El rato siguiente se dedicó a una discusión de fondo sobre política entre Debrel y Guipria, llevando ella el protagonismo y argumentando con gran profusión de razones abstractas, consideraciones laterales y detalles intuitivos, él en un aparente segundo plano, pero quizá, pensó Ígur, no con la distensión de quien no se siente seguro en su tesitura, o con la de quien en realidad no está interesado en la controversia, sino con la benevolente sordina de quien conoce demasiado bien al interlocutor y el tema como para saber dónde y cuándo puede acabar el litigio con contundencia, y ya lo ha hecho tantas veces, que no le importa no hacerlo de nuevo. Ígur estaba atento a la cuestión, que se centraba en la difícil posición del Agon de los Meditadores (que él mismo había contribuido a agravar), la lucha de los Príncipes por el poder y la dudosa actitud de La Muta, que acababa de cometer un atentado, pero sus ojos seguían a Sadó, que aparecía y desaparecía trayendo y llevándose objetos con una arbitrariedad sospechosa; ¿por qué no se sienta?, pensó Ígur, ¿no es capaz de seguir ni por un minuto la conversación?
– ¿Tú qué opinas de todo eso? -le imprecó Guipria, con la clara intención de atraer a Ígur a la confirmación de sus tesis.
– Yo digo que en dos meses caerá el Agon de los Meditadores, y detrás de él el Príncipe Nemglour -aseveró-, y que en el transcurso de este año habrá caído el Hegémono.
La discusión entre Guipria y Debrel continuó por otros derroteros, al margen de la intervención de Ígur, y él se dedicó a la contemplación furtiva de Sadó, con la furtividad que se ampara en la evidencia de la luz y en los movimientos casuales, en la atracción de lo que se mueve y en los propios cambios de postura: coger el vaso, descruzar las piernas, ora una sonrisa, ora un no, muchas gracias; Sadó lo notaba todo (a la fuerza lo tenía que notar, pensó Ígur), y mantenía la distancia del juego, sin dar pie a una aproximación pero sin por ello alejarse. Su actitud seria parecía imperturbable, quizá demasiado imperturbable para no ser la máscara de un jocoso circunloquio interior, quiso creer Ígur; la mirada también era seria, hasta el límite de la serenidad lapidaria, pero alejada de la frialdad, aunque la impecable perfección de sus facciones parecía servirla sin remedio; la frente alta, poderosa, de perfil estaba bien desmarcada de la curva de la nariz, que se unía, ligeramente redondeada, en la bien trazada concavidad del yugo entre los ojos. Resuelta para el deseo la expectativa del cuerpo de forma inmediata con tantas cualidades objetivas de hembra, Ígur se dejaba cautivar lentamente por las del alma, con la tensión constante de sus facciones, que, ahí más que en cualquier otro sitio, los caprichos de la experiencia, al emparejar elementos de orígenes diversos, hacían ver como contradicciones, por ejemplo la armonía de la mirada y la tendencia burlona de las comisuras de los labios, o el perfil perfecto de las cejas y la arruga que se le formaba entre ellas en la base de la frente antes de empezar a hablar. Pero la expectativa del cuerpo respondía a una resolución que era deseo, y el deseo pertenece tanto al alma como cualquier otra contradicción, y así Ígur se perdió en el vientre de la pierna, que difuminaba en dos líneas oscuras los tendones posteriores de la rodilla, dos surcos sutiles a cada lado, y, por debajo, arborecía el tendón que la aguantaba desde el talón, el mismo por donde el Pélida fue muerto, Ígur sonrió, entorpecido por la memoria, y continuó buscando puntos débiles, no en los rasgos de Sadó, sino en su propia esperanza de encontrar una imperfección que lo detuviera, que lo descabalgase de una contemplación que pronto lo pondría en evidencia, y la mirada se posó en los hombros, tan bien proporcionados y alejados de cualquier rigidez, imaginó si tendría el torso lleno y suave, sujeto en un continuo de piel que acogería la luz en un desmayo, si la cavidad del ombligo se extendería hacia arriba en difuminado, como la cola de un cometa, o bien si los pechos en volumen exacto contra el vientre en tensada concavidad destacarían de una caja torácica con algunas costillas tenuamente marcadas en los costados, si serían como el Estado después de la caída del Capitalismo, tan grandes como fuera posible y tan pequeños como fuera inevitable, en la parte inferior unidos al tórax en cuartos de esfera perfectos, sin arruga alguna de la piel, ni tan siquiera el menor desplazamiento que marcase una sola línea horizontal, si tendrían el pezón alto, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, si una aureola un poco más clara, inmediata delatora de escalofríos, si ensanchada y más brillante, y ascendente a cada inspiración.
