. Este, y no la victoria de aristotélicos sobre platónicos, es el sentido que tiene la caída del Águila, que como constelación nunca será, ciertamente, zodiacal, y en cualquier caso nunca lo sería en detrimento del Escorpión, sino del Sagitario. Le dije que quien había intentado convencerle de eso, por fuerza tenía que intentar justificarlo en un terreno diferente al de la astronomía, donde era insostenible. Sí, pero, me dijo, ¿en cuál? Le dije, atención Caballero, que los contrarios no resuelven el mundo, la lógica del contraelemento complementario no excluye en la realidad al resto del mundo tan bien como lo hace sobre el papel; ni hoy en día se identifica comúnmente hermético con egipcíaco, ni lo contrario de Egopatía es Ludopatía, y porque os mantengáis en tan malsano abrevaje de las incertidumbres de la personalidad en la complacencia en el azar que se extrae de los Juegos, no podréis justificaros ante nadie como hebefrénico, y aún menos ante vos mismo. Acusó de corruptos y traidores no queráis saber a quién, y le dije que Sadó no se había enamorado de nadie más que de Fei, y despechada por su rechazo se empleó a fondo para desbancarla del corazón de la Conti para empezar, que se volcaba en Fei más que en nadie, y cuando vio que no lo conseguía, atacó corazones más débiles, o por lo menos más arrepentidos y asequibles. Le dije, el odio es en vos más fuerte que el amor, porque si no, habríais salvado a Fei.

El silencio unificaba expectaciones.

– ¿Y qué os dijo?

– Creo que conseguí que sintiera más allá de sí mismo, pero cuando se dio cuenta de que por ese lado podía reacceder al Laberinto, lo encaminó todo en esa dirección, y ya no lo pude sacar de ahí.

– ¿Qué hicisteis? -insistió Brosmana.

– ¿Qué podía hacer? Para él el Laberinto es la estrella de los reconocimientos, como lo era para los Yrénidas, pero de forma más palpable, es decir, más peligrosa. Las ciudades se hunden, Bracaberbría casi no existe ya, el Hegémono Marterni se ha aprovechado de las desavenencias entre los Príncipes para hacerse con un poder formidable, ¡pero qué es todo eso para alguien que tan sólo respira geometría moral!

– No acabo de entender -dijo Torli- cómo pretende reacceder al Laberinto. O se ha vuelto loco, o habla metafóricamente.

– Sobre eso -dijo Cotom-, mis conocimientos no me permiten dictaminar. No he estado dentro de su Laberinto. -Los demás rieron, pero el enano mantenía una gravedad inusual-. ¿Si habla metafóricamente…? ¡Yo qué sé! Él cree que el verdadero Laberinto aún está intacto, incluso me enseñó unos esquemas sobre la predilección verdadera de la Reina, creo que lo llamó, y creed que me costó saber de qué me hablaba, pero por nada del mundo se me hubiera ocurrido tomármelo a la ligera. Eso lo llevó en una dirección equivocada, aunque sólo a él, porque Hydene sabía muy bien lo que quería, que no tenía nada que ver con la conquista de un Laberinto que le daba igual, y ahí queda para cada cual el grado de metáfora necesario para decidir si el Caballero está dentro del Laberinto o fuera, y el carácter lógico de tal Laberinto, si tiene explicación en términos aceptables del lenguaje corriente y de los números, o bien, más allá de todo eso, si la propia Ley del Laberinto corresponde a una realidad o es un absurdo inventado para distraer a los incautos. Él cree que el error principal fue ignorar que la solución era dinámica, es decir, irracional en el sentido matemático de la palabra, y que el tiempo tiene un crecimiento gnomónico. Y, claro, eso lo hace indiferente a los apoyos que se le puedan proporcionar.

– ¿Sabe que el Conde intercedió para que saliese del Hospital? -preguntó Torli.

– Sabe que cuando salió del Hospital era un indigente absoluto, y que cuando llegó aquí Gudemann acababa de morir -dijo Cotom-. Entonces empieza la desesperación. Pasa el tiempo y no pasa nada más que el tiempo. Cada día es más difícil que nada se mueva si no es para desaparecer, y las perspectivas de salir de ahí son poco consistentes. Se han terminado los tiempos de la nostalgia, nunca han existido las noches de impaciencia, deseo y placer. Como si en cualquier momento pudiera descubrir que es otro, como si el recuerdo no se alimentase de felicidad. Ya no duerme como antes, cada sueño es una batalla, y el alba le hace saber que una vez más la ha perdido. -Cotom se detuvo; le escuchaban en un silencio impresionante-. No le queda ni la certeza de saber a qué servicio ha estado, y cuál es la ganancia y cuál la pérdida.

– ¡Qué tiempos nos ha tocado vivir! -dijo Madame Enoldia-. ¡Una verdad contradice a otra verdad, y mirad en cambio cómo conviven las mentiras!

– Supongo que nadie le habrá contado los últimos nombramientos imperiales -dijo Brosmana.

– ¿Os referís a la Administración periférica? -preguntó Minteus, atento a signos de aprobación o de menosprecio-. Aumdi como Margrave de la Oybiria Superior, Cuimógino como Polar de Breia…