– Aquí hay más de medio cielo.
– No te pongas nervioso -dijo Debrel- que ése es el primer objetivo de los codificadores. Como no tenemos nada más, hemos de volver atrás.
El geómetra manipuló el Cuantificador, y dispuso las estrellas en círculo, después las hizo corresponder en simetría, la primera con la última, la segunda con la penúltima, y así hasta la decimotercera con la decimocuarta, y les hizo observar cómo las coincidencias indicaban la bondad de la disposición, en especial de la curiosa repetición iniciaclass="underline" Mizar y Arcturus, la osa y su guardián; Spica y Vindemiatrix, las dos agrícolas; Regulus y Antares, los habitantes del Desierto; Algol y Hamal, los dos cráneos (atención, remarcó Debrel, aquí puede entrar la Cabeza Profética); Castor y Polideuces, los didimoi; Acrux y Deneb, las dos cruces; Betelgeuse y Rigel, las dos de Orion; finalmente las cuatro centrales se podían, según Debrel, considerar dentro del célebre misterio del piloto del barco que entra por la desembocadura del río, en compañía de sus dos perros, con Canopus y Sirius, las dos estrellas más brillantes, en el centro de la serie. Contemplaron en silencio los listados, y surgieron nuevas asociaciones, por ejemplo la ubicación en torno a las dos agrícolas de los cuatro emblemas cardinales: Aldebarán, Regulus, Antares y Altair, con la curiosa transposición del ángel en escorpión caído.
– Thuban es una ex polar, y tiene por vecina a la actual -dijo Silamo-, y también a las dos águilas. Vega, la que se precipita, y la que vuela, Altair, están a su lado.
– Excelente observación -dijo Debrel-; y fíjate que lo cierto es que Vega es también una futura polar, así es que si la asociamos a la actual, nos queda libre el enfrentamiento Thuban-Altair: el Águila en vuelo contra el Dragón, por lo tanto, la mirada solar del espíritu sobre el Guardián del Laberinto.
– Cuya naturaleza se desvela a partir de saber con certeza que el Dragón es su Guardián.
– No corramos -dijo Debrel-, pensad que también tenemos a los Perros y al Toro.
– ¿Puede tratarse de un Laberinto Total? -dijo Silamo con inquietud.
– Por ser el último, no estaría mal -rió-; desentrañarlo sería la culminación de nuestra carrera, ¿no te parece?
Ígur empezaba a sentirse excluido de la búsqueda y, además, el camino empezaba a parecerle un ciempiés de incontrolable proclividad a ramificarse.
– ¿No se os ha ocurrido -dijo- que si hay que ocuparse de todas las posibilidades, en la práctica el Laberinto resulta indescifrable?
– En parte tienes razón -dijo Debrel-, pero no en el concepto; pretender construir un Laberinto indescifrable es por principio imposible, porque no hay camino de pensamiento ideado por una mente que otra no pueda reconstruir; se trata, pues, de idearlo tan complicado, y complicación puede querer decir diversificación de elecciones, que el tiempo de resolución sea tan largo como para quedar excluido del que en una vida se considera esfuerzo y dedicación razonables, considerando que, por la propia naturaleza consecutiva del discurso deductivo, sea imposible repartirlo entre los suficientes investigadores como para reducir sustancialmente la duración, y que tampoco resuelva nada el simple procedimiento de librarlo al Cuantificador, porque la profusión de respuestas alternativas dadas, sin preferencia de selección o con preferencias engañosas, nos devuelva por posibilidades de elección al punto inicial.
– En ese caso, si es sólo una cuestión de tiempo -dijo Ígur-, y el tiempo excede el razonable, ¿cuál es la solución?
– La solución -dijo Debrel- es el conocimiento profundo de la tradición que todo el mundo se afana tanto en destruir.
– Pero si los procesos deductivos están llenos de engaños, ¿qué valor tiene el conocimiento? -preguntó Ígur.
– Eso que tú llamas engaños no son más que las últimas sutilezas de la tradición.