– ¿Quieres un poco más de té? -dijo ella; Ígur se sintió como si acabasen de leerle el pensamiento, pero no le importaba, en realidad lo único que lo frenaba era la falta de tiempo, y también, quizá, la falta de confianza y conocimiento de las reacciones de Debrel, ante quien no quería introducir distorsiones en un momento en que se necesitaba buena armonía.
Así pues se excusó y se levantó, y el geómetra lo acompañó, con la advertencia de que tan pronto hubiera cualquier cambio, se pondrían en contacto.
Aquella noche, en su casa, Ígur recibió aviso de la Equemitía ordenándole que se presentara a la mañana siguiente.
El despacho del Secretario Ifact parecía menor y más anodino a los ojos del Caballero de Capilla, y el funcionario menos poderoso que en otras ocasiones; de alguna manera las sensaciones de Ígur debían entreverse a ojos de un hombre curtido en el trato con espíritus difíciles, porque Ifact habló con firmeza, aunque no sin amabilidad.
– Naturalmente no tienes obligación formal de informarnos acerca de tus movimientos, pero debo recordarte que formas parte de un cierto sector de la Administración, y tu actitud respecto al Laberinto puede estar sujeta a interpretaciones, que en el caso presente no son para ti completamente favorables.
– ¿Qué he hecho incorrectamente? -preguntó Ígur en el tono más neutro posible.
– Nada en concreto, nada en concreto -sonrió Ifact-; pero si pensabas visitar a la Cabeza Profética nos tenías que haber informado, lo que habría servido por un lado para no despertar recelos en algunos sectores -recalcó la palabra- de la Equemitía, y por otro lado, para ahorrarte la espera hasta el miércoles, y doscientos créditos.
– No volverá a suceder -se excusó Ígur, procurando un tono agresivo.
– Todo está arreglado; los doscientos créditos han sido reembolsados, y la cita con el Maestro de Ceremonias tendrá lugar mañana por la tarde; ¿hay alguna otra gestión que desees hacer? -Y, ante la mirada inquisitiva de Ígur-: Ten presente que no conviene que un Caballero de Capilla adscrito a nuestra competencia vaya estrellándose por los mostradores de otras instancias de la Administración.
Ígur pensó que no valía la pena ocultar nada, porque al final todo se acababa sabiendo.
– Con el Secretario de Relaciones Exteriores del Príncipe Bruijma.
Sin la más mínima reacción emocional, Ifact lo anotó.
– Muy bien, lo gestionaremos desde aquí. -Hizo una pausa y la sonrisa burlona desapareció de sus labios-. Pero el objeto de que hayas sido convocado es una misión pública.
– Estoy a vuestras órdenes.
– Excuso puntualizar que todo lo que se diga a partir de ahora es confidencial -Ígur permaneció impasible, Ifact continuó con lentitud, como si midiera las palabras con delicadeza-; el Agon de los Meditadores fue destituido ayer por la noche, y mañana por la mañana el Apótropo de Ordenes Militares dará posesión al sustituto que ha sido nombrado esta mañana. El cometido consiste en vigilar y, si fuera necesario, controlar a los asistentes que, como es de imaginar, serán todos del alto dignatariado y la nobleza, y llegado el caso habría que proceder con el mayor tacto posible; será una misión compartida: las demás Equemitías y, posiblemente, los agentes del Hegémono y de los Príncipes tendrán a sus hombres con instrucciones parecidas. -El Secretario lo miró inquisidor, como si esperase un gesto de asentimiento, y prosiguió-: Terminado el acto, el Infante Galatrai será discretamente detenido y conducido aquí mismo; por el camino, en un puesto de información, las órdenes serán confirmadas con el sello.