Cuando lo declararon en rebeldía y dictaron orden de captura para él y sus principales colaboradores, la Guardia y el Agon de la Prisión, no sabían, o no querían saber, que ya hacía tiempo que nos habíamos separado, que él me consideraba su enemigo, y pasé una larga temporada en la Prisión de la que preferiría no hablar, no sólo porque el principal esfuerzo de mi vida desde que salí haya sido olvidar, porque, aunque no lo he conseguido en el sentido literal, sí he logrado alterpersonalizar la cuestión, sino sobre todo por no amargar este agradable encuentro -dio un sorbo a su infusión y prosiguió-; la cuestión es que después de la Prisión, tan sólo cinco años más tarde, me encontré con un Imperio muy diferente: el orden público había desaparecido, y no sólo como concepto, la policía se había disuelto, y el control estaba en manos de Guardias privadas de los Príncipes y las instituciones; la ciudadanía era una clase social en desbandada, y proliferaban las asociaciones de defensa; Jarfrak había organizado una orden militar secreta, conocida con el nombre de La Muta, que vivía y actuaba en clandestinidad en la misma Bracaberbría (un núcleo urbano poderoso, y cuanto más podrido mejor, es el único escondrijo posible de una organización oculta que carezca de los grandes recursos, por ejemplo, de los Astreos), y el Emperador había conseguido conservar con vida a un heredero, después de haber sufrido la muerte misteriosa de otro, de la que, entonces, fue acusada La Muta, y que había servido para torturar y ejecutar a un montón de infelices. El coste de la operación fue muy alto: no sólo los Astreos y La Muta tuvieron que ocultarse para esquivar a la justicia, sino que el propio Emperador, horrorizado por su seguridad personal y la de su familia, no tenía residencia conocida, y era alto secreto dónde se alojaba, si era en un sitio fijo o se desplazaba continuamente. -Debrel se rió de la expresión de Ígur-. No te preocupes, ya te diré después dónde creo yo que vive el Emperador. Pues bien, entre la decadencia de los Palacios y la zona Imperial, la conquista del Laberinto, el colapso demográfico y la invasión del peral espinoso, Bracaberbría -se precipitó en picado a la decadencia (no me extiendo más porque cuando vayas ya lo comprobarás), y tanto el gobierno como los Príncipes optaron por Gorhgró, que experimentó una repentina y en mi opinión nada beneficiosa revitalización. Respecto a la situación política, Nemglour e Ixtehatzi, que ya era el Hegémono antes de la conquista del Laberinto, se pusieron de acuerdo, cada cual desde su campo de influencia, para obstaculizar el camino a los aspirantes al de Gorhgró, por cierto con la colaboración involuntaria de Arktofilax, que está mejor escondido que el Emperador, los Astreos y La Muta juntos; los que destacaban en las gestiones, topaban de repente con un problema burocrático insoluble. Maraís Vega, cuando ya había fijado fecha de Entrada, fue nombrado Decano de la Capilla, y el Agon del Laberinto, sin duda obedeciendo consignas superiores, no le concedió la dispensa que prescribe la ley; además en ese caso, como te he dicho, se mezclaba el problema que habría supuesto para el gobierno y para el propio Emperador tener que ver el sello de un Astreo en el emblema del Ultimo Laberinto. Finalmente entraron dos expediciones, y ninguna ha salido, como es bien sabido; lo cierto es que el Laberinto se ha convertido en una cuestión de fondo, con periódicos resurgimientos de interés, y ahora el verdadero campo de batalla, del que la conquista de la Falera es subsidiaria, y no a la inversa, mientras nadie haga algo para que vuelvan a cambiar los intereses -Ígur sonrió, y Debrel prosiguió tras una mirada de inteligencia a las mujeres-, es la reforma institucional de Ixtehatzi, y el alcance real de la amenaza que unos y otros representan, a saber cuál es y de cuántas maneras se puede cuantificar; vivimos en un sistema entrópico que tiende a eliminar los extremos, pero el propio carácter de tal eliminación, y fíjate que no hablo de concepto, sino de carácter, lo hace insuficiente ante tensiones tan fuertes como las que provocan los Astreos y La Muta, que, aunque en teoría con objetivos opuestos, no pueden contraponerse porque unos son un Clan, y por tanto una etnia que, por más que sus acusaciones y su furia fundamentalista les impulse a fiscalizar al propio Emperador, difícilmente podrán ser aniquilados, por lo menos a corto plazo, y La Muta es una ideología, con una base interclasista de programa y un pensamiento concreto y estructurado de manera racional, a pesar de la actitud lamentable de muchos de ellos, de tan nefastas consecuencias; y lo cierto es que no deja de ser irónico que, estando tan alejados los Astreos y La Muta, incluso en lo que propugnan como modelo histórico y político, adversarios como serían a muerte en una situación de normalidad abierta, sus acciones se dirijan a un efecto común, y las acciones de unos contra el enemigo repercutan en los otros en forma de beneficio. Ixtehatzi siente ahora la necesidad de dar forma a la radicalización del sistema, y topa por un lado con los que se oponen impropiamente a ella, es decir, que atacan la reforma para atacarlo a él, quizá aquejados de una absurda irresponsabilidad histórica, porque si los haces razonar te das cuenta de que son capaces de reconocer que la reforma es necesaria y de que si' no la propugnase Ixtehatzi la abonarían, pero parece ser que prioritario al bien común es la cabeza del rival, y no hay más. -Debrel había acelerado la dicción, Ígur acabó por reírse de las últimas frases, que parecían querer ser una broma que distendiese el discurso-. Pero es que no es sólo La Muta quien empuja al Imperio, en este caso al Gobierno, a una radicalización institucionaclass="underline" los Meditadores, a los que tú, por cierto, acabas de dar una envidiable lección de humildad que no te perdonarán, son una orden militar poderosísima, tan poderosa que viven a un paso de la ilegalización, con lo cual ya serían dos -Ígur sonrió; las mujeres se habían vuelto a sentar en silencio-; el momento es delicado, porque el Emperador es un niño, como también lo era su padre al principio de su Imperio, pero ahora la estructura imperial se encuentra debilitada y no permite una regencia indiscutible como la que ejerció entonces Pluteifors hasta que, a los quince años de Anderaias III, Ixtehatzi tomara el poder, como Apótropo de la Capilla primero y como Hegémono después.
– Creo que me hago cargo -dijo Ígur, tras una pausa prolongada de Debrel-. La Entrada del Laberinto es la caja de Pandora del desorden social y la reestructuración del poder, y pondría en marcha posibilidades inimaginables, como cuando sucedió en Bracaberbría para beneficio de Nemglour, y ahora favorecería su caída a manos del Epónimo de Gorhgró.
– ¿Entiendes ahora la conmoción que hubo en la Equemitía cuando desafiaste a Lamborga? Nemglour y los Meditadores son el único soporte sólido de la reforma de Ixtehatzi, y en el extremo de los que se oponen, y con la tolerancia tácita de todos ellos, se encuentran La Muta y los Astreos -miró a Ígur y sonrió-; por cierto, ¿te ha gustado la Capilla? Es la obra culminante de los Astreos, el paradigma de su estética y su espíritu, y también un símbolo de su permanencia.
Ígur se sorprendió. ¿Cómo lo sabe?, pensó, ¿ha estado? Ayer Madame Conti nombró a los Fidai, ahora esto; ¿para quién están hechas las normas? No se atrevió a preguntar por temor a que Debrel también le dijera que bajaba de las montañas.