– ¿La Ley del Laberinto es un tratado de costumbres? -dijo Ígur, y Debrel, lejos de sentirse provocado, se rió.
– Sí, en cierta forma, si quieres llamarlo así…
Silamo se había apartado de la conversación para continuar especulando sobre los datos, y aprovechó el último silencio para intervenir.
– Maestro, he pensado que la repetición inicial de Capela necesariamente ha de contener una clave esencial.
– Bien pensado, Silamo, estoy totalmente de acuerdo. Veamos, Capela es la alfa de la Auriga, y Aur, emblema de la constelación, se reduce a Au, signo del Oro; la asociación del oro con una serie nos conduce a la serie áurica, confirmada en este caso por la repetición del primer elemento, porque tratándose de elementos, por lo tanto de la correspondencia con los números naturales, habrá que asimilarla a la serie aditiva de Fibonacci; veamos: uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno, treinta y cuatro… no, el treinta y cuatro ya no entra, porque la última estrella es la veintisiete, la veintiocho si contamos la repetición. ¿Qué tenemos?
Silamo marcó las estrellas de la serie.
– Capela dos veces, Arcturus, Thuban, Aldebarán, Algol, Canopus y Vindemiatrix.
– Por lo tanto -prosiguió Debrel-, siete estrellas; veamos, puesto que el mecanismo áurico ha servido para obtenerlas, repitámoslo en la serie resultante. ¿Qué tenemos? Señala también el ordinal contando el desdoblamiento de Capela, es decir, veintiocho estrellas.
Silamo dispuso las agrupaciones al margen, y también la doble acotación indicada por Debrel.
– Es curioso -dijo Silamo-, la numeración correspondiente a veintiocho estrellas, que aumenta en una cifra la anterior, produce coincidencias notables con las cifras que hemos manipulado hasta ahora: el 22 de Vindemiatrix, el 14 de Canopus, el 9 del Algol, el 6 de Aldebarán; son todas cifras de los pasos anteriores. Veamos, el problema ahora radica en si hay que quedarse con las siete estrellas o aún se tiene que eliminar una más.
– ¿Podría ser que el desdoblamiento de Capela fuera un indicativo de eliminación? -preguntó Ígur, y Debrel asintió.
– Y que el desdoblamiento de la en el lugar decimocuarto fuera la eliminación del 7, que es su mitad. Fijaos que la reaplicación de la serie aditiva a las estrellas seleccionadas nos lleva a un nuevo desdoblamiento del 1, que ya no es Capela solamente, sino también Arcturus.
– Tari sólo es preciso otro indicativo del 6 para eliminar Capela -dijo Silamo-. Además, las eliminaciones del 7 y del 28 están asociadas: 7 X 4 = 28, y, por contra, 9 X 3 = 27.
– Ya lo tengo -dijo Debrel-, esta juventud, siempre tan lenta de reflejos -rió mirando a Ígur-; volvamos a Arktofilax: tiene diez letras, y la que ocupa el sexto lugar es , emblema del número de oro; si aplicamos la sección áurea a la propia palabra Arktofilax, es decir, 'sobre' Arktofilax, 10/, tomando =1,618 obtenemos 6,18 y, por aproximación, el lugar que ocupa la letra. Por lo tanto cerramos el círculo, y se confirma que 6 es el número de estrellas a considerar.
– Muy bien -dijo Ígur-, pero ¿cómo sabemos que hay que eliminar Capela y no Vindemiatrix?
Debrel se rió; Ígur miró a Silamo, y el gesto de su cara le consoló de que sus conocimientos en ese punto no le permitieran compartir el sentido del humor del Maestro.
– '' también quiere decir más allá de Arktofilax, que, no lo olvidemos, es la constelación que contiene a Arcturus, y por lo tanto indica escoger lo que va después y eliminar lo que hay antes, es decir, Capela.
Ígur se hizo el firme propósito de leer la Ley del Laberinto tan pronto como le fuera posible; los criterios de selección le parecían de una arbitrariedad escandalosa, y no entendía en qué se basaban para decidir si una reiteración o una coincidencia servían para descartar una solución o para darla por válida.