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Los celos y la codicia pautan la desconfianza y la cobardía, así como piedad, gratitud y justicia son las escalas con que se mide la imbecilidad humana, no en un sentido absoluto, porque, como la cantidad de agua que hay en el mar, tal inmensidad es inmensurable al margen de la actividad abstracta de la analogía, sino en un sentido relativo, siguiendo la misma comparación, igual como se determina el nivel de las aguas en las mareas y los temporales, y como, también (y es casi tautológico), el sufrimiento no puede proceder más que de la sinceridad.

¡Avanzan, dirección de reconocimientos, ruidos de aproximación! Indicadores de la vida, como la crueldad mesura el anhelo de perdurar, la violencia y el riesgo, la ilusión de la suma cero, la ilusión del contraste del yo. Hasta ahora, ha sido un ensayo, y se ha visto a qué puede llegar el Imperio; los víveres se han acabado, los utensilios están tan gastados que no vale la pena hacer equipaje. El hombre ya no necesita despedidas, se puede marchar sin darse la vuelta. Presta atención un instante: los intrusos son cuatro como mínimo, revuelven los restos de las dependencias, donde nada han de encontrar ya. Ahora es posible salir de verdad del Laberinto: por Algol, como Cabeza Profética de Lauriayan; como Vindemiator, Cabeza enterrada en la piedra fundamental de la Falera; como Canopus, la estrella más cruel del trapecio, disolución de geometrías sólidas, bendición de la nada. ¡Da lo mismo recobrar la incertidumbre del Combate en Cruiaña con Milana, el mórbido resquemor por Sadó, si también esperan los ojos inmensos de Fei! Noldera, Francis y Gudemann eran la defensa, Omolpus, Debrel y Arktofilax eran todos el mismo, y unos y otros eran también los recuerdos salvados del sentimiento sagrado de Fidai Ígur Neblí, el Invicto, el que acaba de vencer el Ultimo Laberinto del Tercer Anillo, y precisamente todo eso es el yo, y éste es su último avatar, el rocío filosófico, Arktofilax y Harpsifont en triángulo con la Ultima Puerta.

El hombre metatronial, el hijo de las estrellas, Arktofilax le guía y Harpsifont es el llevado al final. Ningún cálculo es esquivo, porque, finalmente, ellos ya están aquí. El león verde aún no ha vomitado el sol, y ¡cómo alienta el aire de la luz nocturna del Fénix Psicoteoforo! Nunca habrá sido tan bello el sonido del espacio abierto como ahora que acaba de subir la escalera, con las Osas y Cefeo a un lado, el Dragón en medio, y en el centro la Inmóvil, el esplendor final de la noche estrellada del cielo circumpolar de Gorhgró.